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Después de Nápoles y de la Magna Grecia, nosotros no somos los mismos

Un receso en la Costa Amalfitana

Heráclito de Éfeso, era conocido como «El Oscuro». Se mantenía a distancia de la multitud, a la que consideraba falta de entendimiento. En él se percibe un rasgo común a muchos de los filósofos antiguos: el vivir una vida acorde a su filosofía. Con el paso del tiempo, a medida que la Filosofía se fue transformando en una disciplina, en un estudio, los filósofos fueron disociando su saber de su actuar.

Según Heráclito todo fluye, todo cambia, nada permanece. “No podemos bañarnos dos veces en el mismo río”, dice en uno de los fragmentos que han llegado hasta nosotros.

Esta experiencia hemos vivido en la Magna Grecia, los romeros de ayer, los de la Vía Francigena, y los curiosos impenitentes de hoy. El tiempo parece haberse detenido en Pompeya, Herculano o Pozzuoli, pero nosotros ya no somos los mismos. Mientras Capri, Sorrento o Nápoles cambian todos los días y, a veces, uno tiende a pensar que siempre es el Sur el que paga el pato por el Norte rico y acomodado. Allí las cosas fluyen con más vigor. Se siente la libertad. El ir y venir de la gente.

A nuestro regreso también hemos encontrado un país más revuelto todavía, más turbulento. Además de los encierros, las medusas, el Tour y los precios en las terrazas. Resulta que en nuestra ausencia se ha hundido más nuestro sistema económico y el mapa político es todavía más diabólico.

Volver a la Magna Grecia es una forma de evasión colectiva o un sistema de descompresión. Hacerlo en barco es tocar el cielo -el atardecer, el amanecer- con los dedos y cuando todo parece a punto de estallar, volvemos a la cerveza con limón, la arena en la ducha y los turistas de aquí, como nosotros en Pompeya, comprando paraguas, ellos para la lluvia, nosotros para el sol, que caía a plomo.

A nuestro regreso vuelven a nuestra boca viejas y queridas palabras, como ‘gazpacho’, ‘visera’, ‘rocas’, ‘cantimplora’ o ‘helado’.

Es el verano