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Vaya perra han cogido con “Salvar la Navidad”

Creo que la palabra más repetida, desde que nos atacó despiadadamente el bicho, es “salvar”. Y no sé a ustedes, pero a mí esa palabra siempre me ha perecido sospechosa. Siempre pensé que, cuando la usamos, estamos escondiendo algo. Hay veces que no, ya lo sé. Hay veces en que, de verdad, se trata de salvar vidas, de reforzar techos antes de que se llenen de agujeros, de intentar que la precariedad no sea siempre el perro flaco al que le acuden más pulgas que ronchas de miseria al sabio pobre de Calderón. Ya sé que a veces la palabra salvar está más que justificada. Pero igual son las menos.

En marzo nos atracó a mano armada una pandemia que no remite ni a la de tres. Aunque digan que sí, aunque sea cierto que están bajando de intensidad la muerte y las heridas, aunque se esté abriendo poco a poco –muy poco a poco– un pequeño hilo de esperanza, la verdad más segura es que el dolor sigue ocupando el centro de nuestras vidas. Y cuando digo dolor quiero decir mucho dolor, a ratos un dolor insoportable, porque es una locura ver cómo mucha gente a la que queremos y nos quiere ya se fue sin que pudiéramos extender una mano para decirle adiós. Desde ese mes de marzo, la primavera de este año empezó a ser una primavera distinta. Se acabaron los versos infantiles de Machado, los sarpullidos adolescentes, la maravilla de una alergia estacional que mezclaba, con esa mano maestra de la naturaleza, el estornudo y los abrazos. Con la primavera llegaron las golondrinas de Bécquer, no para anunciar la gracia de sus piruetas circenses en los cables de la electricidad y los tejados, sino para dejarnos su tristeza fatal en el dolorido corazón de los balcones. Desde entonces, desde ese marzo aprovechado por los canallas para culpar de la expansión del daño a las mujeres, la enfermedad no ha parado de crecer hasta convertirnos en asustados rehenes de la televisión o en fanáticos y descerebrados seguidores del negacionismo. Y ahí seguimos, en ese miedo legítimo a caer en el agujero del dolor y en la necesidad de que la vida siga siendo vida en medio del desastre.

Y es aquí, en ese itinerario implacable del coronavirus, donde aparece por primera vez la palabra salvar en su versión más sospechosa. Habían llegado el confinamiento, la mirada del estupor, los aplausos, esos sí, que eran como golondrinas de otra primavera distinta en los balcones, la seguridad de que sólo lo público nos podía salvar, ahora sí, de las barrabasadas de una privatización que había desguarnecido la sanidad pública para meterla en las cuentas corrientes de amigos y conocidos y en las cajas B de un partido como el PP que, todavía hoy, nos quiere dar lecciones de ética sin que se le mueva una pestaña. Y ya en esos momentos del confinamiento empezaron a soltar la palabra mágica que hablaba de salvación. El mantra se extendía como la pólvora en un paisaje de desconcierto y de cansancio: ¡salvar el verano! De eso se trataba, sólo de eso. No de salvar vidas, no de aliviar el sufrimiento de la gente, no de buscar en ese sufrimiento la parte más noble de lo humano. Había que volver a llenar los aviones, había que volver a llenar las playas con tumbonas y sombrillas de colorines, había que convertir la soledad y la tristeza en una algarabía de turistas que nos regresaran al paraíso que fuimos en la “vieja normalidad”.

Porque frente a esa vieja normalidad se anunciaba la nueva, la que nos iba a devolver a la cresta de la ola en los rankings mundiales de las canciones del verano. El poder del dinero y el miedo que ese poder les da a todos los gobiernos del mundo mundial convirtieron ese mantra en una imperiosa necesidad de cambiar las estrategias para doblegar las embestidas del covid-19. Se abrieron las compuertas de la seguridad y pudimos constatar que la operación de salvar el verano había sido un rotundo fracaso. No vino nadie. En los aviones crecían telarañas. Las playas eran como la que sale en la magistral secuencia final de El planeta de los simios. El miedo de la gente volvía a la cinta de salida. Y lo hacía, además, con una contundente certitud: si no salvamos vidas, nada se salva. Tampoco la economía.

Y cuando ya pensábamos que las lecciones del pasado servirían para evitar errores del presente, va y volvemos atrás, a esos momentos de aviones a tope y playas como las que cantaban los chicos de Fórmula V o los Beach Boys cuando yo y a lo mejor muchos de ustedes éramos jóvenes. Ahora se trataba de cambiar lo de “salvar el verano” por lo de “salvar la Navidad”. Y ahí estamos.

