El jardín de los Finzi Contini, G. Bassani 7 Febrero / 19:00

bienvenidos a la tertulaEl jardín de los Finzi Contini, G. Bassani 7 Febrero / 19:00

Literatura y cine: tertulia literaria

Casa de cultura de Aiete

El jardín de los Finzi es un inolvidable retrato de la burguesía judía de Ferrara durante el ascenso del fascismo, encarnado en la exquisita y acogedora familia, incapaz de prever el sombrío futuro que se les avecinaba.

Dinamizadora: Lola Arrieta.

1 comentario en “El jardín de los Finzi Contini, G. Bassani 7 Febrero / 19:00”

  1. Sobre los países “PIGS”

    Por Carlos Rilova Jericó
    Seguro que había una forma mejor de contarlo.
    Una pequeña historia sobre los países “PIGS” y Grecia, Gran Bretaña, Alemania, España y Francia en el siglo XIX

    Como ya empieza a ser casi una costumbre inveterada -una de esas de las que los británicos hacen una tradición a la menor oportunidad que tienen-, este correo de la Historia se va a inspirar hoy en una sugerencia de uno de sus lectores. Concretamente del padre del historiador que escribe estas líneas cada lunes que, como Jorge Luis Borges en su día, dedica su mucho tiempo libre -ese del que dispone esa especie en vías de extinción: los jubilados- a leer enciclopedias -en este caso no es la Británica, sino la también prestigiosa “Larousse”- creo que por diversión.

    Bien, el caso, yendo al grano, es que como muchos otros lectores mi padre me dijo hace un mes, o cosa así, que tenía un tema que creía que iría bien para este correo de la Historia. Levantando una ceja con prevención, leí la fotocopia que me pasó mientras hacía como que atendía a lo que me decía -tengo práctica en esto desde hace años, claro-, sólo para ver que sí, que aquella porción de Historia que mi padre había encontrado en sus excursiones jubilares por la “Larousse” era de lo más prometedora.

    Se trataba de uno de los muchos problemas que Grecia había tenido desde que fue fundada como nación independiente, desgajada del moribundo Imperio Turco a partir de 1827 con la inestimable contribución de Lord Byron, que fue allí a ejercer de héroe y poeta romántico, luchando -y muriendo- por la independencia y la Libertad de los pueblos. En este caso la de los griegos.

    Un gesto en apariencia desinteresado y, sí, romántico, pese a que el joven lord fue enviado allí en misión más o menos oficial. Nada de que extrañarse siendo Byron miembro de la Cámara de los Lores y teniendo en cuenta el modo en el que Gran Bretaña se interesaba en tener un firme aliado en la nueva nación que le asegurase el libre paso en la zona para conectar la metrópoli con la llamada “joya de la corona“ del Imperio Británico. Es decir, la India. Una cuestión que se prolongó -como sabe cualquiera que haya visto unas cuantas películas de la Segunda Guerra Mundial como, por ejemplo, “Los cañones de Navarone” o “Evasión en Atenea”- hasta prácticamente antes de ayer, hasta el momento en el que Gan Bretaña se vio obligada a conceder la independencia al subcontinente indio.

    Esos intereses estratégicos llevaron a Gran Bretaña, según parece, a conceder a Grecia créditos dudosos y después a cobrárselos con elevados intereses con el más mínimo pretexto. En este caso, según nos cuenta la enciclopedia “Larousse”, parece ser que se utilizó un verdadero clásico en esas sucias lides: defender a un ciudadano británico de una agresión en suelo extranjero. Curiosa, y, tal vez pensando mal, significativamente era un ciudadano, además, de reciente cuño, David Pacífico, que, como su nombre y apellido indicaban, era un judío -ladino o sefardí-, por tanto uno de esos que hasta mucho tiempo después de la “Reform, Act” de 1832 eran ciudadanos de segunda clase en el cada día más consolidado y prospero imperio británico.

