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Quejas sobre la atención en el ambulatorio de Aiete

Primer día en el Centro de Salud de Aiete

Se comentan en el barrio algunas deficiencias en la atención del nuevo Centro de Salud del barrio. Pero hay que elevar la queja. La atención primaria en el País Vasco está al borde de la saturación y no aguanta más

Fuente del actual reportaje

La mayoría de los 4.500 profesionales que dan vida al servicio en Osakidetza aseguran estar saturados, justo en el momento en el que, ya sin energía y «después de haber tirado como mulas durante año y medio», se encuentran con los problemas que ya acechaban a su servicio antes de la pandemia, pero acrecentados y enquistados. Enfado y malestar, son sus principales sensaciones. Una situación que no es nueva, con falta de médicos y profesionales de enfermería, «sin relevo generacional» y un montón de jubilaciones a la vista que dejan al sistema sanitario desnudo en el recibidor.

Dos médicos: Raquel González, en representación del colectivo Lehen Arreta Arnasberritzen; y Emma del Campo, vocal de Atención Primaria en el Colegio de Médicos de Gipuzkoa (Comgi); y un enfermero con 21 años de experiencia: Xabi Sanz, miembro de la Comisión de Atención Primaria del Colegio de Enfermería de Gipuzkoa, hacen una radiografía de un servicio que ya contaba con su propio plan estratégico para su mejora desde 2019 y que está en crisis con una sociedad cada vez más envejecida y escasez de profesionales, sobre todo médicos.

Hablan de «recursos insuficientes y un montón de trabajo» que se traducen en una «peor atención» que incluso «pone en riesgo la salud de los pacientes». Según dicen, los propios pacientes son cada vez más conscientes de esta situación y las dificultades para obtener cita con el médico de cabecera de un día para otro son un buen indicador de ello. Sin embargo, lamentan que las quejas las reciben los administrativos primero, el personal de enfermería después y finalmente los médicos, de boca de los propios pacientes, que sin embargo, apenas realizan quejas formales ante la Administración.

¿Hay salida? ¿Qué debe cambiar? La Oferta Pública de Empleo (OPE) de 2022, mediante la cual se van a cubrir 1.499 plazas de Atención Primaria, entre ellas 350 médicos, no es suficiente en opinión de estos profesionales y, por si todo ello fuera poco, unas palabras del viceconsejero de Salud, José Luis Quintas, en una entrevista el 27 de octubre, agitó más el árbol. Según las afirmaciones del viceconsejero, Osakidetza tenía huecos libres en Atención Primaria por falta de demanda. «Fue un insulto», dicen los profesionales: «Indignante».

EL YUGO DE LAS PATOLOGÍAS AGUDAS

Raquel Fernández es la voz del colectivo Lehen Arreta Arnasberritzen, un colectivo que lleva desde 2017 trabajando por la mejora de la Atención Primaria. La pandemia ha causado un enorme daño a la Atención Primaria, en su opinión, y retomar todo ahora es un reto mayúsculo. «Tenemos la sensación de que todo va muy lento y que nos quieren mantener callados y controlados. No tenemos la sensación de que esas plazas sean para poner más recursos«, dice en referencia a la OPE.

Explica que «muchas plazas interinas» y que están cubriendo los propios médicos «como pueden» pasarán a tener dueño, sí, pero «luego tenemos el problema de que en los próximos cinco años vamos a tener muchas jubilaciones y no nos concretan cuántas. Por lo bajini, ya se habla de amortización de plazas de médicos de familia», lamenta Fernández.

La situación abarca a toda la atención Primaria, dice Fernández: «La enfermería está saturada y los administrativos no dan abasto. Un paciente puede llamar hasta siete veces sin que le atiendan. Hay una escasez de recursos total y absoluta, muchísima tarea con pocos recursos, que genera estrés, cansancio y desmotivación».

Además, insiste esta médica de familia, «ahora la población está con que no hay pandemia. El paciente está reclamando que se le vea en consulta: los diabéticos e hipertensos ya les toca hacerse sus revisiones, pero vemos que lo agudo nos come, hay demasiada patología aguda y no llegamos como quisiéramos a hacer la medicina preventiva» que requiere un ambulatorio, asegura Raquel. En su opinión, el deterioro se ha notado ya en los últimos «seis o siete años» y los sanitarios «no aguantan más».

SIN PODER SALIR A TU HORA

Emma del Campo también es médica. Ha estado 20 años como interina y lleva uno con plaza fija en el ambulatorio de Prim, en Donostia. Según dice, el malestar en la Atención Primaria es generalizado. «Desde antes de la pandemia está mal, con la agenda muy llena, mucha burocracia y sin poder salir a tu hora. A las tres es muy difícil irte cuando tienes gente en tu consulta. Los profesionales de Atención Primaria salen tarde de su trabajo y el sistema aguanta gracias a su esfuerzo del personal, pero todo ello se traduce en bajas y desmotivación«, lamenta. Es la pescadilla que se muerde la cola, porque la mala situación laboral favorece que «la gente esté de baja medicada, con ansiedad; nunca ha estado tan mal el ambiente», dice.

