Terror en el barrio de Sennaya de Dostoyevsky

Dostoyevsky ha sido de los pocos escritores que ha hecho doblete en el los Ciclos de Literatura y Cine de Aiete

Algunos de los tertulianos, que el pasado año visitaron la antigua Leningrado, dedicaron una tarde a recorrer el barrio de Sennaya, en San Petersburgo. Para alguno de ellos fue una paliza, pero el paseo merecía la pena

Lo primero que hicieron fue detenerse en su Casa Museo. El pasado 26 de agosto, en una entrada de esta we (http://www.aiete.net/2016/08/el-reloj-parado-del-museo-de-dostoievski/) se hablaba de esta visita. Está emplazado en la última vivienda que tuvo el escritor, entre 1878 y 1881, antes de morir con apenas 60 años de un enfisema, dada su afición al tabaco. Se trata de un piso modesto, ya que hasta la primera fecha citada sus obras no empezaron a tener éxito; luego sería traducido a otras lenguas y nombrado miembro de la Academia de Ciencias. En esta vivienda escribió Los hermanos Karamazov. En el museo se conservan algunos objetos personales, como su sombrero y una caja de tabaco. En 1960 fue reconstruido teniendo en cuenta la descripción de su esposa y amigos, y se abrió al público en 1971, con motivo del 150 aniversario de su muerte.

La acción de sus novelas se sitúa con frecuencia en los alrededores del canal Griboiedova, en el barrio de Sennaya, donde se hallaba el Mercado del heno, quizá porque en esa zona las calles son sinuosas e insalubres, frente al trazado casi rectilíneo del resto de la ciudad.

Allí anduvimos, con la emoción de estar pateando los lugares que recorría el autor, en el XIX, en un barrio pobre, en el que convivían diversas clases sociales. En esta zona transcurre la acción de Crimen y castigo (1866) y aquí vivía Ralkolnikov, y no lejos, en el muelle, la usurera asesinada. Además, cerca está la vivienda en que habitó entre 1864 y 1867, y donde escribió Noches blancas, cuya acción transcurre en las orillas del canal y que vimos retratada en abril del pasado año en aquella maravillosa película de Visconti.

Podría decirse, por tanto, que San Petersburgo es, como de ningún otro escritor, la ciudad de Dostoyevsky: en ella vivió 28 años, llegando a instalarse en unas veinte casas distintas.

Y allí, en ese mágico lugar, el terrorismo, el crimen masivo, ese viejo conocido en Rusia, se ha vuelto a ensañar, y nos llena de tristeza, y nos sumamos al dolor de toda aquella gente.

Por ahora, 14 personas han resultado muertas y decenas heridas por una bomba en el metro de San Petersburgo, que transporta a dos millones de pasajeros cada día.

Rusia no es solo un país que arrastra el desafío pendiente de consolidar una democracia y un estado de derecho muy precarios ante el estilo autocrático de Vladímir Putin, sino que es clave en el difícil equilibrio internacional afectado por la guerra en Siria.

San Petersburgo es la última incorporación a la siniestra lista de escenarios del terror que está desafiando al mundo y, por tanto, el nuevo campo de pruebas para una respuesta basada en el estado de derecho.

Por ello es necesario hacer frente al terrorismo, en defensa de una convivencia pacífica de todas las ideas. Y hacer crecer la solidaridad.

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