    Parece ser que Pacífico no pudo obtener del gobierno griego la devolución puntual de los prestamos. Con eso bastó para que Londres lo respaldase totalmente enviando una escuadra a garantizar los créditos de uno de sus ciudadanos que veinte años atrás ni siquiera tenía derecho a voto, ni a entrar en el gobierno, la Marina o el Ejército de Su Majestad Británica, y, de paso, según todo parece indicar, a asegurarse de que Rusia no aumentaba más y más su influencia en la zona, pudiendo llegar a bloquear el paso a otras potencias, afectando así gravemente las comunicaciones de Londres con la principal fuente de riqueza británica: La India…

    Parece ser que esta vez Grecia logró salir del atolladero. De ese y del que le planteó la Guerra de Crimea cuatro años después, donde la Francia de Napoleón III y la Inglaterra de la reina Victoria pusieron a raya al imperio ruso so pretexto -lo que son las cosas- de ayudar al Imperio Otomano. El mismo al que en 1827 los británicos -algunos de ellos al menos- habían arrancado una porción para formar Grecia.

    Ese arduo camino hasta consolidar la nueva nación hacia 1866, no se hizo, sin embargo, sin quitarse de encima la sombra de Gran Bretaña. En efecto, la misma “Larousse” que nos habla del asunto de David Pacífico, señala que en 1862 hubo un golpe de estado contra el soberano reinante en Grecia que, sorpréndanse, era un príncipe alemán: Otón de Baviera, al que los griegos tuvieron que enseñarle el significado de la palabra “democracia”, creada por ellos tantos siglos atrás, por medio de un golpe de estado en 1843, que llevó a que el monarca bávaro jurase una constitución en 1844, satisfaciendo así a los patriotas griegos que, evidentemente, no se habían arriesgado a sublevarse contra el Imperio Turco veinte años atrás para sustituir un régimen despótico por otro igual de tiránico. Por más que estuviese dirigido por un príncipe alemán…

    De ese golpe de estado británico contra Otón se derivó la llegada a Grecia de una dinastía probritánica y antialemana: la danesa emparentada con el príncipe de Galés en la persona de Jorge de Dinamarca que reinará como Jorge I y como soberano constitucional de un país que contará rápidamente con sufragio universal desde ese momento…

    Seguramente de todo esto -eso espero al menos- ya habrán sacado alguna conclusión respecto a las posibles raíces históricas de lo que está pasando actualmente con Grecia: la influyente presencia de bancos alemanes en la zona -¿acaso tratando de conseguir lo que no consiguieron sus tropas de ocupación en 1940?-, el estrangulamiento por medio de la deuda y una repetición menos estruendosa, pero igual de insidiosa, de la expedición de la Marina Británica para ayudar a que David Pacífico cobrase sus deudas. Un conjunto de circunstancias que han convertido a Grecia en una inicial de ese insidioso acrónimo de “Países PIGS” echada a rodar por gente no muy diferente a la que en su día debió urdir la expedición de apoyo a aquel financiero judío de la “City” de origen español.

    Es decir, visto todo lo que está ocurriendo en Grecia ahora desde esa perspectiva histórica todo o casi todo el problema se reduciría a que Alemania ha hecho lo posible para llenar el vacío de poder en la zona creado por la retirada de Gran Bretaña, que pierde su interés en esa área estratégica desde que la India se desgaja de la corona imperial británica. Con lo cual, supongo, entenderemos con más claridad las, a veces, abstrusas explicaciones de la canciller germana sobre recortes, intervención de cuentas públicas, despidos de funcionarios y cosas similares que, aún pareciendo razonables según y cómo, tendrían detrás todo un sustrato cuyo objetivo principal -e inconfesado- sería retrotraer a Grecia a 1943, 1864, 1850…

    De esto se debería deducir que la manera en la que se cuenta la Historia es un negocio verdaderamente importante. Grecia ha dispuestos, desde Heródoto, de grandes historiadores que suelen aparecer aquí y allá en los programas de estudios de los historiadores, como, por ejemplo, Dimitri Kitsikis o Nikos Stangos. Sin embargo parece que algo les ha fallado en la transmisión de la Historia de su propio país -tanto para consumo interno como para consumo externo- dada la facilidad con la que Alemania se ha precipitado sobre ese país que nació a la vida marcado ya como posible protectorado alemán bajo la férula de un príncipe de esa nacionalidad como lo fue Otón de Baviera.