Desde su labor como vocal de Atención Primaria del Comgi, asegura que «llevamos mucho tiempo reivindicando un cambio de modelo en Atención Primaria. Desde todos los lados se viene diciendo. Lo que pasa es que no se hace. No se palpa. Y cada vez estamos más sobresaturados y empieza a afectar realmente a la profesión y a la seguridad de los pacientes. Estamos viendo mucha gente todos los días y muy agobiados. Antes de la pandemia, ya estábamos muy mal, salimos a la calle, hicimos huelga y bastante secundada… La situación es realmente comprometida y durante la pandemia hemos estado al pie del cañón; hemos seguido viendo a los pacientes y la gente ha estado muy implicada», dice Del Campo.

En su opinión, la «sobrecarga de trabajo ha sido brutal. No hay relevo generacional y mucha gente joven que se ha formado en medicina de familia, luego no se ha querido quedar, porque no es atractivo: está para ponerse el abrigo e irse. Muchos compañeros se están jubilando, porque no aguantan este ritmo. Viene un cambio de época. Ha subido el volumen de la demanda, la complejidad de los casos, y no damos abasto«.

La situación de falta de profesionales médicos sobre todo supone además otro reto. «Hemos tenido inestabilidad laboral años y años. Se han convocado después de la crisis de 2008 con cuentagotas las plazas y estamos cuatro y el del tambor. Estamos en el país con más facultades de Medicina y no hay facultativos suficientes. Los números no cuadran y vamos a tener un grave problema», dice Del Campo, quien asegura que «mis pacientes deberían poder verme en el mismo día», insiste.

AVALANCHA TRAS EL VERANO

Xabier Sanz es miembro de la Comisión de Atención Primaria del Colegio de Enfermería de Gipuzkoa y trabaja también como enfermero en Donostialdea. Fue el primer sorprendido por las declaraciones del viceconsejero. ¿Falta de trabajo? «Nos sorprendió mucho, porque nuestra sensación es justo la contraria. En nuestro ambulatorio hay cosas que nunca han tenido lista de espera y ahora la tienen». Sanz explica que los médicos y enfermeros y enfermeras trabajan con las agendas del día llenas y listas de espera de uno o dos días. «Todas las citas para el día están a tope, vamos con atraso«, asegura.

También advierte de un «efecto llamada» tras la pandemia. «Ha habido una idea en la cabeza de la gente: es que no me han visto en mucho tiempo, y ahora quiero recuperar lo perdido». Y esa sensación de no presencialidad es errónea en muchos casos, dice, porque tras los meses duros de la pandemia, «se recuperaron las curas en domicilios, extracciones, visitas a casas, a hacer sintrones, mediciones de anticoagulación… «. La única presencialidad perdida, reconoce, es la de las personas crónicas, ya que «nos pareció que no era el ambiente más adecuado ir a un sitio al que te puedes infectar».

Y la realidad hoy es que «tenemos colas en los mostradores, que no ha habido nunca. Los administrativos están a dos manos. Atendiendo por teléfono y con una persona delante. Tenemos mucho más trabajo que antes de la pandemia, estamos a tope». Y la sensación de no llegar es doble, dice Sanz, porque «nos falta energía» ahora. «Hemos estado un año y medio tirando como mulas, y ahora que necesitábamos tranquilidad, nos viene la avalancha».

«Hay pocos médicos desde hace unos años. Y ahora mismo también pocos enfermeros, algo que en 20 años no he visto. Siempre hemos tenido una bolsa para hacer sustituciones, pero últimamente, hemos andado justos» para vacunar, hacer rastreos y las PCR, «que van a más,».

La situación actual, asegura este profesional, es de «colas en la entrada del ambulatorio a diario, consultas llenas y los médicos y enfermeros sin parar y sin poder terminar a las 15.00 horas.», lo que «nos mete más presión» y lastra el servicio: «No recuerdo un septiembre u octubre así ni antes de la pandemia».

Vaya perra han cogido con “Salvar la Navidad”

Creo que la palabra más repetida, desde que nos atacó despiadadamente el bicho, es “salvar”. Y no sé a ustedes, pero a mí esa palabra siempre me ha perecido sospechosa. Siempre pensé que, cuando la usamos, estamos escondiendo algo. Hay veces que no, ya lo sé. Hay veces en que, de verdad, se trata de salvar vidas, de reforzar techos antes de que se llenen de agujeros, de intentar que la precariedad no sea siempre el perro flaco al que le acuden más pulgas que ronchas de miseria al sabio pobre de Calderón. Ya sé que a veces la palabra salvar está más que justificada. Pero igual son las menos.

