El viernes día 30 de mayo, a las 19:30, en el centro cultural de Ayete, tendremos con nosotros al doctor Pedro Mª Berriochoa Azcárate; precisamente en su conferencia, impartirá lo más atractivo y anecdótico de su tesis doctoral editada con el título

“COMO UN JARDÍN. EL CASERÍO GUIPUZCOANO ENTRE LOS SIGLOS XIX Y XX”.

Pedro Berriochoa, amigo de Lantxabe, será bien recibido en Ayete, un barrio de caseríos e intensa vida rural hasta hace muy poco tiempo¹.

Berriochoa inicia su libro-tesis doctoral con esta cita de los evangelios.

“Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz”

Marcos 15: 21.

Es la última ayuda de Jesús, un campesino, un padre de familia, un hombre respetable. “Me alineo con mis baserritarras y con todos los campesinos del mundo. Reivindico el caserío”

Pedro Berriochoa será un guía privilegiado para ayudarnos a conocer la vida de nuestros baserris.Departirá sobre el caserío guipuzcoano y, por tanto de Ayete, en el periodo que discurre entre fines del siglo XIX y principios del XX bajo un triple prisma: económico, social e ideológico.

Nos hablará de mitos y de realidades históricas. Hubo un mito que aparece en el bertso de Iparragirre: Baserri eder txuru-txuriak o de Arturo Campion “Paloma en la pradera”, pero la vida en el caserío era dura, muchas corrientes de aire, mucho sitio para los animales y para el tolare (en los caserío sidreros, que abundaban en Aiete), y las personas en la cocina, sobre todo los días de frío.

La mayor parte de los caseríos eran arrendados.

Hasta el siglo XIX la leche de las vacas era para las familias del caserío. Luego empezó a consumirse en las ciudades porque mejoraron su alimentación.

De Gipuzkoa son las vacas “gorrias” que se cruzaron con toros Schwitz y produjeron esa raza tres en uno: daban tracción, daban carne y daban leche. Y daban terneros más precozmente.

Las mujeres con sus burros antes del amanecer bajaban con las marmitas de los caseríos de Ayete hasta el mercado de Donosti o hasta los apeaderos del tren y de allí a San Sebastián. Formaban una peculiar “vía láctea”, a decir de Berriochoa. (Saizarbitoria ha rememorado esta escena en el Martutene que tuvimos oportunidad de compartir con él en el ciclo de literatura y cine de Aiete)

Otra fuente de alimantación eran las castañas. Se conservabam hasta cuatro o cinco meses, era el último manjar de la cena, pero llegó la tinta del cataño. La catástrofe fue incalculable. Cientos de miles de castaños desaparecieron. La tinta entró hacia 1870 y atravesó todo el pais de forma inmesericorde. (La foto cenital que se muestra en otra entrada de esta web, enseña un Aiete deforestado, si se amplia el foco llegaremos hasta el Bosque de Miramón como reducto de ese no lejano pasado)

También nos contará como en 1867 se mató el último oso de Gipuzkoa, en Antzuola. Ese mismo año, en Lezo, aparecen las primeras quejas a propósito de las emisiones de humo de la real Compañía Asturiana de Minas.

Por fin, en 1980, con Suarez como presidente del gobierno, los arrendatarios antiguos tuvieron un acceso a la propiedad muy ventajoso, en Aiete ya no quedaban apenas caserío para ser comprados.

Berriochoa, decimos, disertará sobre el caserío guipuzcoano y, por ende, del caserío en Ayete, aunque mucho de su contenido podría ser extendido a otras regiones ocupadas por el llamado caserío atlántico vasco: la mayor parte de Bizkaia, el norte de Álava y de Navarra e, incluso, las tierras de Laburdi y de la Baja Navarra.

La historia que nos va a relatar nos puede parecer un territorio lejano y desconocido. Parecerá que hubiera pasado un milenio y, sin embargo, vamos a zambullirnos en un tiempo de hace menos de un siglo, aquí en este barrio, en torno a estos jardines de Aiete, de lo poco que se conserva, tal cual, de hace un siglo.