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Olentzero joan zaigu…

Primero era llevado en un remolque de labranza, acompañado por una comitiva que recorría todo el barrio

1997

Un año, 1997, se sacó la Jaiotza en el lugar del Olentzero pero al año siguiente volvió el Olentzero, y fue recibido con música de flauta

Desde principios de este siglo se quedó sin carroza que lo trasportara, y la comitiva siguió celebrando el día de Nochebuena entonando sus canciones preferidas -la foto es del 2004 y vemos en ella a maestras y maestros de la música-

Más recientemente las alumnos y alumnos de la Aiete Ikatetxea construyeron una figura que representa al Olentzero y esta es llevada en andas, como manda la tradición; el personaje mitológico va acompañado de txistularis y panderos y de ‘casheritas’ y ‘casheritos’ en permanente kalejira por las calles que van desde Hiru Damatxo -sede de la Ikastetxea- hasta la el parque de Otxanda (Munto). Las niñas y niños portan una sábana en la que recoge el aguinaldo que entregan los transeúntes o comercios y desde los balcones y luego entregan a Cáritas

Algunos dicen que el carbonero tiene su morada en los misteriosos collados de Aralar, paraíso de los dioses vascos. Esta teoría está avalada por el Aita Barandiaran

Cuenta la leyenda que un día de fiesta, cuando se celebraba el solsticio de invierno y los gentiles del lugar bailaban en la pradera de Matxabaleta, en Aralar, una nube se fue acercando al lugar hasta llegar a tapar el sol. En Aralar el lugar donde se ubican los hechos relatados sigue siendo conocido con el nombre Jentillarri.

De allí parece que viene el Oletzero, llega a Tolosa, luego sigue por Andoain, y desde la vecina Hernani hasta Aiete, el primer barrio de Donostia. El carbonero entra en San Sebastián por la plaza Hiru Damatxo. Y luego recorre el núcleo alargado del barrio, pasando por Etxadi, el Topaleku, los jardines del Palacio de Aiete, hasta el parque de Otxanda en Munto. En el parque de Otxanda también es recibido con sorpresa y jolgorio, y se monta una bonita fiesta.

Será la primera vez en muchos años que el Olentzero no sale por el barrio en su carro o en andas. En esta ocasión la chavalería de Aiete no portará al muñeco con la cara tiznada, txapela y la pipa en la boca, como representación del viejo y simpático personaje. No habrá séquito, ni turnos, ni bolseros, ni donativos, ni canciones de Navidad, ni txistu, ni tamboril, ni trikitixa, ni pandero.

Todas estas cosas las llevaremos en la memoria de olentzeros pasados y en nuestro corazón. El Olentzero será nuestro refugio contra la peste de hoy y la más próxima esperanza

Olariaga en ‘Berria’

Pero las cartas están escritas y escribiéndose y el Olentzero hará lo que pueda porque los obsequios lleguen a cada casa. Olentzero es un ser mágico. Los virus no le atacan.

Llegará a todos los barrios de Donostia, y en Aiete los más jóvenes llevan unas semanas pensando lo que le van a pedir; pero también los mayores le han escrito una carta dando valor a su labor mágica y pidiendo que nos siga apoyando.

Hace cuatro años el Olentzero trajo la Aiete Ikastetxea. Hace tres, la plaza de los manzanos de Munto y el Museo Arqueológico al aire libre; el pasado 2019 el ascensor y el funicular. A principio de año se replantaron los manzanos muertos en la plaza de Munto y durante el 2020, en plena crisis de coronavirus, se terminó -con algunas deficiencias- la primera parte del bidegorri, el edificio ambulatorio próximo a entrar en funcionamiento; el cajero automático de Etxadi; hace unos días han renovado la arena del parque de juegos infantiles del Topaleku

Pero la pandemia ha paralizado el proyecto para cubrir el Jolastoki y el Bolatoki Manuel Matxain.