En marzo nos atracó a mano armada una pandemia que no remite ni a la de tres. Aunque digan que sí, aunque sea cierto que están bajando de intensidad la muerte y las heridas, aunque se esté abriendo poco a poco –muy poco a poco– un pequeño hilo de esperanza, la verdad más segura es que el dolor sigue ocupando el centro de nuestras vidas. Y cuando digo dolor quiero decir mucho dolor, a ratos un dolor insoportable, porque es una locura ver cómo mucha gente a la que queremos y nos quiere ya se fue sin que pudiéramos extender una mano para decirle adiós. Desde ese mes de marzo, la primavera de este año empezó a ser una primavera distinta. Se acabaron los versos infantiles de Machado, los sarpullidos adolescentes, la maravilla de una alergia estacional que mezclaba, con esa mano maestra de la naturaleza, el estornudo y los abrazos. Con la primavera llegaron las golondrinas de Bécquer, no para anunciar la gracia de sus piruetas circenses en los cables de la electricidad y los tejados, sino para dejarnos su tristeza fatal en el dolorido corazón de los balcones. Desde entonces, desde ese marzo aprovechado por los canallas para culpar de la expansión del daño a las mujeres, la enfermedad no ha parado de crecer hasta convertirnos en asustados rehenes de la televisión o en fanáticos y descerebrados seguidores del negacionismo. Y ahí seguimos, en ese miedo legítimo a caer en el agujero del dolor y en la necesidad de que la vida siga siendo vida en medio del desastre.

Y es aquí, en ese itinerario implacable del coronavirus, donde aparece por primera vez la palabra salvar en su versión más sospechosa. Habían llegado el confinamiento, la mirada del estupor, los aplausos, esos sí, que eran como golondrinas de otra primavera distinta en los balcones, la seguridad de que sólo lo público nos podía salvar, ahora sí, de las barrabasadas de una privatización que había desguarnecido la sanidad pública para meterla en las cuentas corrientes de amigos y conocidos y en las cajas B de un partido como el PP que, todavía hoy, nos quiere dar lecciones de ética sin que se le mueva una pestaña. Y ya en esos momentos del confinamiento empezaron a soltar la palabra mágica que hablaba de salvación. El mantra se extendía como la pólvora en un paisaje de desconcierto y de cansancio: ¡salvar el verano! De eso se trataba, sólo de eso. No de salvar vidas, no de aliviar el sufrimiento de la gente, no de buscar en ese sufrimiento la parte más noble de lo humano. Había que volver a llenar los aviones, había que volver a llenar las playas con tumbonas y sombrillas de colorines, había que convertir la soledad y la tristeza en una algarabía de turistas que nos regresaran al paraíso que fuimos en la “vieja normalidad”.

Porque frente a esa vieja normalidad se anunciaba la nueva, la que nos iba a devolver a la cresta de la ola en los rankings mundiales de las canciones del verano. El poder del dinero y el miedo que ese poder les da a todos los gobiernos del mundo mundial convirtieron ese mantra en una imperiosa necesidad de cambiar las estrategias para doblegar las embestidas del covid-19. Se abrieron las compuertas de la seguridad y pudimos constatar que la operación de salvar el verano había sido un rotundo fracaso. No vino nadie. En los aviones crecían telarañas. Las playas eran como la que sale en la magistral secuencia final de El planeta de los simios. El miedo de la gente volvía a la cinta de salida. Y lo hacía, además, con una contundente certitud: si no salvamos vidas, nada se salva. Tampoco la economía.

Y cuando ya pensábamos que las lecciones del pasado servirían para evitar errores del presente, va y volvemos atrás, a esos momentos de aviones a tope y playas como las que cantaban los chicos de Fórmula V o los Beach Boys cuando yo y a lo mejor muchos de ustedes éramos jóvenes. Ahora se trataba de cambiar lo de “salvar el verano” por lo de “salvar la Navidad”. Y ahí estamos.

Otra vez mareando el sentido de las palabras para pervertirlas hasta provocarnos vergüenza. Otra vez a sentirnos rehenes de los poderes del dinero y de sus estrategias, unas estrategias que no tienen ningún pudor en mezclar el dinero con los sentimientos de la gente. Otra vez a sufrir los arañazos de la incertidumbre: ¿vendrá después de las fiestas navideñas un nuevo repunte de contagios peor aún que los que llegaron tras la desescalada ultrarrápida y que todavía hoy estamos sufriendo? Otra vez se trata de salvar algo trucando el sentido mejor de esa palabra para convertirla en una estrategia de la política miedosa y de la economía, una economía que no es la de la gente pequeña sino la de las grandes empresas que no renuncian a nada para conseguir que cuadren las cuentas del beneficio en la imperturbable columna de sus más que sabrosos resultados. Otra vez a dejar en segundo plano las muertes y las heridas que está provocando la puñetera, insaciable, pandemia de las narices.

