Los puentes son el epicentro emocional del viaje.

Cuando llegamos a Mostar, el pasado 11 de julio del 2014, sabíamos que nos acercábamos a unos de los centros más simbólicos de la península de los Balcanes. Teníamos la conciencia también de que el puente de Mostar nos recordaría nuestra lectura de “El puente sobre el río Drina” de Ivo Andric; autor y puente que hemos vuelto a recordar en las tertulias asociadas al reciente viaje a Turquía.

Los puentes tienen una carga simbólica.

Estábamos sobre el mismo eje vertical del puente, a la una del mediodía, cuando desde uno de los varios minaretes de Mostar, se recitaba, cantando, el rezo musulmán del mediodía. Fue un momento de gran emoción. Nuestra cabeza se llenó de las imágenes de la resistencia, la paz, la convivencia, la inutilidad de la guerra cruel, de la esperanza y del amor.

Stari Most, el «Viejo Puente», durante siglos no sólo ha conectado dos distritos de la ciudad, sino también a cristianos y musulmanes, occidente y oriente.

Un puente que dio forma a la ciudad. Tal era la importancia estratégica de este arco sobre el río Neretva, original del siglo XVI, que incluso tenía guardianes permanentes, los ‘mostari’, de los que proviene el nombre de Mostar. La vieja pasarela funcionó hasta 1993, cuando fue bombardeado por las milicias croatas durante la guerra de los Balcanes. En 2004 se reveló la nueva y espléndida estructura, lista para que los jóvenes volvieran a saltar y zambullirse en las aguas que discurren 21 metros más abajo, todo un rito iniciático local durante casi 450 años. Vivimos en directo, con vértigo, esa experiencia. Nos apostamos en una de las orillas, era la hora del almuerzo, el emplazamiento tenía una gran belleza.

Declarado patrimonio mundial, el nuevo puente está sirviendo para aliviar las heridas aún existentes en Mostar, quinta ciudad más grande de Bosnia Herzegovina.

Nuestra reciente visita a Estambul coincidió con el Ramadan. Vivimos momentos de oración de los creyentes turcos, y escuchamos el rezo musulmán, en ocasiones a las cuatro de la madrugada, cuando avisaba que pronto se iniciaría el ayuno.

Y cruzamos el puente de Gálata. Fue hace algo más de un mes, y el recuerdo del viaje se presenta todavía muy vivo.

El puente de Gálata lleva 15 siglos cruzando el Cuerno de Oro -bellísimo paisaje desde Pierre Loti-. El puente carece de arcos y curvas, y el nivel inferior está repleto de vendedores ambulantes de café y kebabs. Este puente de Estambul soporta mucha historia sobre sus modernos hombros, además de unir dos zonas culturalmente diferentes de la vieja Constantinopla.

La estructura actual data de 1994, aunque ya existía una pasarela para cruzar el Cuerno de Oro en el siglo VI: era de madera anclada sobre pontones y fue la obra más ambiciosa de los otomanos para modernizar la ciudad. En el siglo XIX fue sustituido por una estructura dimensionada para impresionar a Napoleón y a principios del XX este puente fue trasladado hasta su ubicación actual, y la gente se reunía en las tabernas instaladas en su nivel inferior, como se puede ver en muchos grabados de los viajeros de la época. Su última reconstrucción es de 1994, tras un incendio. Muchos de nosotros fuimos a la hora de la insuperable puesta de sol, con mezquitas recortadas sobre tonos rosáceos, y para contemplar el tráfico marítimo del Bósforo.

Cenamos de pescado fresco en alguno de sus múltiples restaurantes. Antes habíamos visitado tiendas de Beyoglu.

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