Otra vez mareando el sentido de las palabras para pervertirlas hasta provocarnos vergüenza. Otra vez a sentirnos rehenes de los poderes del dinero y de sus estrategias, unas estrategias que no tienen ningún pudor en mezclar el dinero con los sentimientos de la gente. Otra vez a sufrir los arañazos de la incertidumbre: ¿vendrá después de las fiestas navideñas un nuevo repunte de contagios peor aún que los que llegaron tras la desescalada ultrarrápida y que todavía hoy estamos sufriendo? Otra vez se trata de salvar algo trucando el sentido mejor de esa palabra para convertirla en una estrategia de la política miedosa y de la economía, una economía que no es la de la gente pequeña sino la de las grandes empresas que no renuncian a nada para conseguir que cuadren las cuentas del beneficio en la imperturbable columna de sus más que sabrosos resultados. Otra vez a dejar en segundo plano las muertes y las heridas que está provocando la puñetera, insaciable, pandemia de las narices.

Salvar de verdad la Navidad es intentar que el dolor no alcance –o alcance lo menos posible– a quien la vive. Cada cual la ha celebrado siempre a su manera. Ahora se trata de que los abrazos no se conviertan en una emboscada, de que las manos vuelen por el aire como si fueran las de un mimo acostumbrado a las caricias sobre un cuerpo invisible. Ahora se trata de no perdernos de nuevo –y tal vez con mayor dolor y más tristeza– en esa distancia que nos impide despedirnos de la gente a la que amamos con locura. No se me van de la cabeza, es imposible que se me vayan, los versos que escribió hace muchos años Francisca Aguirre y que parecen escritos ahora mismo: “Cualquiera se puede morir, / pero morir a solas es más largo”. Ojalá la palabra salvar tuviera esa nobleza que nunca debería haber perdido. Ojalá que nunca más la perdiera. Ojalá.

13 diciembre, 2020

Alfons Cervera

Salud o economía. ¿Es realmente cierto ese dilema?

¿No hay un término de esa ecuación que tenga prioridad en su solución? Observemos la experiencia. China, origen de la pandemia, aplicó medidas tremendamente restrictivas, primero en Wuhan y su provincia (65 millones de habitantes), luego, en el país allí donde hizo falta. Y llevan siete meses con la pandemia controlada. Con restricciones inmediatas al menor brote. Allá donde sea. Con la salud asegurada, se reactivó la economía ayudada por el Estado, primero la obra pública y la sanidad, luego las exportaciones, luego el consumo interno. Y ahora está creciendo a casi un 5%, contribuyendo a relanzar la economía mundial a medio plazo. Ciertamente, es un régimen autoritario, pero ¿Nueva Zelanda?, que, mediante medidas persuasivas, ha tenido menos de 20 muertos y ha mantenido el empleo a partir de la seguridad sanitaria. En cambio, si un país desescala por ansiedad económica antes de tiempo, sectores enteros se hunden, como el turismo, porque nadie quiere ir a pasar las vacaciones con el virus. O sea, que sin salud no hay pesetas. No hay nada en realidad.

No se puede olvidar la situación de los profesionales del sistema sanitario

Otra cosa bien distinta son las emociones.

Cojamos lo que escribe Alberto, ahora se oye mucho «total… si al final lo vamos a coger todos». El está más por jugar lo mejor que sepa las cartas que nos toquen. Lo otro atufa a fatalismo y a desconcierto, dice.

También estamos abatidos porque no podemos abrazar a nuestros seres queridos

Jóvenes y menos jóvenes nos aferramos a la expresión de nuestra alegría o al consuelo de nuestras penas como siempre lo hemos hecho los humanos.

Brainstorming, lluvia de ideas, es una herramienta de trabajo en grupo que favorece la aparición de nuevas ideas sobre un problema concreto

Los bares, las plazas, los pubs, los cafés, las cervecerías alimentan un negacionismo práctico en que lo de menos es el temor al virus, porque eso siempre le pasa a otros. De poco sirven en ese caso las llamadas a la conciencia cívica o la cobertura mediática sobre los irresponsables. Porque en el fondo aún no nos lo creemos, seguimos pensando que todo esto es irreal, que es una pesadilla de la que vamos a despertar. O una manipulación de los poderes ocultos y menos ocultos. Porque aceptarlo como una nueva normalidad se nos hará insoportable a menos que empecemos a transitar, desde ya, a otras formas de vida en que no dependamos tanto de beber juntos para poder compartir emociones.

Tal vez la exploración de múltiples formas de la experiencia o nuestra búsqueda interior o la reconexión con la naturaleza puedan ir serenando nuestra ansiedad mientras esperamos la vacuna de todos nuestros males.

