El error de Pablo Iglesias

PRENSAEscuchando el comentario de Pablo Iglesias el pasado jueves en un acto académico en la facultad de Filosofía es difícil no aceptar que cometió un error grave. Estaba en la universidad, hablaba de política y creyó que podía permitirse un comentario jocoso y hasta cariñoso, ante los periodistas allí presentes, sobre los titulares del día siguiente en El Mundo. ¿Qué consiguió? Precisamente eso: dar a buena parte de la prensa los titulares del día siguiente. Su crítica amistosa se vio confirmada horas más tarde de manera brutal y, al mismo tiempo, refinada mediante un titular estándar tan agresivo como paradójico: “Pablo Iglesias ataca a la prensa”. ¿Cuál es el mejor medio de atacar a alguien? Convertirlo en agresor. Haciendo realidad sus críticas los grandes medios le recuerdan quién manda en este país y tratan de imponerle los límites de sus movimientos y de su discurso. O provocar nuevos errores. Hay censura previa y censura retrospectiva. La censura retrospectiva, que curiosamente airea lo que no debió decirse, consiste en tachar públicamente lo dicho para que se vea mucho —como la cruz tajante de un profesor sobre una respuesta equivocada— y el censurado interiorice las zonas necrosadas. Es lo que los pandilleros y los padres violentos llaman “dar un escarmiento”.

¿Qué error cometió Pablo Iglesias? El de creerse ingenuamente dueño de su discurso; el de no recordar que en realidad es un prisionero; que está, si se quiere, “arrestado” y “esposado”: no por la policía —aunque todo se andará— sino por ciertos medios de comunicación que, según el protocolo de las comisarías, le advierten sin cesar de que “cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra”. También las que no diga. Es verdad que todo personaje público es en cierta manera un prisionero de su propia visibilidad y debe medir sus palabras. Lo malo es cuando las condiciones de la visibilidad pública, patrimonio común, están en nuestro país en manos de empresas que tienen, además de un interés económico, un interés partidista incompatible con el ejercicio del periodismo. Lo decía hace poco: un periodista, que es también un ciudadano, tiene derecho a tener su propia posición ideológica y a defenderla; e incluso a considerar que cualquier medio es válido —incluida la mentira y el “asesinato moral”— si se trata de evitar “la destrucción de España”. Pero a eso no se le puede llamar periodismo. Cualquier “medio” no pueden ser “los medios” sin destruir con ello lo que presuntamente se quiere salvar. Un ciudadano no puede defender sus ideas con pistolas; un periódico no pude defender las suyas con mentiras.

Conozco muchos y muy buenos periodistas que están muy preocupados por la situación mediática que ha revelado, en toda su miseria, la aparición de Podemos. Con los medios pasa lo mismo que con el Parlamento y con las otras instituciones: que han sido secuestrados por intereses ajenos, cuando no contrarios, a los derechos ciudadanos; en el caso del periodismo, contrarios al derecho a la información. En su intervención del jueves en la Facultad de Filosofía, Pablo insistía en resumir el proyecto podemita como el de un impulso democrático de defensa de la ley y las instituciones: “un partido de orden”, dijo. Ese debía haber sido el titular. Pero como ese impulso democrático implica democratizar nuestros medios de comunicación, partidistas, interesados y militantes, los medios reaccionan exactamente igual que los políticos: ¡un atentado contra la democracia! Una fuerza que ha nacido con el único propósito de “representar” a esa mayoría social abandonada en las “afueras” del Parlamento y en los “arrabales” de los periódicos, se convierte lógicamente en la enemiga del Parlamento y de los periódicos. Mientras malas prácticas políticas y malas prácticas periodísticas degradan la calidad democrática e informativa de nuestro país, los políticos y los periódicos del bipartidismo se protegen detrás del carácter sagrado de las instituciones que ellos mismos amenazan para intimidar y golpear desde allí a los que quieren salvarlas. Tanto los lectores como los trabajadores deberían tener mucho cuidado para no creer que basta escribir en un periódico para hacer periodismo. El periodismo no es un nombre sino una práctica; y apoderarse del nombre sirve muchas veces para reprimir e incluso voltear la práctica. “Manos limpias”, como sabemos, era finalmente el nombre de un grupo criminal dedicado a la extorsión. Y “Libertad” el nombre de una cárcel de Uruguay.

