De Errondo a Puio, en funicular

El arquitecto Enrique Ponte Ordoqui recopila la información sobre el elevador creado por su bisabuelo

Un reportaje de Arantzazu Zabaleta. Fotografía Gorka Estrada

ponte

En la página 99 del libro de Pedro Berriochoa “Aiete….”, encontramos la estampa “Puio bajo la densa sombra de Pedro Ordoqui” con 14 páginas de información.

Arantzazu resume la conferencia de Enrique Ponte Ordoqui que el miércoles 16 ofreció en la sede de la Asociación de Amigos del Ferrocarril de Amara, muy cerca del antiguo funicular, que tenía 160 metros de longitud, una pendiente del 68% y 100 metros de desnivel. Disponía de una cabina con capacidad para seis personas y un conductor salvaba la distancia en unos tres minutos y medio. El funicular de Puio, que fue proyectado en 1912 e inaugurado un año después, salvó durante unos 20 años la distancia entre el paseo de Errondo y la finca situada en lo alto de la loma, como se recuerda en el libro de Pedro.

El arquitecto Enrique Ponte Ordoqui, bisnieto del impulsor del funicular, ha recuperado documentación gráfica y de texto del archivo familiar y Jubilado en la actualidad, la investigación acerca del funicular y el pasado de la finca de Puio que fue propiedad de su familia está siendo fructífera y en la actualidad el arquitecto prepara una obra más completa que le gustaría que pudiera llegar a editarse. Mientras tanto, contó a los asistentes a la reunión -y unos meses antes adelantó a Berriochoa- los detalles del segundo funicular de la ciudad, desaparecido hace ya más de 70 años.

Ponte Ordoqui recuerda que su bisabuelo, Pedro Ordoqui Iriarte, nacido en Tolosa, viajó a Argentina a buscarse la vida como tantos otros durante la segunda mitad del siglo XIX. Eran tiempos difíciles aquí y la legislación favorecía la llegada de europeos a Argentina, que necesitaba gente y mano de obra. Entre todos los que cruzaron el Atlántico a la aventura, algunos tuvieron suerte e hicieron las Américas: fue el caso de Ordoqui, que logró amasar una pequeña fortuna y, al contrario que otros vascos que emigraron, mantuvo siempre el contacto con Euskadi.

Por eso invirtió parte de su dinero en comprar el caserío de Tolosa para su familia y en 1901 compró la finca de Puio y la gran casa que se levantaba en ella. Mientras, él seguía yendo y viniendo a Argentina y pasaba temporadas allí y otras en su nueva casa de Donostia.

Una estación intermodal

Aunque estaba en una situación privilegiada desde la que podía contemplar gran parte de la ciudad y su entorno (durante las guerras carlistas fue sede de varios fuertes por su ubicación), lo cierto es que por aquel entonces, cuando Donostia llegaba solo hasta la altura del Buen Pastor aproximadamente y Amara eran solo marismas, la casa quedaba algo alejada de la ciudad y, además, a bastante altura. Por eso Ordoqui planteó la construcción del funicular para facilitar el acceso a la mansión. Aprovechó, además, que estaba ya en marcha la línea del ferrocarril que actualmente utiliza el Topo y que discurre por Errondo y negoció con las autoridades ferroviarias de la época hasta crear un apeadero del tren en el punto desde el que partía el funicular.

El arquitecto recuerda que por aquel entonces los funiculares eran un boom en Europa y también estaban llegando a Donostia: en 1912 se inauguró el de Igeldo y poco antes, con otra tecnología diferente, se había puesto en marcha el transbordador de Ulia. En Europa triunfaba el sistema del ingeniero alemán Stigler y la concesión para explotar la nueva técnica la tenía en Madrid el despacho de Schneider. En Donostia eran los ingenieros Barandiaran y Allende los autorizados para aplicar ese sistema y Ordoqui decidió acudir a ellos.

Fueron ellos los que diseñaron las vías y la cabina, que funcionaba con un sistema de contrapeso. La sala de máquinas estaba en la parte de arriba, junto a la mansión, y en la parte de abajo estaba la estación inferior, un edificio en el que se acondicionaron una vivienda para el conductor y una cuadra, que luego se convertiría en garaje. A la altura de esa caseta, al otro lado de la carretera, estaba el apeadero construido, también, para uso exclusivo de los habitantes de Puio, al igual que el funicular.

Sin embargo, el vehículo no estuvo mucho tiempo en funcionamiento. Pedro Ordoqui seguía viviendo a caballo entre Argentina y Donostia, por lo que no estaba aquí todo el año. Además, para entonces empezaban a utilizarse los automóviles, que hacían más sencillo el acceso a Puio. En la década de los 20 falleció primero Pedro y pocos años después su viuda y fue el abuelo de Enrique Ponte el que heredó la finca. Era uno de los hermanos pequeños, pero los mayores permanecieron en Argentina. El funicular solo estuvo funcionando algunos años más y, finalmente, se paró.

Fuego y lluvia

Después llegó la guerra y con ella los abuelos y tíos de Ponte volvieron a Argentina, de manera que solo su madre, que se acababa de casar, permaneció en Donostia a cargo de la finca. Los tiempos eran difíciles y en 1943, tras años en desuso, se vendió el hierro de las vías como chatarra. La familia siguió utilizando la casa de Puio, pero cuando tras la aprobación del Plan General de Donostia de 1962 se recalificaron los terrenos, los promotores se interesaron por el suelo y finalmente la familia Ordoqui vendió el solar. La casa, años más tarde, se calcinó en un incendio.

Mientras, la que fue la estación inferior siguió en pie y habitada junto a la carretera de Errondo para recordar la existencia anterior del funicular. La casa incluso ganó una planta y lo que había sido el garaje se convirtió en una fábrica de lejía. Si el fuego destrozó la mansión sobre la loma, en este caso fue el agua el que arrasó la caseta de la estación inferior: un temporal de lluvia provocó corrimientos de tierra que aprovecharon lo que en su día fue el trazado del funicular para caer directamente sobre el edificio y destrozarlo en junio de 1997.

Casi 20 años después, Ponte recordó a los asistentes a la reunión de ayer la existencia del funicular, desconocido para muchos, que formó parte de la historia de Puio y de Donostia, y de cuyo inicio se adivinan aún unos restos.

Recomendamos la lectura de la estampa editada por Pedro Berriochoa para ampliar y completar esta información

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