Sabemos que la personalidad del Olentzero no es contagiosa y que en el ayuntamiento existen personas que no comparten su magia, por eso Aiete sigue sin iluminación, sin que se poden sus árboles y sin que brille la luz de todas las farolas. (La iluminación se reserva para unos pocos privilegiados en Donostia)

Nada han hecho en el paseo Dr. Marañón pero sí han puesto una valla para impedir la circulación de peatones en un punto estratégico. Siguen sin reparar baches y agujeros en el paseo del Alto de Errondo y en otras zonas del barrio; no hay noticias sobre la construcción de un funicular desde el San Juan de Dios hasta Anoeta, ni de la apertura del atajo del camino del Alto de Errondo a Anoeta -también lo han vallado-. Y sin embargo se proponen un ascensor sin necesidad -entre Amara y una esquina de San Roque- que recuerda el famoso aeropuerto sin aviones de Catellón

En La Cumbre también llueve. Es muy necesario que se insale una marquesina (por modesta que sea) Fotos Arizmendi

Para potenciar el uso de la bicicleta, se ha pedido al Ayuntamiento que derribe el muro cedido por las Jesuitinas y así unir el bidegorri de Oriamendi con el de Aiete. A Dbus se le solicitan dos marquesinas a la altura de Munto y de La Cumbre, y un autobús-microbús para que haga el recorrido por el barrio, teniendo en cuenta que se inaugura el centro de salud. Y a Donostia Kultura se le postula que, abandonada la pandemia, abra por las mañanas el Centro Cultural de Aiete.

Para qué seguir, querido Olentzero, sabemos que haces lo que puedes, y no te vamos a amargar la fiesta; lo importante es la salud y la felicidad de las niñas y de los niños…y de las personas ancianas…

Para terminar reproducimos este video de Miren Laborda, de 8 años de edad, porque pone voz a los sentimientos de miles de niñas y niños de Pamplona, con el mismo sentimiento que las criaturas de Aiete, porque este año no hay comitiva del viejo carbonero ni por Iruña ni por el barrio debido a la situación sanitaria.

Este año no podemos ir a saludarte por las calles del barrio pero estaremos en nuestras casas esperándote. Y cantaremos con nuestras familias.

¿A dónde han ido a parar los peces del estanque de los jardines del palacio de Aiete?

Juan Ramón Apezetxea Escudero ha preguntado al Ayuntamiento sobre los peces del estanque del parque de Aiete. No quieren contestarle a lo que les preguntó. Los peces han sido retirados por limpieza pero no se vuelven a reponer. Mucho se teme a que los eliminan. Una barbaridad. Son seres vivos que dan carácter y colorido al estanque.

Una de las esculturas de Jadiku, tiznada con un chafarrinón

Un nuevo borrón en la educación (¿De nuestros adolescentes?)

Ultimos día de la exposición de la ingeniosa obra de Josean Díez de Quevedo en el Topaleku de Aiete, dedicada a nuestros mayores en época de Covid 19

El manchón no es como el grafiti que han pintado en el Peine del Viento, es una agresión a un trabajo artístico

Reclamamos al Ayuntamiento de San Sebastián proceda a limpiar, esta, y la anterior escultura, que los gamberros ensuciaron la misma noche de su colocación

No es necesario que vayan un con chorro de arena, es suficiente con que se pongan en contacto con el escultor y pregunten qué producto de limpieza aconseja

Damos aviso inmediato a los servicios de Mantenimiento Urbano que encabeza para que procedan a su borrado (La anterior chapuza sigue sin limpiar).

El autor o los autores campan por sus respetos por todo el barrio y se ceban en las obras más sensibles y apreciadas por los ciudadanos: plaza de los manzanos de Munto, marquesinas de los autobuses, casa de los cuentos, etc.

En esta ocasión han vuelto a invadir, con nocturnidad, los jardines del palacio de Aiete que la guardia municipal cierra a las nueve de la noche

Paseo Dr Marañón: En un paso de peatones se ha puesto una valla que impide el paso

Ponerle puertas al campo se ha hecho realidad en los últimos años en Aiete. Cuando las autoridades quieren evitar que la gente ande por las veredas y caminos de siempre, colocan vallas y cancelan el paso, sin importarles su carácter público. Empezaron con el atajo del Alto de Errondo y ahora le ha tocado al paso de peatones de Dr Marañon

Un joven lector nos escribe “Llevo toda mi vida andando por estos pagos y ahora me encuentro con una barrera que me impide andar derecho”.