Tomado de Manuel Castells

¿Quousque tandem abutere, Coronavirus, patientia nostra?

¿Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? fue una frase pronunciada por Cicerón, famosa por ser la primera oración de la Primera Catilinaria, que tanta gente del siglo pasado tenía como texto para traducir del latín

Se trascribía, recuerden, como «¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?«

Estas palabras fueron pronunciadas delante del Senado romano el 8 de noviembre de 63 a. C. Aquí fue cuando Cicerón dio a conocer la conjura que preparaba Lucio Sergio Catilina, político romano acusado de conspirar contra la República, para hacerse con el poder absoluto.

Jorge de Oteiza artista integral que hizo de la escultura un puente poético (Orio 1908 – San Sebastián, 2003)

Los de aquella época, también antigua, tienen otro «Quousque Tandem…!»Ensayo de interpretación estética del alma vasca. Un libro de Jorge Oteiza

Escrito en 1963 fue un libro-hito en su tiempo, que todavía sigue editándose

Antes, en defensa de la República, Miguel Hernández, el poeta del pueblo, escribió

Sentado sobre los muertos

que se han callado en dos meses,

beso zapatos vacíos

y empuño rabiosamente

la mano del corazón

y el alma que lo sostiene.

Que mi voz suba a los montes

y baje a la tierra y truene,

eso pide mi garganta

desde ahora y desde siempre.

Algunos electos y quienes, tan inmisericordes como el propio Covid19, niegan su naturaleza y efectos letales, están atropellando el aguante de la ciudadanía de a pie

«¿Hasta cuándo, Catilina, abusarán de nuestra paciencia?«

A los electos y a los jueces se les pide que den ejemplo de responsabilidad, algún gesto que hicieran más ligera la mochila de los agotados por el corona virus.

Cierto, entre nosotros, existen atorrantes que niegan la utilidad de las mascarillas y del propio virus. También hay negacionistas entre los médicos que niegan la utilidad de las vacunas o historiadores que juran que nunca existieron las cámaras de gas. En este mundo hay gente para todo, incluida aquella con la que no conviene compartir espacio, ni situarse cerca, por si acaso.

Tomado de la calle “… limitar un derecho fundamental… pues con ésta medida están limitando el derecho a la vida… a los jueces se les olvida que estas restricciones son para salvar vidas…no asumen que las leyes se deben interpretar a la la luz de la gravísima situación sanitaria«

Radiografía de los resultados electorales en los ‘barrios’ de Aiete

Cuadros con los resultados electorales por zonas, que en algún caso se ajustan exactamente al barrio, como es el caso de Etxadi o Bera-Bera y, en otros, el campo de votación es más arbitrario (por esta razón la suma de votos parciales de la coalición en cada barrio, es mayor que la suma total).

En el análisis global del desenlace electoral, el PNV, almacén del poder político vasco, en Aiete, el domingo, obtuvo el 48 % de los votos, pero el 25 % del censo. La abstención no da ni quita poder, pero sí legitimidad para ejercerlo. Los que convocan estas elecciones sabían que mucha gente no iba a ir a votar, por la pandemia y por la falta de motivación, pero contaban que tenían y tienen a su favor varios meses de protagonismo exclusivo en los medios de comunicación, especialmente de la ETB.

La media de participación en Aiete coincide con la general, se ha desplomado hasta el 52,8%; la peor cifra en 40 años de comicios.

Desde el 2015 los votos que reciben el PNV en Aiete están en la horquilla 1.700/2.000

El PNV, además, ha tenido que hacer suyo un programa que, a priori, no lo era: salud, potenciación de los medios públicos, bienestar, calidad de vida, gestión institucional democrática, recortes cero

Los que han ido a votar, la mitad del electorado, y de esa mitad la cuarta parte, no han tenido en cuenta la gestión del partido, no sólo en el caso Zaldivar o los hechos más graves de la pandemia (el drama de las residencias de personas mayores y de la falta de equipos para los sanitarios), sino que tampoco han apreciado su dimisión en asuntos cotidianos, de barrio

Los votos de EH Bildu en Aiete están entre los 600 y los 700.

El PSE, con votos parecidos a EH Bildu, retiene esos mismos resultados respecto al 2015, pero antes de esa fecha, antes del 2011, doblaba y triplicaba el número de votantes en el barrio

La debacle electoral del PP en Aiete es similar a la que ha tenido en el resto de Euskadi (aunque en alguna de las zonas del barrio se mantiene algo)

Podemos se desploma también -más en aquellas demarcaciones en las que mejora el PP-; no consigue crear un partido con relevancia en la sociedad civil donostiarra, no tiene acción municipal. Se puede recordar aquella chapuza de exigir condiciones para que se hiciera el ambulatorio -por cierto compartida con EH Bildu-. Construir organización es muy pesado y aburrido.