Salvar de verdad la Navidad es intentar que el dolor no alcance –o alcance lo menos posible– a quien la vive. Cada cual la ha celebrado siempre a su manera. Ahora se trata de que los abrazos no se conviertan en una emboscada, de que las manos vuelen por el aire como si fueran las de un mimo acostumbrado a las caricias sobre un cuerpo invisible. Ahora se trata de no perdernos de nuevo –y tal vez con mayor dolor y más tristeza– en esa distancia que nos impide despedirnos de la gente a la que amamos con locura. No se me van de la cabeza, es imposible que se me vayan, los versos que escribió hace muchos años Francisca Aguirre y que parecen escritos ahora mismo: “Cualquiera se puede morir, / pero morir a solas es más largo”. Ojalá la palabra salvar tuviera esa nobleza que nunca debería haber perdido. Ojalá que nunca más la perdiera. Ojalá.

13 diciembre, 2020

Alfons Cervera

Salud o economía. ¿Es realmente cierto ese dilema?

¿No hay un término de esa ecuación que tenga prioridad en su solución? Observemos la experiencia. China, origen de la pandemia, aplicó medidas tremendamente restrictivas, primero en Wuhan y su provincia (65 millones de habitantes), luego, en el país allí donde hizo falta. Y llevan siete meses con la pandemia controlada. Con restricciones inmediatas al menor brote. Allá donde sea. Con la salud asegurada, se reactivó la economía ayudada por el Estado, primero la obra pública y la sanidad, luego las exportaciones, luego el consumo interno. Y ahora está creciendo a casi un 5%, contribuyendo a relanzar la economía mundial a medio plazo. Ciertamente, es un régimen autoritario, pero ¿Nueva Zelanda?, que, mediante medidas persuasivas, ha tenido menos de 20 muertos y ha mantenido el empleo a partir de la seguridad sanitaria. En cambio, si un país desescala por ansiedad económica antes de tiempo, sectores enteros se hunden, como el turismo, porque nadie quiere ir a pasar las vacaciones con el virus. O sea, que sin salud no hay pesetas. No hay nada en realidad.

No se puede olvidar la situación de los profesionales del sistema sanitario

Otra cosa bien distinta son las emociones.

Cojamos lo que escribe Alberto, ahora se oye mucho «total… si al final lo vamos a coger todos». El está más por jugar lo mejor que sepa las cartas que nos toquen. Lo otro atufa a fatalismo y a desconcierto, dice.

También estamos abatidos porque no podemos abrazar a nuestros seres queridos

Jóvenes y menos jóvenes nos aferramos a la expresión de nuestra alegría o al consuelo de nuestras penas como siempre lo hemos hecho los humanos.

Brainstorming, lluvia de ideas, es una herramienta de trabajo en grupo que favorece la aparición de nuevas ideas sobre un problema concreto

Los bares, las plazas, los pubs, los cafés, las cervecerías alimentan un negacionismo práctico en que lo de menos es el temor al virus, porque eso siempre le pasa a otros. De poco sirven en ese caso las llamadas a la conciencia cívica o la cobertura mediática sobre los irresponsables. Porque en el fondo aún no nos lo creemos, seguimos pensando que todo esto es irreal, que es una pesadilla de la que vamos a despertar. O una manipulación de los poderes ocultos y menos ocultos. Porque aceptarlo como una nueva normalidad se nos hará insoportable a menos que empecemos a transitar, desde ya, a otras formas de vida en que no dependamos tanto de beber juntos para poder compartir emociones.

Tal vez la exploración de múltiples formas de la experiencia o nuestra búsqueda interior o la reconexión con la naturaleza puedan ir serenando nuestra ansiedad mientras esperamos la vacuna de todos nuestros males.

Tomado de Manuel Castells

¿Quousque tandem abutere, Coronavirus, patientia nostra?

¿Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? fue una frase pronunciada por Cicerón, famosa por ser la primera oración de la Primera Catilinaria, que tanta gente del siglo pasado tenía como texto para traducir del latín

Se trascribía, recuerden, como «¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?«

Estas palabras fueron pronunciadas delante del Senado romano el 8 de noviembre de 63 a. C. Aquí fue cuando Cicerón dio a conocer la conjura que preparaba Lucio Sergio Catilina, político romano acusado de conspirar contra la República, para hacerse con el poder absoluto.

Jorge de Oteiza artista integral que hizo de la escultura un puente poético (Orio 1908 – San Sebastián, 2003)

Los de aquella época, también antigua, tienen otro «Quousque Tandem…!»Ensayo de interpretación estética del alma vasca. Un libro de Jorge Oteiza

Escrito en 1963 fue un libro-hito en su tiempo, que todavía sigue editándose

Antes, en defensa de la República, Miguel Hernández, el poeta del pueblo, escribió

Sentado sobre los muertos

que se han callado en dos meses,

beso zapatos vacíos

y empuño rabiosamente

la mano del corazón

y el alma que lo sostiene.

Que mi voz suba a los montes

y baje a la tierra y truene,

eso pide mi garganta

desde ahora y desde siempre.