Otro, más veterano, “Este es un asunto de traca y de atraco. Nos quieren conducir por donde ellos quieren y no arreglan la confluencia de paseo de Aiete con D. Marañón; de hacerlo se cruzaría cómodamente por los pasos más lógicos y naturales. ¿Por qué no cierran la acera estrecha de D. Marañón?”

Un tercero, “A las costumbres, como a la naturaleza, no se les pueden poner impedimentos ni puertas. Si cortas el paso a un rio o a un mar, volverá a recuperar su terreno natural

Perplejidad, asombro, desconcierto, mosqueo y enfado es lo que ha ocasionado esa alambrada en la vecindad de Aiete

Se venía avisando que en el paseo Dr Marañón, cerca del paseo de Aiete, había un peligroso paso de peatones sin reparar; pues bien, en vez de pintar tres trazos blancos, lo que es un paso de cebra, se ha puesto una valla de prohibido el paso

Irónicamente, se puede llegar a pensar que al ayuntamiento le sobran las vallas, por lo que sea -en el paseo de Aiete, a la altura del ambulatorio han puesto cuatro- [algún pedido en exceso para conseguir rebajas; etc, etc, que la cabeza de cada uno discurra y nos ahorramos sarcasmos, pero lo han hecho, !han cerrado el paso!]

Todavía se recuerdan aquellas palabra del director de movilidad Pepe Arrate: se debe respetar, canalizar y dar seguridad a la circulación peatonal que adopta el vecindario. Los técnicos de movilidad saben que la gente sigue sus costumbres, usa el paso peatonal más cercano, cómodo y antiguo. Primero es el peatón y después el vehículo, decía aquel experto, al que tanto echamos en falta

Los actuales técnicos de movilidad han optado por lo contrario: cortar y prohibir el paso habitual y orientar al peatón por sitios imposibles.

Las personas que circulan por el Paseo de Aiete y se desvían hacia Munto, Plaza Otxanda, Goiko Galtzada, Dr Marañon, cruzan la calzada por el paso de peatones, que tiene la acera rebajada y que ahora han vallado

La imagen visual es un peatón que viene por el paseo de Aiete, desde el centro, o desde los ascensores, andando o con un carro de niños o de minusválidos y gira a la derecha hacia Doctor Marañón; toma la cuesta y llega al paso de cebra ahora borrado y vallado; no puede cruzar y se va por la acera del paseo Dr Marañón, junto al antiguo consulado Belga y allí, la acera desaparece, como saben los técnicos de mantenimiento, por su estrechez y lamentable estado

Con esa valla, se corta, se prohíbe el paso; pero, para más inri, se pone sobre una acera rebajada que facilita la circulación peatonal, incluidas las sillas de ruedas

¿Quién es el responsable de semejante desatino?

Hoy en el Diario Vasco, con foto de Luxa, se recoge otro paso de cebra en el barrio, en el paseo Borroto, del que también han desparecido los trazos de paso de cebra

Rezamos porque esta denuncia no llegue al responsable de pasos de cebra de la ciudad porque lo resolverá enseguida: sobran vallas en Donostia

Homenaje a Elena Murguía, viola en la OSE

Nuestros ojos en la Sinfónica”, así escribimos el 24 noviembre de 2017, admirados por su talento y su capacidad instrumental.

De hecho Elena Mtz. de Murguía Urreta, es miembro titular de viola de la “Orquesta Sinfónica de Euskadi” desde su fundación en el año 1982 y hoy se despide, ha llegado su jubilación. [Del bajo latín jubilum. Sentimiento de alegría intenso, que se manifiesta con signos de alborozo y regocijo].

Lantxabe quiere hacer un reconocimiento a su trayectoria que, en algunos momentos de su vida, se ha cruzado con las actividades organizadas por la Asociación, como recogimos en la fecha arriba mencionada.

Hace poco, con ocasión de nuestro fraternal abrazo a Marcial Otegui, recordamos que estuvo con nosotros en el viejo palacio de Aiete, en concierto el sábado día 20 de mayo de 2006, con el Grupo Barroco ‘Aula Boreal’. La gala se realizó con instrumentos de época: Belén Madariaga fue la soprano; José Mª González Estoquera, barítono y Elena M. de Murgia, viola de gamba. El título del recital fue ‘En torno a Juan del Vado’ «¿Para qué es amor?»