Sin embargo la circunstancia decisiva de estas elecciones es la abstención (en algunos barrios de Aiete se reduce algo).

La renuncia a participar en un proceso electoral es una llamada de atención muy seria. Las elecciones dejan un regusto amargo, se han celebrado en tiempos de Covid-19, con varios brotes abiertos, con gente a la que se ha impedido votar, con una campaña de bajo de ritmo, en manos de los medios, especialmente de la ETB, a su vez en manos de los ganadores, sin tensión , ni contenidos, pensados a propósito para no movilizar a los ciudadanos. Los convocantes de estos comicios en estas precarias condiciones saben que el éxito es de los que siempre ganan. Tienen mucho poder, ahora hay que ver cómo lo gestionan. ¿Serán capaces de valorar lo que hacen mal y lo que no hacen?. Los tiempos del 2020 no son ya los mismos que los de décadas pasadas

Cuadros de resultados zona por zona

Prest gaude?

Uste dut, birusa bezala, musukoak ere Txinatik zetozela esan zigutenean ohartu ginela zeozer ez zegoela ondo.

Horregatik erabaki dugu logikoa dela bertako produktuak kontsumitzea. Eta ohartu gara ezetz, ez dela normala hemendik milaka kilometrora landatu den zainzuri batek, bi hegazkin eta hiru kamioi behar dituen bidaia bat egitea, arrautzarik ez duen maionesa batekin jan dezagun.

Eta horregatik sinistu dugu auzoko denda txikietan erosiko dugula hemendik aurrera, betiko merkatura joan eta, gaur arte, ondo orraztuta gindoazen begiratzeko bakarrik erabiltzen genuen erakusleiho atzean dagoen dendara sartuko garela arropa probatzera.

Kontua da, ohitu egin garela, hamabostean behin tendentziak alda ditzakeen erabili eta botatzeko arroparen supermerkatuetan nabigatzen. Eta badakigu, edozein egun bihur diezaiekegula seme alabei berezi, janariarekin batera zakarrontzian bukatzen duen jostailu bat dakarren kartoizko kaxa koloretsu batekin.

Baina zenbakiak egoskorrak dira: hamarrekin biko bost eros daitezke baina bosteko bi bakarrik. Eta beti izango dugu egun bereziak ospatu eta gezurrezko moda pasarela batean etengabe bizitzeko tentazioa.

Baina zenbakiak egoskorrak dira, eta gehienontzat bost bider bi hamar izango dira beti. Edo batzuetan zortzi.

Prest gaude?

Nik batzuetan uste dut baietz. Prest nagoela alegia.

2020 / 06 / 26

Notas en castellano

..

Por eso hemos decidido que es lógico consumir productos autóctonos. Y nos hemos dado cuenta de que no, que no es normal que un espárrago que se ha plantado a miles de kilómetros de aquí, haga un viaje que necesita dos aviones y tres camiones para que comamos con una mayonesa que no tiene huevos.

Y por eso hemos creído que a partir de ahora compraremos en las pequeñas tiendas del barrio, iremos al mercado de siempre y, hasta hoy, sólo para mirar si íbamos bien peinados entraremos a probar ropa a la tienda que hay detrás del escaparate

.

¿Estamos listos?

Yo a veces creo que sí. Es decir, que estoy preparado.

Conversaciones con Amador Fernández-Savater

Volvemos al encuentro con Amador en esta situación tan especial

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10 reflexiones, juicios, ideas sustanciales

1. Charla con amigos en fase 3: «estoy muy raro» me dice uno, «me encuentro revuelta» me dice otra.

A mí me pasa lo mismo. Raro, descolocado, desorientado. «Me he quedado a vivir en la fase 0», bromeo. Trabajo lo menos posible, paso mucho tiempo en casa, sólo me animo a los encuentros significativos.

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2. Pienso lo siguiente: estar raros significa que algo no encaja, que nosotros mismos no encajamos, que algo se ha roto, que hay un desajuste, un desacople.

No encajamos en el sucederse de las fases hacia la «nueva normalidad«. Estar raros es nuestra manera de rebelarnos contra el proceso de normalización en marcha. Hay una desincronización entre el ritmo objetivo de las fases y nuestro propio ritmo subjetivo.

