En el 2011, Aiete nos trajo a Ana Frank

En este otoño, en el Centro Cultural de Aiete, nos encontramos con otros autores de origen judío
La joven Ana Frank, paradigma universal de víctima de Holocausto, fue la protagonista de la primera exposición que acogió el Centro Cultural de Aiete Enero/Abril 2011.
‘Ana Frank. Una historia vigente’, era el título de la exposición que iva dirigida no tanto a preservar la memoria, sino a combatir a su peor enemigo, que no es el olvido, sino el cliché.
Ana Frank no fue una joven holandesa, sino alemana, que no murió en Auschwitz, sino en Bergen-Belsen, que no fue gaseada, sino víctima del tifus y que no se trata de una suerte de santa laica, sino de una adolescente tan conflictiva, confusa y contradictoria como cualquier otra.
Si algo convierte a Ana en un caso singular fueron sus portentosas dotes de observación y su talento para la escritura.
En su doceavo año, el ciclo de Literatura y Cine de Aiete, dedica el programa del otoño 2017 a novelistas y cineastas de origen judío, sin importar la época, el origen o la religión de los autores. Así el pasado octubre estudiamos a Boris Pasternak y vimos en pantalla ‘Octubre’, un film de Sergei M. Eisenstein. El cercano noviembre, el jueves 9, debatiremos en tertulia ‘El proceso’ de Franz Kafka, y el iernes 10, en Cine-Forum con Herrero Velarde, ‘La heredera’ de William Willer. Para diciembre, el jueves 14, se ha reservado, en tertulia literaria ‘Si esto es un hombre’ de Primo Levi (1947). Primer libro de la trilogía dedicada por el autor a los campos de exterminio nazis. Libro necesario y conmovedor de un hombre que vivió el horror en Auschwitz y quiso contarlo para dejar memoria. El viernes 15, Cine-Forum, llevado por Jesús Garmendia y la genial película ‘To be or not to be’, de Ernst Lubitsch

Esta vocación literaria también la compartió aquella jovencísima Ana y quedó plasmada en su famoso diario, cuyo título original es ‘La casa de atrás’, en el que Ana levantó acta durante sus dos años de encierro de los miedos personales, anhelos colectivos, disgustos familiares y desazones personales que padeció junto a sus padres y su hermana Margot, y a los otros cuatro ‘clandestinos’: un dentista judío y los tres miembros de la familia van Pels (van Daan en el Diario). El diario fue escrito entre los trece y los quince años de su autora, muestra una brutal sinceridad y la situación de ocho personas escondidas durante veinticinco meses en los que no podían hablar, toser o moverse hasta que llegaba la noche. Lo publicó en 1947, Otto Frank, padre de Ana y único superviviente de las ocho personas que un día vivieron ocultas de las redadas nazis en ‘la casa de atrás’. Otto le pidió a Mari Carmen Garmendia que lo tradujera al euskera y ella guarda las cartas que se cruzaron.
En los jardines de Aiete hay plantado un esqueje del castaño bicentenario fallecido en agosto del 2010 y cuya contemplación alivió el ánimo de la joven judía durante los veinticinco meses que duró su vida clandestina en ‘la casa de atrás’ de Amsterdam, bajo la ocupación nazi.
La última entrada que Ana realiza a su diario está fechada el 1 de agosto. Tres días después, la Gestapo irrumpe en el edificio, sabiendo lo que va a encontrar gracias a una delación cuya autoría nunca se terminó de esclarecer. A partir de ahí, la familia Frank fue enviada al campo holandés de Westerbork primero y a Auschswitz, después. Con las tropas rusas a las puertas del campo de exterminio, Ana fue deportada de nuevo, esta vez, con rumbo al ‘lager’ alemán de Bergen-Belsen, en donde falleció de tifus, pocas semanas antes de que los británicos liberaran el campo

2 comentarios en “En el 2011, Aiete nos trajo a Ana Frank

  1. Pankoke

    Un grupo de diversos investigadores (desde criminólogos hasta forenses), un total de 19, encabezado por un exagente del FBI, Vince Pankoke, se ha puesto manos a la obra por desvelar quién fue la persona que delató a Ana Frank y a su familia en la Holanda ocupada. Ana Frank y su diario se han convertido en un icono del Holocausto aunque, más bien, debería serlo de la conciencia y de la persecución humana. Pankoke quiere despejar la última incógnita sobre la suerte de esta niña que murió de tifus en el campo de Bergen-Belsen, Polonia, en marzo de 1945. Pero, ¿es tan necesario? Me explico. Desvelar las incógnitas de la historia es importante.

    Hay muchas interrogantes que resolver y, a veces, no es fácil hallar una base documental que responda nítidamente a lo que los investigadores buscamos en las fuentes. Ojalá hallen un archivo de la Gestapo, la temida policía política del régimen, que recoja punto por punto los aspectos que derivaron en la detención de la familia Frank, como la de otras tantas familias judías de la Holanda y la Europa ocupada. Siempre se ha sospechado que el escondite secreto en el que durante dos años (desde 1942 a agosto de 1944) se ocultaban fue encontrado gracias a una delación… De hecho, era bastante común, en aquella época, en la que laGestapo contaba con una amplia red de colaboradores y simpatizantes, algunos por dinero y otros porque creían en la persecución nazi de los judíos. Tesis recientes afirman que fueron, en cambio, descubiertos por casualidad tras un registro rutinario para hallar un taller clandestino de pasaportes. En todo caso, Ana Frank es un icono de ese pasado tan dramático, su imagen, su retrato y, sobre todo, su diario, son una memoria viva de Europa.