    Gracias a eso habríamos acabado olvidando, o ignorando, todo lo que se ha dicho hoy aquí que, como se ve, da un sentido muy diferente a los actuales acontecimientos que sacuden Grecia como ese terremoto de Tebas del que hablaba el “Petit Journal” de 17 de junio de 1893, cuya portada ha ayudado a ilustrar este texto. Un ejemplar ese verdaderamente notable, por otra parte, para aprender sobre cómo la manera en la que se cuenta la Historia, más o menos reciente, ayuda a tener una imagen u otra de un determinado país. En él, en efecto, se describía a los griegos de Tebas, aparte de como especimenes más o menos folklóricos, vestidos aún a la antigua usanza de fuerte influencia otomana, como gentes que afortunadamente pueden pasarse con poca cosa y vivir al raso si un terremoto los deja sin casa…

    En ese ejemplar de “Le Petit Journal” también se publicaba una pequeña obra maestra de la Literatura y de la propaganda firmada por Edmond Théry. Se titulaba “Un patriota“ y describía un episodio de la llamada Guerra franco-prusiana, en 1870, donde los alemanes eran descritos como salvajes alcohólicos, violadores y saqueadores en un retrato literario sangrante -digno del mejor melodrama de cine mudo- y los franceses, especialmente los loreneses, como verdaderos y abnegados patriotas. De ese modo, una vez más los franceses ganaban la guerra a los alemanes después de haberla perdido en el campo de batalla y, probablemente, gracias a este sustrato de alta cultura histórica convenientemente manipulada, la canciller Merkel acude a París con una cara muy distinta a la que lleva cuando va a Atenas.

    Los españoles -la “S” del acrónimo “PIGS”- tendrían mucho que aprender de ese tipo de tácticas de guerra cultural. Para empezar, si la pusieran en práctica serían muchos los que recordarían que en la misma fecha, más o menos, en la que Gran Bretaña jugaba su “Gran Juego” imperial en Grecia, España, la España de Isabel II, hacia otro tanto en Perú y Marruecos, más o menos con la misma excusa que utilizó Londres en el caso griego. Unos turbios, pero no por eso menos reales, hechos históricos que harían bien en recordar cada vez que, por ejemplo, tomen el metro en Madrid en la estación de Callao o pasen por la calle Méndez Núñez. O cuando algún espabilado que firma columnas en prestigiosos diarios económicos hable de “países PIGS” como si supiera algo de todo esto (que, se lo garantizo, no es así). O, también, cuando la canciller Merkel diga, como hizo este verano, que le gustaría invitar a cenar al seleccionador nacional Vicente del Bosque. Quizás tratando de parecer simpática con ese país al que, según todo indica, está tratando de preparar un futuro muy similar al pasado y al presente de esa Grecia que echó a andar como país bajo la égida de un rey alemán al que se expulsó con la ayuda de Gran Bretaña.

    Una derrota que, como venimos a ver ahora, parece que los alemanes nunca terminaron de encajar, volviendo, una y otra vez, al campo de batalla griego sin preocuparse, como resulta habitual en una significativa mayoría de ellos -y que me perdonen la bárbara generalización Günter Grass, Konrad Adenauer y un largo etcétera- desde finales del siglo XIX, desde 1870, las consecuencias, buenas o malas, para ellos y para otros, que eso pueda tener…

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