Me parece que estar raros es ahora la mejor manera de estar, un signo de salud y de vitalidad contra la adaptación y la anestesia. El desafío es más dejarnos estar raros que dejarlo de estar.

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3. ¿Por qué no encajamos? Hay restos en nosotros de lo que hemos vivido estos meses. Huellas de un acontecimiento. Efectos de la interrupción.

La experiencia vivida ha dejado sus marcas en nosotros. Esas marcas nos desvían del camino automático hacia la nueva normalidad, demasiado parecida a la vieja aunque lleve mascarilla.

Las cosas no cierran. Quizá duele, pero es mejor así. El cierre es la normalización. No hay normalidad, ni vieja ni nueva, lo que hay es un proceso de normalización que consiste en neutralizar todo lo que no encaja, en presentar la norma como el único camino posible.

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4. ¿Qué nos pasó? Por un momento se interrumpió la definición convencional de la realidad.

En primer lugar, la idea según la cual cada uno tiene su vida. La existencia dejó de ser un asunto privado. El vínculo de interdependencia se impuso como una evidencia material y concreta. No hay burbuja que proteja absolutamente del contagio, nadie puede salvarse solo. El otro, en la distancia social, se hizo paradójicamente más presente: mi destino está ligado al suyo. Los otros cuentan, importan.

En segundo lugar, la idea según la cual el trabajo y el consumo configuran el sentido de la vida. Para miles de personas los automatismos de la vida cotidiana quedaron suspendidos. Incluso continuar como si nada requería todo un esfuerzo de invención: ¿seguir trabajando cómo y para qué? ¿Seguir consumiendo cómo y para qué?

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5. En la interrupción han aparecido preguntas, malestares y ganas de otra cosa.

Preguntas: ¿qué está pasando, qué me va a pasar, qué nos va a pasar?

¿Qué es lo importante, qué es lo esencial, qué y quién nos cuida?

¿Qué es lo significativo, qué relaciones me sostienen, qué hace que mi vida merezca la pena ser vivida?

Malestares, porque hemos sentido violentamente la evidencia de que las lógicas estatales y mercantiles no cuidan.

El Estado, porque a pesar de sus mejores intenciones cuando las tiene, es ciego a las desigualdades y las singularidades de las formas de vida. Se legisla como si la sociedad entera fuese una clase media más o menos acomodada. Confinarse, muy bien, pero ¿y los que no tienen casa? ¿Y los que viven al día? ¿Y los que viven en un lugar pequeño y son muchos? ¿Y los que tienen peculiaridades físicas o psíquicas que convierten el confinamiento en un encierro insoportable? Todas las desigualdades por género, edad, raza, clase. El Estado, basado en la lógica de la ley y el deber ser, no ve las diferencias que atraviesan lo que hay.

El Mercado, porque su lógica de maximización de la ganancia y beneficio le sitúa siempre por encima del cuidado de la vida. Es una lógica literalmente extra-terrestre: por encima de lo terrestre, de los terrestres y de la tierra. No se producen valores de uso, sino valores de cambio. No se producen riquezas, sino beneficio. Los inventos técnicos no liberan tiempo, sino que intensifican la producción. La guerra es la ocasión ideal para convertir ciertas mercancías (las armas) en dinero. El paro y los despidos son la mejor solución de las empresas para no arruinarse. La obsolescencia programada resulta una gran idea.

Los problemas para los habitantes de la tierra (humanos y no humanos) son soluciones para la economía. De ahí que el pensador italiano Antonio Gramsci apelase a nuestra «terrestritud común» contra la lógica capitalista de beneficio.

Ganas de vivir de otra manera: en el silencio, en el tiempo reapropiado, en ciertos encuentros y reencuentros con la naturaleza, en los primeros paseos por ciudades libres de ruido, coches y estrés, en el cuidado de los más cercanos, en la atención amorosa a los desconocidos, en las prácticas creativas caseras, en la intensificación de los vínculos… en mil experiencias distintas se han despertado las ganas de vivir de otras maneras.

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6. La vida viene sin manual de instrucciones. «Vivir no es otra cosa que arder en preguntas» decía el poeta Antonin Artaud. No hay normalidad, ni vieja ni nueva, sino un proceso de normalización permanente: apagar constantemente el fuego siempre reavivado de las preguntas sobre cómo vivir.

Estar raros es seguir vivos. Insistir en nuestras preguntas, malestares y deseos contra la normalización. Tratar de convertir todo ello en materia a elaborar para inventar un deseo nuevo, una nueva forma de vivir.

Estar raros es defender nuestras preguntas, conservar las marcas que nos ha dejado la interrupción como algo precioso, disponernos a otra atención sobre nosotros mismos y sobre la realidad.