Un año más tarde vino a Katxola con el grupo EDUC, junto a José Miguel Chirivella, clarinete de la OSE -hoy también jubilado- y Javier Ruiz, voz y guitarra.

El domingo 19 de noviembre, en aquel 2017, nos acompañaron, ella y su txakur, por todos los confines del Bosque, hasta llegar al robledal de Errotatxo.

Ana y Elena

A la familia Urreta pertenece nuestra Ana Etxebarria Urreta, son primas y familia del padre Donostia, de dónde, probablemente, les viene la afición y el virtuosismo en la música.

Breve semblanza

No es fácil ser breves, pero para el lector nos parece interesante conocer que Elena ha colaborado, además de con las citadas más arriba, con formaciones como el “Ensemble Sagitarius”, “Compagnie Grimaldi”, “Ensemble Durendal”, “Capilla de la Catedral de Pamplona” y “La Trulla de Bozes” en el “Ciclo de Música antigua” de la Quincena Musical de San Sebastián y el “XII Festival Internacional en el Camino de Santiago”, participando en el “XXXI Festival Bach” de San Sebastián en el año 2000.

Con el Ensemble Diatessaron ha dado numerosos conciertos en prestigiosos ciclos y festivales dentro y fuera de nuestras fronteras y ha grabado el disco “Le Basque” con las melodías del espectáculo de música y danza barrocas que lleva su nombre, con gran acogida de público y crítica.

Ha participado en numerosas grabaciones, entre ellas una con la “Capilla de la Catedral de Pamplona” dedicado a Juan Navarro.

Paralelamente ha tenido inquietud en formarse en viola de brazo barroca con Emilio Moreno y Win ten Have y ha colaborado con varias orquestas barrocas, entre ellas la citada Aula Boreal.

Salud y suerte Elena en tu nueva vida en la que seguro ganarás actividad y goce

Vaya perra han cogido con “Salvar la Navidad”

Creo que la palabra más repetida, desde que nos atacó despiadadamente el bicho, es “salvar”. Y no sé a ustedes, pero a mí esa palabra siempre me ha perecido sospechosa. Siempre pensé que, cuando la usamos, estamos escondiendo algo. Hay veces que no, ya lo sé. Hay veces en que, de verdad, se trata de salvar vidas, de reforzar techos antes de que se llenen de agujeros, de intentar que la precariedad no sea siempre el perro flaco al que le acuden más pulgas que ronchas de miseria al sabio pobre de Calderón. Ya sé que a veces la palabra salvar está más que justificada. Pero igual son las menos.

En marzo nos atracó a mano armada una pandemia que no remite ni a la de tres. Aunque digan que sí, aunque sea cierto que están bajando de intensidad la muerte y las heridas, aunque se esté abriendo poco a poco –muy poco a poco– un pequeño hilo de esperanza, la verdad más segura es que el dolor sigue ocupando el centro de nuestras vidas. Y cuando digo dolor quiero decir mucho dolor, a ratos un dolor insoportable, porque es una locura ver cómo mucha gente a la que queremos y nos quiere ya se fue sin que pudiéramos extender una mano para decirle adiós. Desde ese mes de marzo, la primavera de este año empezó a ser una primavera distinta. Se acabaron los versos infantiles de Machado, los sarpullidos adolescentes, la maravilla de una alergia estacional que mezclaba, con esa mano maestra de la naturaleza, el estornudo y los abrazos. Con la primavera llegaron las golondrinas de Bécquer, no para anunciar la gracia de sus piruetas circenses en los cables de la electricidad y los tejados, sino para dejarnos su tristeza fatal en el dolorido corazón de los balcones. Desde entonces, desde ese marzo aprovechado por los canallas para culpar de la expansión del daño a las mujeres, la enfermedad no ha parado de crecer hasta convertirnos en asustados rehenes de la televisión o en fanáticos y descerebrados seguidores del negacionismo. Y ahí seguimos, en ese miedo legítimo a caer en el agujero del dolor y en la necesidad de que la vida siga siendo vida en medio del desastre.