Algunos electos y quienes, tan inmisericordes como el propio Covid19, niegan su naturaleza y efectos letales, están atropellando el aguante de la ciudadanía de a pie

«¿Hasta cuándo, Catilina, abusarán de nuestra paciencia?«

A los electos y a los jueces se les pide que den ejemplo de responsabilidad, algún gesto que hicieran más ligera la mochila de los agotados por el corona virus.

Cierto, entre nosotros, existen atorrantes que niegan la utilidad de las mascarillas y del propio virus. También hay negacionistas entre los médicos que niegan la utilidad de las vacunas o historiadores que juran que nunca existieron las cámaras de gas. En este mundo hay gente para todo, incluida aquella con la que no conviene compartir espacio, ni situarse cerca, por si acaso.

Tomado de la calle “… limitar un derecho fundamental… pues con ésta medida están limitando el derecho a la vida… a los jueces se les olvida que estas restricciones son para salvar vidas…no asumen que las leyes se deben interpretar a la la luz de la gravísima situación sanitaria«

Radiografía de los resultados electorales en los ‘barrios’ de Aiete

Cuadros con los resultados electorales por zonas, que en algún caso se ajustan exactamente al barrio, como es el caso de Etxadi o Bera-Bera y, en otros, el campo de votación es más arbitrario (por esta razón la suma de votos parciales de la coalición en cada barrio, es mayor que la suma total).

En el análisis global del desenlace electoral, el PNV, almacén del poder político vasco, en Aiete, el domingo, obtuvo el 48 % de los votos, pero el 25 % del censo. La abstención no da ni quita poder, pero sí legitimidad para ejercerlo. Los que convocan estas elecciones sabían que mucha gente no iba a ir a votar, por la pandemia y por la falta de motivación, pero contaban que tenían y tienen a su favor varios meses de protagonismo exclusivo en los medios de comunicación, especialmente de la ETB.

La media de participación en Aiete coincide con la general, se ha desplomado hasta el 52,8%; la peor cifra en 40 años de comicios.

Desde el 2015 los votos que reciben el PNV en Aiete están en la horquilla 1.700/2.000

El PNV, además, ha tenido que hacer suyo un programa que, a priori, no lo era: salud, potenciación de los medios públicos, bienestar, calidad de vida, gestión institucional democrática, recortes cero

Los que han ido a votar, la mitad del electorado, y de esa mitad la cuarta parte, no han tenido en cuenta la gestión del partido, no sólo en el caso Zaldivar o los hechos más graves de la pandemia (el drama de las residencias de personas mayores y de la falta de equipos para los sanitarios), sino que tampoco han apreciado su dimisión en asuntos cotidianos, de barrio

Los votos de EH Bildu en Aiete están entre los 600 y los 700.

El PSE, con votos parecidos a EH Bildu, retiene esos mismos resultados respecto al 2015, pero antes de esa fecha, antes del 2011, doblaba y triplicaba el número de votantes en el barrio

La debacle electoral del PP en Aiete es similar a la que ha tenido en el resto de Euskadi (aunque en alguna de las zonas del barrio se mantiene algo)

Podemos se desploma también -más en aquellas demarcaciones en las que mejora el PP-; no consigue crear un partido con relevancia en la sociedad civil donostiarra, no tiene acción municipal. Se puede recordar aquella chapuza de exigir condiciones para que se hiciera el ambulatorio -por cierto compartida con EH Bildu-. Construir organización es muy pesado y aburrido.

Sin embargo la circunstancia decisiva de estas elecciones es la abstención (en algunos barrios de Aiete se reduce algo).

La renuncia a participar en un proceso electoral es una llamada de atención muy seria. Las elecciones dejan un regusto amargo, se han celebrado en tiempos de Covid-19, con varios brotes abiertos, con gente a la que se ha impedido votar, con una campaña de bajo de ritmo, en manos de los medios, especialmente de la ETB, a su vez en manos de los ganadores, sin tensión , ni contenidos, pensados a propósito para no movilizar a los ciudadanos. Los convocantes de estos comicios en estas precarias condiciones saben que el éxito es de los que siempre ganan. Tienen mucho poder, ahora hay que ver cómo lo gestionan. ¿Serán capaces de valorar lo que hacen mal y lo que no hacen?. Los tiempos del 2020 no son ya los mismos que los de décadas pasadas

Cuadros de resultados zona por zona

Prest gaude?

Uste dut, birusa bezala, musukoak ere Txinatik zetozela esan zigutenean ohartu ginela zeozer ez zegoela ondo.

Horregatik erabaki dugu logikoa dela bertako produktuak kontsumitzea. Eta ohartu gara ezetz, ez dela normala hemendik milaka kilometrora landatu den zainzuri batek, bi hegazkin eta hiru kamioi behar dituen bidaia bat egitea, arrautzarik ez duen maionesa batekin jan dezagun.