Atención a todo lo que no encaja, porque bajo la apariencia de normalización hay mil heridas. Personas que ya no están y cuya ausencia nos interroga: ¿es normal que esta persona ya no esté, su muerte es natural o se trata de una muerte política, que depende de un modo de organización social? Lugares y cosas que ya no están: ¿es normal que este sitio haya cerrado, que esa persona ya no trabaje aquí?

Estamos raros porque no queremos volver a lo mismo y porque además lo mismo ya no existe.

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7. Ahí fuera sigue el virus. Es un actor nuevo en el tablero de juego que obliga a todos los demás a redefinirse: nuevos hábitos, distancia social y medidas de protección en escuelas, universidades, comercios, transportes. Estamos raros también porque somos sensibles a todo esto.

Una amiga, madre de dos niñas, me dice: «ya no sé qué significa ser madre, para qué mundo se educa ahora a los hijos». El suelo se abre bajo nuestros pies.

La misma pregunta se puede hacer un maestro, una maestra, un terapeuta, un trabajador social, un agente cultural, un trabajador sanitario…

No hay normalidad, ni vieja ni nueva, sólo proceso de normalización: permanente desactivación de las preguntas que podrían abrir la situación, para reapropiárnosla, dejar simplemente de obedecer e inventar reglas comunes de cuidado colectivo.

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8. Malas noticias: el virus se reproduce a través de nuestras formas de vida (turismo, aglomeraciones). Hay una especie de radioactividad en el aire. Podemos decir que los modos de vida convencionales están infectados y envenenados.

No hay vuelta a lo mismo. Incluso la persona que agarre este verano un vuelo con un destino paradisíaco lo hará con un cosquilleo de intranquilidad en la nuca.

Si estiramos más aún las malas noticias, podemos afirmar que la “nueva normalidad” sólo es un paréntesis entre dos estados de alarma, aquel del que venimos y aquel hacia el que vamos. Incluso si no vuelve a declararse nunca, en adelante viviremos bajo su amenaza. Hasta que se encuentre la vacuna, sí. ¿Y si no se encuentra? ¿Y si aparecen nuevos virus u otros riesgos mayores derivados del cambio climático?

El miedo ha llegado para quedarse. La norma es, de aquí en adelante, el propio estado de alarma. Y lo que llamamos «nueva normalidad» es sólo una fase particular en ese marco: siempre provisional, precaria, inestable.

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9. Podemos distinguir dos versiones de este proceso de normalización, dos formas de adaptación, dos formas de gobierno que son al mismo tiempo dos formas de subjetivación (es decir, de vivir las cosas).

La neoliberal / neoliberal lleva el nombre de Trump, Bolsonaro, Johnson. ¿La economía por encima de la vida? No: la economía es la vida.

Recuperar la normalidad lo antes posible, caiga quien caiga. Como rezaba la pancarta de un manifestante pro-Trump en Estados Unidos, «sacrificad a los débiles». La vida es productividad, la vida es empresa, cada uno es el empresario de sí mismo, dejad caer a los que no puedan seguir el ritmo.

Necro-política y necro-lógica: producción de poblaciones desechables, superfluas, sobrantes. Precisamente el rasgo que Hannah Arendt señaló en su día como condición necesaria de la política nazi en Los orígenes del totalitarismo.

Pero no nos escandalicemos tan deprisa. Es demasiado fácil y no lleva a ningún sitio. Esa pancarta sólo hace explícito lo implícito, hay que agradecérselo. La necro-lógica ya rige nuestras instituciones. Pensemos en las residencias donde han muerto tantos de nuestros mayores. La percepción normalizadora que apaga las preguntas sobre esa muerte masiva («eran viejos, tenían que morir») ya nos atraviesa y constituye.

La versión neoliberal / socialdemócrata lleva el nombre de Pedro Sánchez (o de Alberto Fernández en Argentina).

Obviamente, es muy preferible (y defendible) frente al horror necro-político de la derecha radical por mil razones. Pero tampoco nos quedemos ahí. Es también un cálculo coste-beneficio sobre las poblaciones consideradas como fuerza de trabajo, otra consideración utilitaria.

En este cálculo se combinan los derechos sociales y las medidas sanitarias con un marco que no se toca, un límite absoluto. El querido Fernando Simón lo resumió con su franqueza habitual: «este país vive del turismo, tenemos que prepararnos» (en otras geografías se trata de otros extractivismos depredadores). A esa combinación se llama «nueva normalidad». No se toca el marco, ni se emprende ningún cambio sustantivo.