Y es aquí, en ese itinerario implacable del coronavirus, donde aparece por primera vez la palabra salvar en su versión más sospechosa. Habían llegado el confinamiento, la mirada del estupor, los aplausos, esos sí, que eran como golondrinas de otra primavera distinta en los balcones, la seguridad de que sólo lo público nos podía salvar, ahora sí, de las barrabasadas de una privatización que había desguarnecido la sanidad pública para meterla en las cuentas corrientes de amigos y conocidos y en las cajas B de un partido como el PP que, todavía hoy, nos quiere dar lecciones de ética sin que se le mueva una pestaña. Y ya en esos momentos del confinamiento empezaron a soltar la palabra mágica que hablaba de salvación. El mantra se extendía como la pólvora en un paisaje de desconcierto y de cansancio: ¡salvar el verano! De eso se trataba, sólo de eso. No de salvar vidas, no de aliviar el sufrimiento de la gente, no de buscar en ese sufrimiento la parte más noble de lo humano. Había que volver a llenar los aviones, había que volver a llenar las playas con tumbonas y sombrillas de colorines, había que convertir la soledad y la tristeza en una algarabía de turistas que nos regresaran al paraíso que fuimos en la “vieja normalidad”.

Porque frente a esa vieja normalidad se anunciaba la nueva, la que nos iba a devolver a la cresta de la ola en los rankings mundiales de las canciones del verano. El poder del dinero y el miedo que ese poder les da a todos los gobiernos del mundo mundial convirtieron ese mantra en una imperiosa necesidad de cambiar las estrategias para doblegar las embestidas del covid-19. Se abrieron las compuertas de la seguridad y pudimos constatar que la operación de salvar el verano había sido un rotundo fracaso. No vino nadie. En los aviones crecían telarañas. Las playas eran como la que sale en la magistral secuencia final de El planeta de los simios. El miedo de la gente volvía a la cinta de salida. Y lo hacía, además, con una contundente certitud: si no salvamos vidas, nada se salva. Tampoco la economía.

Y cuando ya pensábamos que las lecciones del pasado servirían para evitar errores del presente, va y volvemos atrás, a esos momentos de aviones a tope y playas como las que cantaban los chicos de Fórmula V o los Beach Boys cuando yo y a lo mejor muchos de ustedes éramos jóvenes. Ahora se trataba de cambiar lo de “salvar el verano” por lo de “salvar la Navidad”. Y ahí estamos.

Otra vez mareando el sentido de las palabras para pervertirlas hasta provocarnos vergüenza. Otra vez a sentirnos rehenes de los poderes del dinero y de sus estrategias, unas estrategias que no tienen ningún pudor en mezclar el dinero con los sentimientos de la gente. Otra vez a sufrir los arañazos de la incertidumbre: ¿vendrá después de las fiestas navideñas un nuevo repunte de contagios peor aún que los que llegaron tras la desescalada ultrarrápida y que todavía hoy estamos sufriendo? Otra vez se trata de salvar algo trucando el sentido mejor de esa palabra para convertirla en una estrategia de la política miedosa y de la economía, una economía que no es la de la gente pequeña sino la de las grandes empresas que no renuncian a nada para conseguir que cuadren las cuentas del beneficio en la imperturbable columna de sus más que sabrosos resultados. Otra vez a dejar en segundo plano las muertes y las heridas que está provocando la puñetera, insaciable, pandemia de las narices.

Salvar de verdad la Navidad es intentar que el dolor no alcance –o alcance lo menos posible– a quien la vive. Cada cual la ha celebrado siempre a su manera. Ahora se trata de que los abrazos no se conviertan en una emboscada, de que las manos vuelen por el aire como si fueran las de un mimo acostumbrado a las caricias sobre un cuerpo invisible. Ahora se trata de no perdernos de nuevo –y tal vez con mayor dolor y más tristeza– en esa distancia que nos impide despedirnos de la gente a la que amamos con locura. No se me van de la cabeza, es imposible que se me vayan, los versos que escribió hace muchos años Francisca Aguirre y que parecen escritos ahora mismo: “Cualquiera se puede morir, / pero morir a solas es más largo”. Ojalá la palabra salvar tuviera esa nobleza que nunca debería haber perdido. Ojalá que nunca más la perdiera. Ojalá.

13 diciembre, 2020

Alfons Cervera