Nos ha dejado Antonio Arana Salaberria

De él, en su libro “Aiete….”, escribió Pedro Berriochoa la estampa titulada
UN HOMBRE CON MUCHA “DOCTRINA” EN GUARNIZO

Antonio Arana Salaberria (Guarnizo, 1923) es el interlocutor más anciano de los que hemos entrevistados. Goza de relativa buena salud y de mejor humor, pero se cansa con las preguntas a las que le somete el pesado de Pedro. Fue el etxekojaun de Guarnizo hasta 1970; hoy vive con su esposa Carmen Sarasola Ansa (Morlans, 1926) en una casa detrás de Mamistegi.
Guarnizo no era un caserío sin importancia. Se trataba de una casa muy antigua, que se remonta a la Edad Media. En la Colección de documentos medievales del convento de San Bartolomé nos aparece en varias ocasiones en documentos del siglo XV. Juan de Guarnizo comprando una viña a un particular, comprando bienes concejiles al Ayuntamiento en la muga con Usurbil, traspasando una parcela de tierra al convento… Igualmente, nos aparecen dos hermanos, los García de Guarnizo, que reciben 220 florines del testamento de su tía. En la estampa de Morlans vemos cómo María de Fayet vende a Joanes de Guarnizo sus terrenos del “puerto de Morlans” en 1525.
Se trata de un topónimo y un apellido que se halla también en los alrededores de Santander, el célebre astillero de Boo de Guarnizo, y también en la Trasmiera y en la zona de Camargo. Un topónimo con misterio.
Antonio no se acuerda de sus abuelos. Sabe que habitaron en el caserío, pero no recuerda sus nombres. Su padre se llamaba Patxi Arana Sodupe y lo recuerda con cierta sorna. Trabajaba en el caserío y, si no, se iba a la taberna. Pero tenía otra ocupación más interesante: iba al puerto a por deshechos, los pudría en el caserío y luego los vendía como abono para los jardines de las villas de los alrededores. Antonio recuerda cómo él mismo les llevaba el abono a los Ubarrechena (a los abuelos del hostelero Mikel Ubarrechena), que vivían en Palacio Berri, al lado del caserío Lazkano. Toda esta actividad de transporte la hacían con yuntas de vacas. Caseros pluriactivos.
Su madre se llamaba María Salaberria y procedía del caserío Errotaburu de Ibaeta y, por lo que él sabe, no tienen relación de parentesco con los Salaberria de Indiano.
Recuerda a una hermana de su padre llamada Kutxa (Mª Cruz), la sirvienta de Joxe Bizar, que era, junto a Txabola, dueño también de Guarnizo.
La familia Arana-Salaberria tuvo tres hijos: él, Antonio, el mayor; Pablo (1926-1970), e Iñaxi (1929-2015).
Pablo fue en su juventud un gran nadador. Antonio le recuerda bañándose en un pozo que había debajo de Bera Bera, y cómo cruzaba la Concha hasta la isla un par de veces. Se quedó soltero, vivió en el caserío y trabajó en el Tranvía Tolosa-San Sebastián. Murió de un mal golpe en el propio Guarnizo. Antonio y su familia ya habían salido, pues iban a demolerlo. Pablo iba a ir a vivir con Iñaxi, su hermana, a su piso en Villa Flores, pero se empecinó en permanecer en el caserío en una actitud numantina. Fue Enrique Zaldua, de Olabene, el que les trasmitió la trágica noticia.
Iñaxi tuvo mala suerte. Se casó con “un pinta”, me comenta Antonio. Su marido, Daniel Rodríguez Hospital, la abandonó. De recién casados estuvieron viviendo en Guarnizo. Antes, habían cogido una pollería en San Martín y allí trabajó Iñaxi hasta jubilarse. Iñaxi también se quedó con una huerta importante y la trabajó hasta la desaparición de Guarnizo. De alguna manera, se repartieron las tierras del caserío.
Antonio se casó en 1951 con Carmen Sarasola Ansa (Morlans, 1926), de la que hacemos un retrato en la estampa de Morlans. Antonio nunca ha sido un casero full-time. De joven trabajó 4 ó 5 años como albañil para Ricardo Ancel, un constructor de Txantxarreka. Tras casarse, y por mediación de su suegro Gregorio Sarasola, entró en la Fábrica de Gas en donde ha trabajado hasta su jubilación, durante 37 años. No tiene buenos recuerdos de aquel trabajo: duro, sucio, exigente…, al menos, en su puesto. Me señala que hoy no hubiera ingresado en la empresa. Solo acordándose del coque se le revuelven las tripas.
