Una lectura particular del «Pedro Páramo»

PARA PEDROPedro Páramo, una interpretación del capítulo 51 y otros, a cargo  

Arturo Reyes Isidoro

periodista, editor en la universidad de Vera Cruz (México)

Un día, el Tartamudo buscó con urgencia a Pedro Páramo. Le iba a notificar que en sus propiedades había aparecido “una manada de hombres” de entre los cuales uno reconoció a Fulgor Sedano, el administrador de la Media Luna, la inmensidad de tierras del cacique, a quien le dijeron que eran revolucionarios y que iban por esas tierras. Lo mataron.

El Tartamudo, que iba con él, como ni “en cuenta” lo tomaron, se quedó sin moverse hasta que fue de noche y fue a avisar entonces a Pedro Páramo, quien, notificado, le ordenó que los fuera a ver y que les dijera “que aquí estoy para lo que se les ofrezca. Que vengan a tratar conmigo”.

Le dijo que antes fuera a buscar al Tilcuate a un pueblo cercano, que necesitaba verlo. “–Dile al Tilcuate que lo necesito más que de prisa… Y a esos fulanos avísales que los espero en cuanto tengan un tiempo disponible. ¿Qué jaiz de revolucionarios son? –No lo sé. Ellos ansí se nombran”.

Otro día, pardeando la tarde, aparecieron los hombres. Iban “encarabinados y terciados” de carrilleras. Eran cerca de veinte. Pedro Páramo los invitó a cenar. Atrás de Pedro estaba el Tilcuate. Cuando acabó la cena, el cacique les preguntó: “–Patrones, ¿en qué más puedo servirlos?”.

Se da a continuación un diálogo en la obra de Juan Rulfo que omito para el caso de esta columna y a donde quiero llegar. Le notifican que se han levantado en armas y explican la causa. “Nos hemos rebelado contra el gobierno y contra ustedes porque ya estamos aburridos de soportarlos. Al gobierno por rastrero y a ustedes porque no son más que unos móndrigos bandidos y mantecosos ladrones”.

Luego viene lo que quiero destacar. Un sentido político que le hallo a la obra y en el que reparo en una relectura más de esta joya de la literatura universal, que no se cansa uno de leer y volver a leer.

Pedro Páramo les pregunta y les ofrece: “–¿Cuánto necesitan para hacer su revolución? Tal vez yo pueda ayudarlos”.

Se da otro diálogo entre los revolucionarios que en principio no se ponen de acuerdo, que también omito porque no alteran el sentido de este comentario. Hasta que por fin: “Pos yo ahí al cálculo diría que unos veinte mil pesos no estarían mal para el comienzo. ¿Qué les parece a ustedes? Ora que quién sabe si al señor éste se le haga poco, con eso de que tiene sobrada voluntad de ayudarnos. Pongamos entonces cincuenta mil. ¿De acuerdo?”.

“–Les voy a dar cien mil pesos –les dijo Pedro Páramo–. ¿Cuántos son ustedes?

Semos trescientos.

Bueno. Les voy a prestar otros trescientos hombres para que aumenten su contingente. Dentro de una semana tendrán a su disposición tanto los hombres como el dinero. El dinero se los regalo, a los hombres nomás se los presto. En cuanto los desocupen mándenmelos para acá.”

Cuando se han ido, el Tilcuate le pregunta a Pedro Páramo: “–¿Quién crees tú que sea el jefe de estos? Pues a mí se me figura que es el barrigón ese que estaba en medio y que ni alzó los ojos…”.

Entonces Pedro Páramo le dice a Damasio, que aquí se llama el Tilcuate: “–No, Damasio, el jefe eres tú. ¿O qué, no quieres ir a la revuelta?… Ya viste pues de qué se trata, así que ni necesitas mis consejos. Júntate trescientos muchachos de tu confianza y enrólate con esos alzados… Te voy a dar diez pesos para cada uno. Ahí nomás para sus gastos más urgentes. Les dices que el resto está aquí guardado y a su disposición. No es conveniente cargar tanto dinero andando en esos trajines”.

Rulfo nos muestra el ingenio y la astucia del ranchero, del hombre de campo, del cacique, del hombre con poder acostumbrado a hacer su voluntad, a mandar, a explotar a los demás, para lo cual actúa con mucha inteligencia.

Se trata de un pasaje de esta novela tan alucinante que escrita y publicada en otro tiempo (en 1955), trasladada a nuestros días, por cuanto hace al hombre del poder que hace como que participa del cambio para que todo continúe igual y él en el poder, tiene plena vigencia, sólo transmutando al ranchero de ayer por el hombre de corbata de hoy.

En la actitud de Pedro Páramo se cumple –y aplica– muy bien aquello de que si no puedes con el enemigo, súmatele. El cacique desconoce el tamaño y la capacidad de quien lo amenaza, pero prefiere no correr riesgos y antes de que lo combatan y lo despojen, llama, se muestra humilde, dialoga, negocia, ofrece, se muestra generoso y “da” hasta más de lo que le piden, embauca porque no tiene la intención de cumplir y, de paso, con todo ello, se apodera del liderazgo del grupo rebelde, lo compra con dinero y toma el control del movimiento, como se sigue haciendo hoy día con los movimientos de los inconformes, y por si las dudas equilibra la fuerza del enemigo sumando a trescientos de los suyos.

En nuestros días, cuando el hombre en el poder es astuto, ingenioso, tiene experiencia en engañar, verbo, labia, hace lo mismo que Pedro Páramo: infiltra movimientos (vecinales, por ejemplo), rebeldías, protestas, llama, dialoga, negocia, ofrece, compra a los líderes con dinero o con prebendas, privilegios, beneficios, pero desde un principio sabe y tiene la intención de no cumplir. Termina maquillando a la oposición, le da un abono de diez pesos y no todo lo que ofreció, como en Pedro Páramo, y continúa como si nada hubiera pasado.

La obra de Rulfo es una lección de picardía política, de actuación del hombre en el poder y con poder, cuando sabe explotar bien sus cualidades, porque la experiencia nos muestra también que algunos no aprenden o aprenden mal y se meten en y enfrentan problemas, porque no tienen o si los tienen no saben usar el ingenio, la astucia, la experiencia.

Pero hay un principio a partir del cual logra todo: el del diálogo. Pedro Páramo los llama y dialoga y se entiende con ellos, un entendimiento a su conveniencia. Es un principio universal, de vigencia permanente, aunque muchas veces nuestra clase política, muchos gobernantes se niegan a él.

Con una visión muy clara de la realidad y futurista, Rulfo nos mostró hace mucho el verdadero rostro del poder, del poder demagógico, del poder sin ética, del que todo lo busca comprar con dinero (“todo lo que tiene precio es barato”, ¿quién dijo eso?) y lamentablemente lo logra. Los Pedros Páramos en la política siguen existiendo, y los Tilcuates, y los Fulgor, los que hacen el trabajo por ellos, también. Con el paso del tiempo, todo ha cambiado para que nada cambie.

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