Nuestro amigo Ernesto Gurrutxaga


¿Quién no conoce a Ernesto en Aiete?

En el libro “AIETE: CASERÍOS, CASAS Y FAMILIAS”, -ver pestaña, arriba-  capítulo dedicado a Mujeres coraje en Arostegi Txiki (pág 168) el autor, Pedro Berriochoa Azcárate, escribe de Ernesto Gurruchaga que es un hombre hecho a sí mismo.

Fue a la escuela de Azkaratene hasta los 12 años, luego a la Academia de Estudios Generales, en la calle San Martín. Más tarde, y en clases nocturnas, se formó como electricista en la Escuela Artes y Oficios, actual Correos. Siempre ha trabajado como electricista; los últimos 24 años de su vida laboral en la empresa de Ángel Iglesias.

Ernesto pone en valor el trabajo de sus mujeres: de su madre, de su abuela, de sus tías… Vivió en un auténtico gineceo, rodeado de mujeres enormemente trabajadoras, que hicieron de la necesidad virtud y trabajo.

Ernesto me informa sobre el caserío Arostegi Haundi.

Cuando hace la entrevista con Pedro, Ernesto acababa de perder a su mujer después de un calvario de complicaciones hospitalarias. Se disculpa porque lógicamente está afectado y su memoria tiene ciertas lagunas. Bajamos por el parque de Aiete hacia Morlans. Es un naturalista, miembro activo de la Sociedad Aranzadi. Está preocupado por el césped del parque del palacio; cree, con razón, que soporta demasiada presión humana, que el “picniqueo” puede acabar con la hierba, que no es de la calidad del ray-grass inglés. (Ernesto es uno de los fundadores de la Asociación de Amigos de los Jardines del palacio de Aiete).

El domingo fue Aiende s. jiménez del Diario Vasco quien le hizo la entrevista (La foto, escaneada y recortada, es de Mikel Fraile)

Explica Aiende que, como dice en la entrevista con Pedro, Ernesto Gurrutxaga sufre episodios de pérdida de memoria, aunque no padece alzhéimer. Y hablan sobre ello.

Ernesto Gurrutxaga llega con su carpeta bajo el brazo. Tras presentarse, la abre, coge un bolígrafo y apunta los nombres de las personas que acaba de conocer. «Si no, se me olvidan», explica. Hace algunos años, no recuerda exactamente cuántos, que su memoria empezó a fallarle. Este donostiarra de Aiete, de 80 años cree que ese problema ha ido agravándose desde que falleció su mujer, hace dos años. «A ella también se le olvidaban cosas, pero me decía que era normal, cosas de la edad», recuerda.

Pero esa justificación, que también le daban amigos y otros familiares, no valía para Ernesto. Él, que durante muchos años fue miembro de Aranzadi, donde desarrolló su pasión por la micología y la botánica, ya no se acuerda de los nombres técnicos de algunos árboles cuando pasea por el parque de Cristina Enea en Donostia. «Qué rabia me da», confiesa, «aunque después de un rato lo acabo sacando».

Ernesto no tiene alzhéimer. Así se lo confirmaron en su última visita al médico. Pero su memoria ya no es la que era. «Ya no leo libros, porque en cuanto me leo un capítulo se me olvida de qué iba, y no puedo seguir el hilo», lamenta. Sin embargo, afirma que no tiene miedo de padecer esta enfermedad. Hace una vida normal y es totalmente independiente.

Hay gente a la que le da reparo reconocerlo. Hay que quitarse los prejuicios, y si se te olvidan las cosas, decirlo sin problema». Él, por ejemplo, cuando alguien le saluda por la calle y no recuerda quién es, le para, le explica que le falla la memoria y se lo pregunta. «No me da vergüenza», asegura.

«Voy a talleres para ejercitar mi memoria. Me falla, pero no me doy por vencido», apunta Ernesto

Los expertos aseguran que la memoria se entrena. Y eso es lo que hace Ernesto. «Trabajo mi memoria y no me doy por vencido. Así por lo menos no voy a peor», dice con orgullo. Cuando empezó a olvidarse de las cosas se apuntó a un grupo en el hogar del jubilado de la Calle Idiakez de San Sebastián en el que realizan ejercicios de memoria. «Voy una vez a la semana y somos muchos», así que eso no era suficiente para él. A través de una de sus hijas conoció los talleres de memoria que imparte Afagi, -la Asociación de Familiares y Amigos de personas con Alzhéimer de Gipuzkoa-, a los que acude lunes y miércoles.

Nada más entrar, los ‘alumnos’ deben responder preguntas referidas a la actualidad: qué día es, en qué año estamos, en qué lugar… Además en las clases trabajan mediante diferentes actividades que ejercitan su memoria. «Leemos textos divididos en párrafos, y al terminar tenemos que decir de qué trataba cada uno. También hacemos dictados», revela Ernesto. Para terminar la sesión, practican un poco de gimnasia. «Movemos el cuello, los brazos… estoy encantado, creo que me beneficia mucho», asegura.

Aunque el jubilado reconoce que tiene ciertos trucos para no olvidar las cosas importantes. «En casa tengo un despacho, y en un lado de la mesa dejo apuntadas las cosas urgentes que no se me pueden pasar». Aunque a veces esa técnica le falla. «Dejé apuntada la hora y el lugar de esta entrevista por miedo a que se me olvidara, pero no sé dónde he dejado el papel». Durante el transcurso de la charla, Ernesto echa mano al bolsillo de su camisa, donde lleva unas pequeñas hojas con anotaciones. «¡Fíjate donde tenía apuntada nuestra cita!». Otro pequeño olvido que sin embargo no impidió que acudiera puntual al encuentro. Porque su memoria, aunque a veces sea perezosa, aún funciona.

Y que sea para muchos años ¡Amigo Ernesto! ¡Nos veremos en las fiestas del barrio! ¡Y recogiendo  manzanas para hacer sidra en Katxola!

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