Eta horregatik sinistu dugu auzoko denda txikietan erosiko dugula hemendik aurrera, betiko merkatura joan eta, gaur arte, ondo orraztuta gindoazen begiratzeko bakarrik erabiltzen genuen erakusleiho atzean dagoen dendara sartuko garela arropa probatzera.

Kontua da, ohitu egin garela, hamabostean behin tendentziak alda ditzakeen erabili eta botatzeko arroparen supermerkatuetan nabigatzen. Eta badakigu, edozein egun bihur diezaiekegula seme alabei berezi, janariarekin batera zakarrontzian bukatzen duen jostailu bat dakarren kartoizko kaxa koloretsu batekin.

Baina zenbakiak egoskorrak dira: hamarrekin biko bost eros daitezke baina bosteko bi bakarrik. Eta beti izango dugu egun bereziak ospatu eta gezurrezko moda pasarela batean etengabe bizitzeko tentazioa.

Baina zenbakiak egoskorrak dira, eta gehienontzat bost bider bi hamar izango dira beti. Edo batzuetan zortzi.

Prest gaude?

Nik batzuetan uste dut baietz. Prest nagoela alegia.

2020 / 06 / 26

Notas en castellano

..

Por eso hemos decidido que es lógico consumir productos autóctonos. Y nos hemos dado cuenta de que no, que no es normal que un espárrago que se ha plantado a miles de kilómetros de aquí, haga un viaje que necesita dos aviones y tres camiones para que comamos con una mayonesa que no tiene huevos.

Y por eso hemos creído que a partir de ahora compraremos en las pequeñas tiendas del barrio, iremos al mercado de siempre y, hasta hoy, sólo para mirar si íbamos bien peinados entraremos a probar ropa a la tienda que hay detrás del escaparate

.

¿Estamos listos?

Yo a veces creo que sí. Es decir, que estoy preparado.

Conversaciones con Amador Fernández-Savater

Volvemos al encuentro con Amador en esta situación tan especial

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10 reflexiones, juicios, ideas sustanciales

1. Charla con amigos en fase 3: «estoy muy raro» me dice uno, «me encuentro revuelta» me dice otra.

A mí me pasa lo mismo. Raro, descolocado, desorientado. «Me he quedado a vivir en la fase 0», bromeo. Trabajo lo menos posible, paso mucho tiempo en casa, sólo me animo a los encuentros significativos.

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2. Pienso lo siguiente: estar raros significa que algo no encaja, que nosotros mismos no encajamos, que algo se ha roto, que hay un desajuste, un desacople.

No encajamos en el sucederse de las fases hacia la «nueva normalidad«. Estar raros es nuestra manera de rebelarnos contra el proceso de normalización en marcha. Hay una desincronización entre el ritmo objetivo de las fases y nuestro propio ritmo subjetivo.

Me parece que estar raros es ahora la mejor manera de estar, un signo de salud y de vitalidad contra la adaptación y la anestesia. El desafío es más dejarnos estar raros que dejarlo de estar.

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3. ¿Por qué no encajamos? Hay restos en nosotros de lo que hemos vivido estos meses. Huellas de un acontecimiento. Efectos de la interrupción.

La experiencia vivida ha dejado sus marcas en nosotros. Esas marcas nos desvían del camino automático hacia la nueva normalidad, demasiado parecida a la vieja aunque lleve mascarilla.

Las cosas no cierran. Quizá duele, pero es mejor así. El cierre es la normalización. No hay normalidad, ni vieja ni nueva, lo que hay es un proceso de normalización que consiste en neutralizar todo lo que no encaja, en presentar la norma como el único camino posible.

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4. ¿Qué nos pasó? Por un momento se interrumpió la definición convencional de la realidad.

En primer lugar, la idea según la cual cada uno tiene su vida. La existencia dejó de ser un asunto privado. El vínculo de interdependencia se impuso como una evidencia material y concreta. No hay burbuja que proteja absolutamente del contagio, nadie puede salvarse solo. El otro, en la distancia social, se hizo paradójicamente más presente: mi destino está ligado al suyo. Los otros cuentan, importan.

En segundo lugar, la idea según la cual el trabajo y el consumo configuran el sentido de la vida. Para miles de personas los automatismos de la vida cotidiana quedaron suspendidos. Incluso continuar como si nada requería todo un esfuerzo de invención: ¿seguir trabajando cómo y para qué? ¿Seguir consumiendo cómo y para qué?

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5. En la interrupción han aparecido preguntas, malestares y ganas de otra cosa.

Preguntas: ¿qué está pasando, qué me va a pasar, qué nos va a pasar?

¿Qué es lo importante, qué es lo esencial, qué y quién nos cuida?

¿Qué es lo significativo, qué relaciones me sostienen, qué hace que mi vida merezca la pena ser vivida?

Malestares, porque hemos sentido violentamente la evidencia de que las lógicas estatales y mercantiles no cuidan.