No es Pablo Iglesias, en todo caso, el que tiene que criticar a los medios. Aunque lo hacía en un marco académico y en un contexto discursivo justificado, no debió hacerlo. Es un prisionero y está esposado. Son los propios periodistas los que se tienen que ocupar de defender su profesión porque son ellos, en realidad, las primeras víctimas. La tierra para el que la trabaja. Las palabras también. El periodismo en nuestro país no es de los periodistas, no es de los que lo hacen. Por eso, como en Cuba, en España puede haber grandes periodistas y un pésimo periodismo. Los ciudadanos tenemos el derecho y la obligación de “entrevistar” figuradamente a los periodistas y preguntarles sin ambages: ¿creéis que la propiedad de los medios y sus intereses partidistas, económicos e ideológicos, junto al trabajo precario, no limitan al mismo tiempo la libertad de expresión de los periodistas individuales y el derecho a la información de los ciudadanos? No hay prensa libre sin periodistas libres. Y no puede haber periodistas libres en una estructura laboral, idéntica a la de un Carrefour o un call center, en la que los contratos temporales y las becas vuelven vulnerables e impotentes a sus empleados, como lo demuestra el inminente despido —silenciado por los mismos que se escandalizan por las palabras del líder de Podemos— de 224 trabajadores por parte de la empresa editora de El Mundo. Los periodistas no deberían olvidar que no están defendiendo solamente su supervivencia individual, como cualquier otro trabajador en cualquier otro sector, sino la supervivencia de uno de los pilares de la democracia. Los médicos, los jueces y los sacerdotes no pueden faltar a su juramento —y denegar auxilio, prevaricar o abusar sexualmente de un niño— sin dejar desprotegida, física y moralmente, a toda la humanidad. Lo mismo pasa con los periodistas. Porque no clavan clavos en una cadena de montaje sino que se dedican a la tarea hermosa y estimulante —de la que pueden sentirse orgulloso— de proteger la palabra humana, y el derecho ciudadano a la información, no pueden clavar ahí clavos ni puñales, so pretexto de que tienen que comer, sin incurrir en una indignidad individual y colectiva contra la ciudadanía misma. Hay que pedirles que defiendan su profesión o se dediquen a otra cosa. Esto es lo que les recuerda el periodista Fernando Varela en un artículo reciente: “lo que no somos es inocentes. Podemos elegir: aunque la alternativa a la complicidad sea el martirio. Y aunque entiendo a quienes eligen ser cómplices, lo que no acepto es que además quieran mostrarse como héroes. Eso sí, de piel muy fina”.

A los buenos periodistas, a los que creen en su oficio, a los que admiramos por su compromiso y su rigor, a aquellos a los que les arruinan buenos artículos con titulares infames, a los que ven cortados sus textos y censuradas sus entrevistas, a los que se juegan la vida en escenarios de guerra para cobrar 100 euros, a los que asumen la línea editorial de sus jefes con rabia y resignación, a los que aguantan para no ser despedidos, a los que se se creen importantes por trabajar con palabras impuestas o prestadas, a los que imaginan otro periodismo mejor, un verdadero cuarto poder independiente al mismo tiempos de los otros tres y de los grandes mercados económicos, a todos ellos los ciudadanos les recordamos con angustia que es su trabajo, y no el de los políticos, el último garante de la democracia. Que se calle Pablo Iglesias, sí, y hablen ellos. Gracias a los que ya lo están haciendo.

Santiago Alba Rico

Público.es

7 comentarios en “El error de Pablo Iglesias”

  1. Si un periodista le dice a su jefe que se ocupe de titular las informaciones propias es muy probable que te conteste que sí, que en cuanto le ingreses tu nómina en su cuenta corriente. Los mecanismos de promoción laboral dentro de la redacción de un periódico, no es un sistema basado en la adhesión inquebrantable al líder. Así se hunde un periódico, de igual forma que así se lamina un partido porque la información y la política son materiales que alcancen su mejor formulación cuando son fruto de debates.

  2. ¡Qué jodido Alberto!
    Y ahora cuando oiga a sus compas de la Ser y el País del grupo Prisa pregonando la denuncia de Cebrian contra la sexta, en vez de denunciar la evasión fiscal que supone «Panamá» ¿Qué pensará? ¿Quién dicta los titulares? ¿Quién hace los reportajes? ¿Quién hace los editoriales? Pues va a ser que son los mismos del comando Corcuera, aquellos que decidieron que o gran coalición o elecciones anticipadas. Ahora eso sí, la culpa la tiene Podemos.

