Aiete. La tertulia por Lola Arrieta

El ciclo de Literatura y Cine que se viene desarrollando en Aiete se centra durante este primer trimestre del 2011 en el análisis de tres obras cuyas protagonistas se han convertido con el devenir del tiempo en personajes clásicos universales.

Si en el mes de enero nos centramos en el estudio de La princesa de Cleves de Madame de Lafayette y vimos la adaptación libre que de la novela hace Manuel de Oliveira, este mes de febrero nuestra tertulia girará en torno a Madame Bovary de Gustave Flaubert, novela escrita en 1856, llevada al cine en diferentes ocasiones. Entre las adaptaciones destaca la que el director Vincente Minnelli realiza en 1949,  por lo que la hemos elegido para nuestra proyección.

Si la novela de Madame de Lafayette parecía querer ponernos en guardia ante los peligros y riesgos del amor, dos siglos más tarde, Flaubert va a crear una heroína que camina en la dirección contraria, que va a buscar con pasión a lo largo de su existencia ese amor ideal, con mayúsculas, de cuya existencia sabe por las lecturas románticas que han llenado su infancia y su juventud, y que ella se empeña en hallar en esa Francia profunda a la que pertenece.

Emma es una inadaptada a su entorno, a su matrimonio, a su maternidad. Su imaginación le ayuda a salir de la Normandía enfangada y a elevarse en la búsqueda de ese ideal de amor romántico. Pero fracasará y sólo en el último momento se dará cuenta de lo vano de su empeño. Son esos versos que recita el ciego ante Emma agonizante los que nos dan la clave de la historia.

“A menudo un buen día de calor

le hace a la niña soñar con el amor.”

Madame Bovary es una historia de amor triste y grandiosa, como lo es la novela que analizaremos en nuestra próxima tertulia, Ana Karenina, de León de Tolstoi, y su empeño, su búsqueda, la de Ana y la de Emma, ¿no son acaso la de cualquier ser humano, la de nosotros mismos, aunque estemos alejados de ellas en el tiempo y en el espacio?

“Madame Bovary soy yo”, respondía Flaubert cuando le preguntaban por la identidad del personaje que había creado, apuntando hacia su fuerza y universalidad. El tiempo le ha dado la razón

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