    Ahora bien, la sociedad parece fijarse más en los detalles menos importantes que en los que son realmente relevantes en estos casos. Transcurridos más de setenta años, el conocer el nombre de la persona que los delató puede tener escasa relevancia, salvo a nivel mediático, porque puede ser el de una persona que no nos diga nada. Para que no hubiese ninguna duda al respecto tendría que encontrarse un documento clarificador, la denuncia en sí, o un informe que recogiese al informante por parte de la Gestapo. Pankoke y su equipo se encuentran ahora sumergidos en este punto gracias a diferente documentación poco estudiada hasta la fecha que han encontrado. Si bien, de no encontrar la relación exacta, van a ser meras conjeturas.

    El drama de los judíos ocultos en Europa, los denominados submarinos, fue espantoso, vivían cada día con la permanente y angustiosa incertidumbre, ya fuera en los territorios ocupados como en la propia Alemania, de ser descubiertos. De hecho, cuando dieron comienzo los bombardeos aliados sobre las ciudades europeas, debían asumir que no podían bajar a los refugios antiaéreos. Debían rezar y confiar en su suerte. Sin embargo, sus penurias nunca acababan ahí porque podía ser descubierta su identidad en cualquier momento y no podían confiar en nadie. Había colaboradores en cualquier esquina, judíos incluso, dispuestos a delatarlos para salvarse ellos mismos. La suerte de la familia de Ana Frank no fue diferente a otras. Pero la buena de Ana escribió un tierno diario que formará parte siempre de nuestra historia. Como ella, hubo muchas niñas que padecieron, vivieron y sintieron ese mismo horror. Su suerte y devenir ya son historia, los esfuerzos para intentar desvelar la identidad de la persona que les denunció no deben, de todos modos, distraernos del hecho de que, por desgracia, la pugna contra la intolerancia, el antisemitismo, la xenofobia y demás no ha acabado. El suicidio de Hitler y la derrota de su nefasto imperio criminal no han acallado los fanatismos que derivan en minusvalorar a las minorías por su raza o religión.

    Ana Frank nos enseñó, ante todo, que era un ser humano como los demás, frágil y delicado. Nada que ver con ese mal que achacaban los nazis a los judíos. Pero hay que pensar que el colaboracionismo fue más común de lo que a primera vista se cree en la sociedad europea y, por lo tanto, la reflexión que debemos hacer es cómo conjurar los prejuicios humanos (como son la islamofobia o la xenofobia). La única manera de que Ana Frank pueda dormir algún día en paz reside en la fuerza y convicción que tengamos en rechazar cualquier corriente de pensamiento semejante a la que le llevó a la tumba.

    Los males sociales no son ninguna abstracción ni, por supuesto, ajenos a nosotros, son las etiquetas que ponemos a los demás, es la intolerancia y, sobre todo, la degradación de nuestros valores cuando deshumanizamos a las personas que rechazamos u odiamos. Desvelar quién fue el delator de los Frank, a estas alturas es anecdótico, una curiosidad que en modo alguno puede restituir ya jamás su vida. Pankoke afirma seguir varias pistas. Pero sería cerrar en falso el misterio de Ana Frank. Porque este reside más bien no en quién denunció a su familia sino en cómo es posible que todavía haya persecuciones y degradación de las personas en Europa;cómo podemos todavía ser tan ignorantes e incapaces de enfrentarnos no a la verdad del pasado, sino a la del presente que nos ocupa (como los refugiados). Ana Frank merece que se descubra la identidad de su asesino, pero solo es un nombre, nada más, el odio y el desprecio fue la verdadera enfermedad que aquejaba al continente, un mal endémico para el que la única cura posible es educarnos mejor, en saber no solo quién fue Ana Frank sino en actuar en consecuencia y comprometernos con la dignidad de todas las personas que sufren cualquier clase de injusta degradación y persecución. Aquella niña holandesa nos enseñó más humanidad que todas las corrientes de pensamiento europeo juntas, no lo olvidemos.

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  2. Moises

    Los jugadores de la Lazio, 24 horas después de la tormenta desatada por la ocurrencia racista de sus ultras el pasado fin de semana, salieron este miércoles a calentar en el estadio del Bolonia en partido de Liga enfundados en una camiseta con la imagen de Ana Frank, la niña muerta en Auschwitz en 1945. Un nuevo gesto de solidaridad hacia la comunidad judía y sus víctimas al que el equipo se ha visto relativamente obligado después de que sus seguidores radicales empapelaran el fondo sur de Estado Olímpico con pegatinas donde podía verse la imagen de la niña con la camiseta de la Roma, su eterno rival. Los Irreductibles, como se hacen llamar los ultras de la Lazio, no viajaron a Bolonia como protesta por lo que han considerado que es “un teatro mediático”.
    Tal y como sucedió el martes, además, todos los partidos de la Serie A que se jugaron el miércoles comenzaron con la lectura de las últimas líneas del Diario de Ana Frank y la distribución en el césped de algunos ejemplares de Si esto es un hombre, de Primo Levi. Tratándose de la Lazio, implicada directamente en el escándalo, el gesto tenía que ser mayor. De modo que el club, que el día anterior ya fue a llevar una corona de flores a la sinagoga de Roma —que, por cierto, terminó en el río porque un grupo de jóvenes de la comunidad judía lo consideró una hipocresía—, optó esta vez por colocar a los jugadores la famosa foto en la camiseta de calentamiento. En la elástica blanca podía leerse: “No al antisemitismo”.

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