El Estado, porque a pesar de sus mejores intenciones cuando las tiene, es ciego a las desigualdades y las singularidades de las formas de vida. Se legisla como si la sociedad entera fuese una clase media más o menos acomodada. Confinarse, muy bien, pero ¿y los que no tienen casa? ¿Y los que viven al día? ¿Y los que viven en un lugar pequeño y son muchos? ¿Y los que tienen peculiaridades físicas o psíquicas que convierten el confinamiento en un encierro insoportable? Todas las desigualdades por género, edad, raza, clase. El Estado, basado en la lógica de la ley y el deber ser, no ve las diferencias que atraviesan lo que hay.

El Mercado, porque su lógica de maximización de la ganancia y beneficio le sitúa siempre por encima del cuidado de la vida. Es una lógica literalmente extra-terrestre: por encima de lo terrestre, de los terrestres y de la tierra. No se producen valores de uso, sino valores de cambio. No se producen riquezas, sino beneficio. Los inventos técnicos no liberan tiempo, sino que intensifican la producción. La guerra es la ocasión ideal para convertir ciertas mercancías (las armas) en dinero. El paro y los despidos son la mejor solución de las empresas para no arruinarse. La obsolescencia programada resulta una gran idea.

Los problemas para los habitantes de la tierra (humanos y no humanos) son soluciones para la economía. De ahí que el pensador italiano Antonio Gramsci apelase a nuestra «terrestritud común» contra la lógica capitalista de beneficio.

Ganas de vivir de otra manera: en el silencio, en el tiempo reapropiado, en ciertos encuentros y reencuentros con la naturaleza, en los primeros paseos por ciudades libres de ruido, coches y estrés, en el cuidado de los más cercanos, en la atención amorosa a los desconocidos, en las prácticas creativas caseras, en la intensificación de los vínculos… en mil experiencias distintas se han despertado las ganas de vivir de otras maneras.

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6. La vida viene sin manual de instrucciones. «Vivir no es otra cosa que arder en preguntas» decía el poeta Antonin Artaud. No hay normalidad, ni vieja ni nueva, sino un proceso de normalización permanente: apagar constantemente el fuego siempre reavivado de las preguntas sobre cómo vivir.

Estar raros es seguir vivos. Insistir en nuestras preguntas, malestares y deseos contra la normalización. Tratar de convertir todo ello en materia a elaborar para inventar un deseo nuevo, una nueva forma de vivir.

Estar raros es defender nuestras preguntas, conservar las marcas que nos ha dejado la interrupción como algo precioso, disponernos a otra atención sobre nosotros mismos y sobre la realidad.

Atención a todo lo que no encaja, porque bajo la apariencia de normalización hay mil heridas. Personas que ya no están y cuya ausencia nos interroga: ¿es normal que esta persona ya no esté, su muerte es natural o se trata de una muerte política, que depende de un modo de organización social? Lugares y cosas que ya no están: ¿es normal que este sitio haya cerrado, que esa persona ya no trabaje aquí?

Estamos raros porque no queremos volver a lo mismo y porque además lo mismo ya no existe.

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7. Ahí fuera sigue el virus. Es un actor nuevo en el tablero de juego que obliga a todos los demás a redefinirse: nuevos hábitos, distancia social y medidas de protección en escuelas, universidades, comercios, transportes. Estamos raros también porque somos sensibles a todo esto.

Una amiga, madre de dos niñas, me dice: «ya no sé qué significa ser madre, para qué mundo se educa ahora a los hijos». El suelo se abre bajo nuestros pies.

La misma pregunta se puede hacer un maestro, una maestra, un terapeuta, un trabajador social, un agente cultural, un trabajador sanitario…

No hay normalidad, ni vieja ni nueva, sólo proceso de normalización: permanente desactivación de las preguntas que podrían abrir la situación, para reapropiárnosla, dejar simplemente de obedecer e inventar reglas comunes de cuidado colectivo.

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8. Malas noticias: el virus se reproduce a través de nuestras formas de vida (turismo, aglomeraciones). Hay una especie de radioactividad en el aire. Podemos decir que los modos de vida convencionales están infectados y envenenados.

No hay vuelta a lo mismo. Incluso la persona que agarre este verano un vuelo con un destino paradisíaco lo hará con un cosquilleo de intranquilidad en la nuca.

Si estiramos más aún las malas noticias, podemos afirmar que la “nueva normalidad” sólo es un paréntesis entre dos estados de alarma, aquel del que venimos y aquel hacia el que vamos. Incluso si no vuelve a declararse nunca, en adelante viviremos bajo su amenaza. Hasta que se encuentre la vacuna, sí. ¿Y si no se encuentra? ¿Y si aparecen nuevos virus u otros riesgos mayores derivados del cambio climático?

El miedo ha llegado para quedarse. La norma es, de aquí en adelante, el propio estado de alarma. Y lo que llamamos «nueva normalidad» es sólo una fase particular en ese marco: siempre provisional, precaria, inestable.

