El tesoro oculto de Aiete

gontzal largo. diario vasco

Acceso a los jardines de Aiete por Morlans

Aunque apagado e inerte, el circuito de agua del palacio de los Duques de Bailén es una fantástica obra que combina poesía e ingeniería. ¿Conseguirán resucitarlo algún día?

El Palacio de Aiete esconde un tesoro. Parte de éste se encuentra bajo tierra, oculto. El resto, está a la vista de todo el mundo, pero permanece tan olvidado como si hubiera sido enterrado. Todos aquellos que se acercan a este rincón romántico de San Sebastián se topan sin quererlo con el estanque situado frente al edificio principal. Hasta ahí, ningún secreto. Luego, es fácil apreciar las charcas escalonadas a diferentes niveles, como si crearan una pequeña cadena acuática. Ello es, sólo, la punta del iceberg, la parte visible de un complejo sistema, de un circuito de agua creado hace cien años para que todas las piezas de este monumento encajaran de forma equilibrada, musical y eficaz.

Viajemos al año 1865, cuando los Duques de Bailén adquieren estos terrenos apostados junto a la carretera de Hernani (la vía que conectaba San Sebastián con el Camino Real y, por ende, con el mundo exterior) para construir lo que podemos ver en la actualidad. Luego, los nobles cedieron el complejo a Isabel II, Alfonso XII y María Cristina, que aquí veraneó antes de que el palacio de Miramar fuera construido. Tras pasar por las manos de la condesa de Casa Valencia, el conjunto monumental fue adquirido por el Ayuntamiento en 1940 para que Franco lo adoptara como residencia veraniega, como así acabó siendo. Tras la muerte del Dictador, el Ayuntamiento lo abrió al público en 1977.

El circuito de agua que nos ocupa -y de cuya existencia e importancia nos informó un documentado lector- forma parte de Aiete desde su inicio, cuando los jardines que rodean al palacete fueron concebidos. Estos son una compleja obra artística en la que participaron jardineros -el caso de Pierre Ducasse, autor, entre otras muchas obras, de la plaza de Gipuzkoa-, ingenieros y arquitectos, unidos todos ellos para crear un espacio natural en el que nada estuviera dejado a la improvisación y todos los elementos -desde las fuentes, hasta las estatuas de los jardines, pasando por las especies arbóreas- presumieran de una razón de ser.

El circuito original ya no se encuentra en funcionamiento. De hecho, el propio sistema de estanques del parque muestra un evidente estado de abandono, más llamativo aún cuando se tiene en cuenta que el Palacio y sus dominios es un bien declarado Conjunto Monumental. Todo ello es palpable para el transeúnte que se acerque al lugar y al que le invitamos a realizar un recorrido para descubrir los entresijos de esta obra del siglo XIX, sutilmente ninguneada cien años después de su creación.

El recorrido Fuente en los jardines

Todo comienza en la parte oriental del parque, a los pies de la ladera que mira a Morlans, junto al acceso por este barrio donostiarra. Nada más atravesar el umbral, fije su vista a la izquierda y podrá adivinar parte de la silueta de dos grandes ‘piscinas’ cuya forma es remotamente parecida a la de un riñón humano. Se pueden ver varios de sus bordes, apreciándose la forma primitiva de estos tanques que alimentaban todo el circuito de agua de Aiete. Éstos, a su vez, bebían de los manantiales de Morlans, los mismos que proveían de agua a una parte de la ciudad. El cronista de Aiete, Claudio Artesano, estimó que la profundidad de estos aljibes podía alcanzar los seis metros y que debieron de ser clausurados y tapados con tierra en el año 1977, cuando el parque fue abierto al público. Hoy en día, crecen varios árboles en sus terrenos y si no fuera por los bordillos que el paso del tiempo ha destapado, apenas quedarían huellas de ellos.

¿Cómo ascendía el líquido a la parte alta de la finca para alimentar los estanques? Gracias a una bomba de vapor -situada allí mismo, en un pequeño edificio- que impulsaba el agua hasta la torre emplazada junto al palacio y al estanque principal. Esta todavía sigue en pie y, aún sin acceder a interior, puede uno imaginarse los depósitos de agua que, desde el desván, alimentaban la laguna principal, gobernada por una bella estatua de fundición de una náyade -figura de la mitología griega y espíritu de las masas de agua dulce como los arroyos o los manantiales-, pintada en blanco.

Antiguamente, era de la caracola que sostiene ésta de donde salía el agua a chorro (también tiene unos juncos a sus pies, lo que subraya su condición de deidad acuática) pero en los últimos años, esa fuente quedó clausurada. Hace apenas cuatro semanas, la náyade apareció en el fondo del estanque, tras haber sido arrancada violentamente de su emplazamiento.

Llegamos a la cascada, hoy deshidratada y tristona, a menudo utilizada por las parejas de recién casados para inmortalizar el día de su boda. El conjunto pétreo que vemos y palpamos no es natural, sino una obra de artesanía que busca evocar las formas barrocas y excesivas de la Naturaleza. Otros ejemplos de esta piedra artificial los encontramos en la ermita de Lourdes Txiki o, por poner un ejemplo más lejano, en el admirable parque de las Buttes Chaumont de París. La cascada es hija de una época en la que las intervenciones humanas en los parques aspiraban a fundirse al máximo con el paisaje, deseando no sólo imitarlo, sino también agasajarlo y exagerarlo. Fruto de aquella tendencia también son las barandillas que imitan troncos y ramajes, auténticas joyas de mobiliario urbano decimonónico, como las que había en la plaza de Gipuzkoa y que fueron retiradas. Hoy todavía pueden apreciarse ejemplares de éstas en, por ejemplo, el parque de atracciones del monte Igeldo o en el acceso al colegio de San Bartolomé-Compañía de María.

Tras la cascada, el agua caía en otros dos estanques más modestos y de ahí, una conducción devolvía el líquido elemento a su lugar de origen, los fenecidos tanques de Morlans, donde se volvía a reutilizar hasta el infinito.

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