Teoría del conocimiento

OPHULSEs clásico, tomado como evidente en los círculos académicos, el papel subjetivo de la organización para la agrupación de personas en torno a cualquier evento de naturaleza social, política o cultural.

En la novena temporada de prestigiosa literatura y séptimo arte en Aiete , el tesón, la inteligencia, la comunicación y la empatía, principalmente de la artífice de estos encuentros, son protagonistas de este fenómeno – se le debe llamar así-, prodigio cultural de nuestra ciudad.

El enclave es hoy el centro cultural de Aiete, ayer aquella vetusta, y encantadora, sala del Topaleku, o el barroco caserío Katxola, entre las montañas, con jornadas de frío y nieve, pero también con días de primavera.

El cónclave de personas que desde hace nueve años se viene reuniendo los primeros jueves y viernes de cada mes -mucho prójimo hace tiempo que tiene garantizado el cielo- pertenece a toda la ciudad: Aiete, Amara, Gros, Intxaurrondo, Parte Vieja, Centro, Ategorrieta, Egia, a la gran urbe, Rentería, Oiartzun, Pasajes, Hernani, Lasarte, Andoain, Tolosa. En un mapa de puntos, veríamos las señales concentradas en Aiete, luego de esta densidad los puntos son más dispersos, pero son.

Pongamos aquí, a la asistencia, un primer signo de admiración.

Pero además, estas asambleas ciudadanas tienen dos momentos de catarsis que sintetizan o simbolizan la importancia de la reunión. La primera oportunidad se da al finalizar la tertulia de los jueves; la segunda, cuando al acabar la película, se encienden las luces de la sala. En esos instantes un sólo corazón (el de más de cincuenta seres en la tertulia y el de más de cien el día del film) late en la sala.

Es el singular corazón de este grupo de bellísimas personas saliendo de un intenso momento de concentración y conocimiento, un momento singular para ellas.

Encarnan el homo sapiens colectivo, resultado, por un par de horas, el pasado jueves, de su fusión, de la mano de Lola Arrieta, con Hermann Broch, con su mundo, con su arte, con su literatura, con su novela, con su Huguenau, Esch, Pasenow.

Es asombroso, fascinante, delicadamente prodigioso, que en la cresta de la ciudad, en un barrio hasta ayer desconocido, se puedan juntar más de cien personas, para ver una cinta, copia de una copia, en blanco y negro, del color deslavado de las viejas fotos de nuestros aitonas y de la ciudad antigua, y en versión original subtitulada.

Cierto, se trataba de Max Ophüls, De Mayerling a Sarajevo, una película de amor y de actualidad histórica, puro cine, puro arte, puro séptimo arte, que los asistentes depuraron hasta el último sorbo, en un entorno de complicidad y camaradería, en un contexto fieramente humano.

Este ambiente (real, auténtico, palpable, visible, patente) se da en San Sebastián. Cada una de estas personas, por su interés personal, por su compromiso social, por su acervo cultural, por su trayectoria profesional, son referencia en su familia, en su bloque, en su barrio, en su medio. Vive la ciudad.

Son mayoría mujeres, pero también muchos hombres han venido a disfrutar de una película “típicamente femenina”, y de una larga trayectoria de buena literatura y cine

Han superado la edad de la inocencia, son personas con experiencia -con mucha maestría profesional, universitaria, social, política- pero con la ingenuidad y la curiosidad intactos, facilitadas por estar inquebrantablemente unidas al sentido de libertad y progreso.

Es gente que disfruta, hasta los tuétanos, del saber, del conocer, del salir de casa, del estar juntos.

Son la suma de muchos hombres (mujeres), como aquel que a Cernuda, le parecía suficiente para confiar en el género humano

Deja un comentario