Ana Sánchez-Lassa, una vida dedicada a la pintura

Ana Sánchez-Lassa, por EVA LARRAURI

La primera vez que Ana Sánchez-Lassa (San Sebastián, 1947) entró en el Museo de Bellas Artes de Bilbao pensó que era un sitio triste, al que los suelos de mármol negro daban un toque tétrico. En 1975, el departamento de Restauración no existía y el presupuesto llegaba a duras penas para pagar las facturas de la luz. Su primera tarea como restauradora fue elaborar la lista de los materiales básicos que se debían comprar para cuidar de las obras de arte. Después de haber dedicado toda su vida profesional al museo, ahora se jubila con más de 36 años de servicio, primero como restauradora y, desde hace una década, como conservadora. “En estos años el museo ha sufrido un giro de 180 grados. Empezamos de manera muy precaria, en una época que era muy dura para todo el mundo, en la que no teníamos ni calefacción”, recuerda. “En los años 80 cambiaron las cosas, ya contábamos con más equipos técnicos, más personal. Todo ha mejorado; el museo no se ha quedado atrás”.

Las ampliaciones y la puesta al día del museo no ha alterado, cree Ana Sánchez-Lassa, su vocación de ampliar la colección. “A pesar de las limitaciones siempre ha habido interés por comprar obras”, destaca. En el taller de restauración ha visto evolucionar la actividad hacia tratamientos más conservadores, que reducen al mínimo la intervención. “El protagonista es el autor, que responde a la época en la que trabajó”, subraya. Como conservadora del museo, una especie de guardiana de la colección, ha cuidado y estudiado las obras expuestas y los fondos que guardan en los almacenes. “Lo mejor del museo está expuesto”, defiende. “El fondo oculto es un mito, hace que funcione la imaginación y se mantenga la ilusión por lo que no se conoce y se pueda descubrir, pero la realidad es que en los almacenes están las piezas que no llegan a la altura de las que están expuestas. Algunas podrían salir a las salas, pero el espacio disponible condiciona la selección”.

Ana Sánchez-Lassa estudió Restauración e Historia del Arte. “El trabajo de la restauradora y la investigación son actividades complementarias que permiten abarcar toda la obra de arte”, asegura. “La función del conservador es investigar. Hay piezas, muy importantes que están estudiadas, pero a su alrededor a un entorno que requiere mucha investigación, para atribuir autorías o conocer sus orígenes. Es apasionante, aunque no sean trabajos de impacto para el gran público”. Con la jubilación acaba su trabajo en el museo, pero no se cierra la investigación, ya que piensa seguir escribiendo sobre arte, especialmente sobre pintura flamenca.

La colección, asegura, es “el motor” que mueve el museo. “El trabajo de todos (los restauradores, los conservadores, la dirección) gira alrededor de unas piezas soberbias, que son las que atraen a los visitantes y despiertan el interés de los especialistas”, dice. ¿Los conocimientos técnicos restan emociones al contemplar el arte? “No, no. Lógicamente existe una deformación en la mirada del especialista, que se fija en detalles en los que no repara el público general, pero funciona a la vez otro punto de vista”, responde. “Obvias los conocimientos y disfrutas con el trabajo del artista”.

Eligiendo entre las 8.000 piezas de la colección del Museo de Bellas Artes, con una cronología que abarca desde el siglo XII hasta la actualidad, la conservadora elabora una lista de obras favoritas que incluyen la pintura flamenca de Festín burlesco (c. 1550), de Jan Mandijn, o La sagrada familia (c. 1525-1530), de Jan Gossaert, cuadros que ha estudiado en profundidad, pero también la Vista general de Toledo desde la cruz de los Canónigos (1836), de Genaro Pérez Villamil, o algunas piezas del siglo XX, como La hispanista (Nissa Torrents), de R. B. Kitaj, o las obras de Eduardo Chillida.

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