  3. Los portavoces del PSOE, al echar las culpas a Iglesias de que no haya gobierno piensan que la gente es anodina, y lo que relamente ocurre, al menos esa es la opinión que comparto con muchas personas, es que generan un gran fastidio, porque todos sabemos -ellos los primeros porque son sus víctimas- que son los gordos de su partido -González, Bono… y el grupo Prisa- los que apuestan, desde antes de las elecciones de diciembre por el gobierno de “gran coalición” y que son los pesos pesados del PSOE los que prohiben un “pacto a la valenciana”, como llaman los de Podemos a un gobierno de izquierdas.
    Pero lo cierto es que los nuevos dirigentes socialistas más que al sorpaso deberían tener miedo al sorpasok

  4. Ignacio Escolar escribe a Alberto

    Hace pocas horas me han comunicado desde la dirección de la Cadena SER que ya no contarán conmigo como analista en la tertulia del programa Hoy por Hoy, donde participaba cada semana todos los jueves. Este jueves ya no estaré. La razón no me la oculta nadie, tampoco quien me ha informado de esta decisión. Las acciones legales que ha anunciado Juan Luis Cebrián contra eldiario.es, La Sexta y El Confidencial por publicar que la que era entonces su esposa aparece en los papeles de Panamá han hecho “incompatible” mi presencia en la radio de Prisa. No puedo seguir en la SER y me temo que no seré el único periodista “incompatible” que sea purgado por esta decisión de Cebrián.

    Entré en la SER por primera vez en el año 2006. He colaborado con ellos desde entonces, salvo la temporada que dirigí Público; casi siete años en total. Salgo de esa radio con pena, porque respeto mucho a sus periodistas y a sus oyentes, pero también con orgullo, porque en eldiario.es hemos hecho lo que teníamos que hacer.

    No me arrepiento de lo publicado por el periódico que dirijo, a pesar de las consecuencias; he cumplido con el deber que exige nuestra profesión. Tampoco hago responsable de mi despido ni a la dirección de la cadena ni a ninguno de los que han sido durante muchos años mis compañeros: la decisión no la han tomado desde la SER y me consta que muchos en la redacción han peleado porque esto no acabara así. Salgo de esta radio por el exclusivo empeño de Juan Luis Cebrián, que ha embarcado a todo su grupo en esta guerra personal en la que no tiene razón.

    Es él, Juan Luis Cebrián, quien debería explicar a los muchos oyentes y lectores de sus medios por qué se ha convertido en el primero en España en llevar a otros periodistas a los tribunales por publicar la verdad de los papeles de Panamá. Es el presidente de Prisa quien tendría que aclarar ante sus accionistas y ante su consejo de administración cuáles son sus negocios petroleros en Sudán del Sur y por qué hipoteca la credibilidad de sus medios por un problema personal. Es Cebrián quien demuestra a los periodistas que allí trabajan que la recompensa por sacar noticias y publicar información veraz es el despido y una demanda judicial.

    Fundé eldiario.es hace casi cuatro años porque sabía que la mejor manera de ejercer mi oficio con dignidad pasaba por la radical independencia, por no deber nada a nadie más que a mis lectores, por ser dueño –con varios de mis compañeros– de mi propio medio de comunicación. Lo que ha pasado estos días me reafirma en esa decisión.

    Con la ayuda de los socios vamos a continuar, le pese a quien le pese; por mucho que nos quieran callar.

  5. Sánchez admite que se equivocó al llamar a Rajoy indecente lo que no dice todavía es que ahora se apunta al gobierno de “gran coalición”. Pobre gente. Ahora Rajoy le pedirá que se ponga de rodillas y le pida perdón…

  6. No tenia que ser así esta manera de perder el trabajo por expresar con libertad los hechos objetivos.En el curso de la vida profesional, esto sucede y no debería ser tan frecuente cuando se demuestran mas competencias y discrepes con el jefe , se pierda la ilusion y expectativas con la empresa que trabajas y te paga.En el lenguaje duro y verbal se denomina a esto Navajazo trapero.
    Relacionado con el caso ,Escolar sigue siendo buen periodista, el traspies informativo su osadia y atrevida libertad de expresion, no me cabe duda que le costara algun disgusto mas en su carrera si sigue dependiendo del dinero de una empresa que no sea suya.

  7. Un tipo peligroso.

    Es fácil imaginar la escena. El presidente de Prisa echando fuego por la boca contra los periodistas que han publicado su vinculación familiar con los papeles de Panamá y proponiendo al resto de consejeros o directores de los medios de la compañía la interposición de una querella en nombre de Prisa mientras estos últimos bajan embarazosamente la vista y piensan unánimes que es un disparate involucrar a la empresa en un asunto estrictamente personal de su presidente, pero asienten a la propuesta, alguno incluso –puede que el más débil, tal vez el más adulador– la apoya tibiamente de forma verbal. Nadie se atreve a decir lo que piensa. Todos sospechan que Cebrián se ha convertido en un tipo peligroso al que, como buen tipo peligroso, le importa un bledo que los demás piensen que se ha convertido en un tipo peligroso.
    Con esa estrategia de arrastrar a toda una empresa –que, además, ya tiene bastantes problemas para salir adelante– el jefe de Prisa entierra los últimos restos de su dorada leyenda profesional en el fango de Panamá y certifica una vez más la amarga máxima según la cual la codicia no necesariamente te convierte en un hombre rico, pero la riqueza sí te convierte fatalmente en un hombre codicioso.

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