Pero tampoco le pidamos peras al olmo: lo que ha cambiado siempre las cosas es una nueva definición de la realidad, la emergencia de otro sentido de la vida. Un gobierno gestiona, mejor o peor, pero no puede producir otro sentido de la vida.

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10. Una cantidad de preguntas, una cantidad de malestares, una cantidad de ganas de otra cosa. Todo ello junto y revuelto, en un magma. Es un potencial enorme.

¿Cuál es el desafío? Engarzar lo existencial con lo político, las preguntas y el impulso de cambio. Sólo hay energía política cuando ambas dimensiones tejen un vínculo, como ocurrió el 11M de 2004, el 15M de 2011, los 8M de la huelga feminista.

La transformación social no consiste sólo en una serie de problemas objetivos (pobreza, etc.) que se articulan en demandas dirigidas al Estado, sino que es también la expresión (no la representación) de unas preguntas radicales sobre la vida que de pronto se vuelven colectivas, comunes y compartidas. Formas de expresión (organizativa, estratégica, táctica) que hay inventar cada vez, no despreciando las experiencias pasadas, sino recreándolas.

Cuando lo existencial se separa de lo político sólo hay debilidad: lo político se convierte en partido, identidad e ideología; lo existencial se lleva a terapia

Las tentativas de transformación social han fracasado una y otra vez cuando encomiendan el cambio a una renovación puramente objetiva, estructural, sociológica. Es la «izquierda sin sujeto» que desmontó el pensador argentino León Rozitchner hace más de 50 años, pero que persiste en su fracaso.

La izquierda sin sujeto se hace cargo de lo político sin dimensión existencial, la terapia se hace cargo de lo existencial sin dimensión política.

El sujeto de cambio no es mero soporte de determinaciones económicas o sociológicas, sino el espacio de elaboración de preguntas, malestares y deseos. Un espacio a la vez e indisociablemente individual y colectivo.

La fuerza de transformación hoy pasa por la capacidad de dar expresión común al magma de preguntas, malestares y deseos que nos atraviesa, a nuestras subjetividades heridas y en crisis, en definitiva, a nuestro «estar raros».

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Amador da las “Gracias por las conversaciones raras» a las personas que alimentan este artículo: Marta Badiola, Natasa Lekkou, Raquel Mezquita, Marga Padilla, Juan Gutiérrez –en las fotos-, Natalia Garay, Diego Sztulwark, Agustina Beltrán, Javier Olmos, Arantza Santesteban, Sergio Larriera, Eugenia Mongil, Amarela Varela.

Nosotros le damos las gracias a Amador por este necesario y lúcido trabajo

Tomado de

https://www.eldiario.es/interferencias/raros_6_1039806037.html

Preguntas para después de una pandemia

Cuando todo esto pase, será el momento de buscar respuestas. Nos va mucho en ello. Sin respuestas no volveremos a la normalidad, ni a la antigua ni a la que está por venir.

¿Por qué enfermó el personal sanitario?

Tras decenas de miles de trabajadores sanitarios infectados y algunos de ellos muertos por la ausencia del material necesario que los debía proteger, una excusa, una mentira, una media verdad, será imperdonable. No había material de protección suficiente y tampoco había más remedio que hacerlos trabajar sin esos sistemas de protección necesarios. Les damos las gracias y les pedimos perdón por haberlos puesto en riesgo, por no haber previsto que, como la realidad ha demostrado, el peor escenario era posible: una pandemia que destrozase un sistema de salud recortado y sin recursos suficientes. Necesitamos oír esto de la boca de los responsables políticos. De quienes tomaron el mando de la crisis en el Gobierno central y en la Comunidad Autónoma Vasca, que tiene la competencia en Sanidad

2020-04-12. Donostia. Ospital, mediku eta osasungintza langileei eskertza elkarretaratzea 12-04-2020, San Sebastián. Hospital Donostia, concentracion de agradecimiento a los trabajadores sanitarios y medicos.

¿Por qué la Sanidad Pública no tenía suficiente material para atender la crisis sanitaria? ¿Por qué no hubo profesionales ni medios suficientes? ¿Por qué los sanitarios tuvieron que ser héroes en vez de trabajadores?