Antonio y Carmen han tenido dos hijos: Miguel Mari (n. 1954) y Juan Mari (n. 1960). Juan Mari está presente en la entrevista y participa de ella.
Guarnizo lo derribaron junto a Txabola hacia 1970 para levantar el primer convento de las Oblatas. Posteriormente, y a los pocos años, derribaron el citado convento, absolutamente nuevo, y construyeron el actual, tan posmoderno.
Antonio tiene metida la religión hasta los tuétanos. Dice ser, si no el primero, uno de los primeros monaguillos de Aiete. Recuerda a un cura muy mayor y mudo, que vivía en Castillblanco, en el palacio, al lado de Villa Lola, en Gurutze. Le ayudaba a dar misa en la de las 7 de la mañana. Le pregunto cómo un cura mudo podía dar misa, y me señala que lo hacía mediante señas y en un susurro inaudible. No recuerda su nombre. Pero no deja de tener su gracia. También fue monaguillo de Cecilio Aguirre.
Antonio me repite, una y otra vez, que apenas estudió. Solo aprendió la doctrina, el catecismo: “adrebes jarrita ere bai”. Entonces, no había más que eso. A pesar de que su padre era frío en asuntos de religión y no iba a misa. Patxi era más de taberna, señala socarronamente.
El cura Cecilio Aguirre quería que él fuera de seminarista, pero no tenía estudios. El cura se empeñó. Me informa cómo traía las hostias sin consagrar del Buen Pastor. Se comía por el camino los recortes de las obleas y también alguna que otra hostia. Traía en dos cajas: en una, las grandes para el cura; en la otra, las pequeñas para los fieles.
Ataca sin piedad a la generación de los hombres de su padre. “Franco baino dictadoreagoak ziren”, me dice. Vivían bien, comían mejor, se pasaban el día en la sidrería… y los hijos, de hambre. Ellos se iban a las sidrerías para días, y la pobre mujer con la “sega” a cortar la hierba y a darles de comer a las vacas, y a sacar a la familia adelante. Antonio no tiene pelos en la lengua: “Franco gizon bat zen”, en comparación con muchos de su generación anterior, dice para mi asombro. Carmen, su mujer, le corrige y señala que su padre Santiago era un santo comparado con respecto a aquellos que se refiere Antonio.
A la mente me viene lo que cuenta Sebastián Salaberria sobre ciertos caseros que en auzolan sembraron el maíz y la alubia, allá por mayo, y luego se fueron a la sidrería a festejarlo. Y siguieron y siguieron. Hasta 8 días. Para cuando el etxekojaun volvió a casa, el maíz estaba ya nacido.
Era Guarnizo una caserío pequeño, pero de buena tierra. Es el único de los informantes que me señala una medida antigua: “10-12 golde lur zituen”, aproximadamente unas 4 ha. Tenían 3 ó 4 vacas y una buena huerta. Su madre y, después, su hermana iban a vender al mercado de San Martín. Su mujer, en cambio, vendía la verdura en las misma tienda de Amara Viejo que, anteriormente, lo hacía cuando vivía en el caserío Morlans.
Me sorprende que Antonio no se acuerde de sus abuelos, pero sin embargo tiene en mente otra fecha: el 25 de abril de 1945. La memoria selectiva. Es el día en que fusilaron a su sargento. Antonio fue al servicio militar a Las Palmas, y estuvo en el cuartel de Guanarteme, cerca del aeropuerto. Recuerda cómo llegar allá le costó 22 días. Rememora como si fuera ayer el viaje a Madrid, luego a Sevilla y el vapor que tomó rumbo a Las Palmas. Estuvo 29 meses en la mili, aunque tuvo dos buenos permisos, pues el capitán, Ricardo Balanzategui Marín, era de San Sebastián1. Pero lo que verdaderamente tiene grabado a fuego es el fusilamiento de su sargento, delante de toda la compañía, acusado y juzgado culpable del envenenamiento de su esposa. Una historia de amor y de muerte. Antonio recuerda cómo su sargento confió en él para llevarle en mano la carta de despedida para su amante.
Pedro y la gente de Lantxabe queremos tener con él nuestro recuerdo y cariño y un abrazo muy grande a su familia, especilamente a Miguel Mari y a Juan Mari

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