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9. Podemos distinguir dos versiones de este proceso de normalización, dos formas de adaptación, dos formas de gobierno que son al mismo tiempo dos formas de subjetivación (es decir, de vivir las cosas).

La neoliberal / neoliberal lleva el nombre de Trump, Bolsonaro, Johnson. ¿La economía por encima de la vida? No: la economía es la vida.

Recuperar la normalidad lo antes posible, caiga quien caiga. Como rezaba la pancarta de un manifestante pro-Trump en Estados Unidos, «sacrificad a los débiles». La vida es productividad, la vida es empresa, cada uno es el empresario de sí mismo, dejad caer a los que no puedan seguir el ritmo.

Necro-política y necro-lógica: producción de poblaciones desechables, superfluas, sobrantes. Precisamente el rasgo que Hannah Arendt señaló en su día como condición necesaria de la política nazi en Los orígenes del totalitarismo.

Pero no nos escandalicemos tan deprisa. Es demasiado fácil y no lleva a ningún sitio. Esa pancarta sólo hace explícito lo implícito, hay que agradecérselo. La necro-lógica ya rige nuestras instituciones. Pensemos en las residencias donde han muerto tantos de nuestros mayores. La percepción normalizadora que apaga las preguntas sobre esa muerte masiva («eran viejos, tenían que morir») ya nos atraviesa y constituye.

La versión neoliberal / socialdemócrata lleva el nombre de Pedro Sánchez (o de Alberto Fernández en Argentina).

Obviamente, es muy preferible (y defendible) frente al horror necro-político de la derecha radical por mil razones. Pero tampoco nos quedemos ahí. Es también un cálculo coste-beneficio sobre las poblaciones consideradas como fuerza de trabajo, otra consideración utilitaria.

En este cálculo se combinan los derechos sociales y las medidas sanitarias con un marco que no se toca, un límite absoluto. El querido Fernando Simón lo resumió con su franqueza habitual: «este país vive del turismo, tenemos que prepararnos» (en otras geografías se trata de otros extractivismos depredadores). A esa combinación se llama «nueva normalidad». No se toca el marco, ni se emprende ningún cambio sustantivo.

Pero tampoco le pidamos peras al olmo: lo que ha cambiado siempre las cosas es una nueva definición de la realidad, la emergencia de otro sentido de la vida. Un gobierno gestiona, mejor o peor, pero no puede producir otro sentido de la vida.

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10. Una cantidad de preguntas, una cantidad de malestares, una cantidad de ganas de otra cosa. Todo ello junto y revuelto, en un magma. Es un potencial enorme.

¿Cuál es el desafío? Engarzar lo existencial con lo político, las preguntas y el impulso de cambio. Sólo hay energía política cuando ambas dimensiones tejen un vínculo, como ocurrió el 11M de 2004, el 15M de 2011, los 8M de la huelga feminista.

La transformación social no consiste sólo en una serie de problemas objetivos (pobreza, etc.) que se articulan en demandas dirigidas al Estado, sino que es también la expresión (no la representación) de unas preguntas radicales sobre la vida que de pronto se vuelven colectivas, comunes y compartidas. Formas de expresión (organizativa, estratégica, táctica) que hay inventar cada vez, no despreciando las experiencias pasadas, sino recreándolas.

Cuando lo existencial se separa de lo político sólo hay debilidad: lo político se convierte en partido, identidad e ideología; lo existencial se lleva a terapia

Las tentativas de transformación social han fracasado una y otra vez cuando encomiendan el cambio a una renovación puramente objetiva, estructural, sociológica. Es la «izquierda sin sujeto» que desmontó el pensador argentino León Rozitchner hace más de 50 años, pero que persiste en su fracaso.

La izquierda sin sujeto se hace cargo de lo político sin dimensión existencial, la terapia se hace cargo de lo existencial sin dimensión política.

El sujeto de cambio no es mero soporte de determinaciones económicas o sociológicas, sino el espacio de elaboración de preguntas, malestares y deseos. Un espacio a la vez e indisociablemente individual y colectivo.

La fuerza de transformación hoy pasa por la capacidad de dar expresión común al magma de preguntas, malestares y deseos que nos atraviesa, a nuestras subjetividades heridas y en crisis, en definitiva, a nuestro «estar raros».

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Amador da las “Gracias por las conversaciones raras» a las personas que alimentan este artículo: Marta Badiola, Natasa Lekkou, Raquel Mezquita, Marga Padilla, Juan Gutiérrez –en las fotos-, Natalia Garay, Diego Sztulwark, Agustina Beltrán, Javier Olmos, Arantza Santesteban, Sergio Larriera, Eugenia Mongil, Amarela Varela.

Nosotros le damos las gracias a Amador por este necesario y lúcido trabajo

Tomado de

https://www.eldiario.es/interferencias/raros_6_1039806037.html