Los Gobiernos, el de España y el de Euskadi, que en los últimos años han optado por debilitar la sanidad pública a base de privatizaciones y recortes de personal y medios, deberán responder y asumir su responsabilidad. ¿Cuál es el daño que todos esos trabajos recortados, esas privatizaciones han provocado durante esta crisis sanitaria? Que el Gobierno Vasco no se esconda tras los errores del Gobierno central. Pero la pregunta de fondo es: ¿Vamos a mantener un modelo productivo basado en el beneficio a corto plazo o introduciremos por fin criterios como sostenibilidad, ecología y protección social? El problema del abastecimiento de material sanitario está relacionado con la profunda desindustrialización del país. Aquí no hemos tenido capacidad de fabricar siquiera simples mascarillas. Y no sólo sucede en España. Casi todo viene de China, la fábrica del mundo, y muchas cosas casi en régimen de monopolio. En nombre de la globalización se prescindió de industrias estratégicas que aseguraran el bienestar de la población y la seguridad del país.

¿Quién dará explicaciones por el drama de las residencias privadas?

Quién dará explicaciones no lo sabemos. Quién debería darlas, sí. Los responsables de los Territorios Históricos debían vigilar lo que allí sucedía. Cuál era el estado de esos ancianos en unas residencias privadas que, en demasiados casos, habían sido denunciadas por familiares sin que la administración competente hiciera nada. Alguna de ellas son residencias gestionadas por empresas sin entrañas que llevan años obteniendo enormes ganancias con el negocio de la asistencia a mayores. ¿Cambiará después de esto el concepto de residencia de la tercera edad convirtiéndose en algo más que un aparcamiento de mayores? ¿La Diputación Provincial asumirá alguna responsabilidad? ¿Destinará los recursos presupuestarios necesarios?

La gente que cada tarde ha salido a aplaudir al balcón, ¿apoyará las reivindicaciones de los trabajadores sanitarios cuando esto pase?

La Marea Blanca, el movimiento de profesionales sanitarios que durante la crisis anterior protestó por los recortes de la sanidad pública, fue ignorada, menospreciada o incluso criminalizada por gentes de orden y mentalidad reaccionaria. ¿Cuando todo esto acabe, volverán a acogerse al argumentario de su partido de cabecera y mirarán para otro lado ante el maltrato a la sanidad de todos? ¿O habrán aprendido algo? No sirve de nada llamar héroe a un trabajador que no quiere heroicidad, sino buenas condiciones para trabajar, para cuidar a la población.

¿Quienes se dedican a difundir bulos durante una alerta sanitaria, a pedir boicots contra medidas de salud pública adoptadas por el gobierno, tendrán algún tipo de castigo social, penal o administrativo?

Respecto a lo penal, es una decisión política el dejarlo estar, para no judicializar el debate público. Nos parece sensato. En lo social, tendremos que esperar a que las urnas salgan a la calle para averiguar qué premio tienen quienes, durante la mayor crisis sanitaria que una generación ha conocido, se dedicaron al juego sucio. Sobre lo administrativo, hay que recordar que la Constitución protege la información veraz, solo la veraz. Los bulos son, por definición, información falsa difundida intencionalmente con fines perversos. Eso es criticable tanto si se difunde desde un medio de comunicación como desde un púlpito. Tratar de obviarlo, como a veces se hace, en defensa de la libertad de información, es tan perverso y corporativista cómo no criticar a un médico que realiza prácticas lesivas para sus pacientes. Nuestra propuesta es que el Gobierno aísle y excluya a los medios que propagan mentiras y bulos, negándoles el derecho a recibir ayudas y subvenciones públicas, y dejándolos fuera de la publicidad institucional. Que existan tabloides llenos de basura es inevitable, ha pasado toda la vida y en todas partes. Pero financiarlos con dinero público es intolerable.

¿Qué pasa en Europa? ¿Será capaz de frenar el auge de la extrema derecha?

El Gobierno ha actuado con firmeza y coherencia en el frente europeo. Aunque no somos un país fundador, y Francia e Italia cuentan evidentemente más que España en Bruselas y en Berlín, Madrid ha presionado en la dirección correcta y ha flexibilizado sus peticiones de forma que Alemania y sus satélites del norte no puedan poner excusas. Del Consejo Europeo de esta semana ha salido un fondo para la reconstrucción suficientemente amplio como para permitir rescatar a los más vulnerables de una manera directa y sencilla, sin tener que pasar por los bancos, sin aumentar la deuda pública y sin condiciones leoninas. Pero no debemos olvidar que el gusto de los ortodoxos por el austericidio, y el dominio que ejercen las grandes corporaciones sobre las políticas europeas son una combinación terrorífica. Si la Unión Europea no es capaz de estar a la altura, si las economías del sur siguen sufriendo la intolerancia del norte y sus ciudadanos no reciben de la UE la protección suficiente, el panorama será espantoso: el fascismo seguirá avanzando en el continente y llegará al poder en distintos países.

Sobre un texto de J.R. Mora, de CTXT

23/04/2020