«Los griegos amaron la perfección humana» y la llevaron a su arte

niñoLa mayoría de esculturas griegas desaparecieron, pero quedan suficientes para reconstruir su historia a grandes rasgos. Por otra parte, en la época romana se copiaron y adaptaron muchos modelos y famosas esculturas griegas, que se han conservado gracias a dichas reproducciones. La escultura griega se vinculaba al marco arquitectónico. La escultura conmemorativa representó un papel importante: Una victoria militar, una competición atlética, la firma de un tratado entre dos ciudades.  

Entre las copias romanas famosas de esculturas griegas está el Niño con ganso (250 a. C.) que vemos en la foto. (La instantánea está tomada en la Gliptoteca de Múnich, el pasado 4 de julio, por la expedición de Lantxabe)

Y así escribe Margarite Yourcenar en las Memorias de Adriano (página 111, editorial Edhasa), poniendo estas reflexiones en boca del emperador:

El arte del retrato me interesa poco. Nuestros retratos romanos sólo tienen valor de crónica: copias donde no faltan las arrugas exactas ni las verrugas características, calcos de modelos a cuyo lado pasamos de largo en la vida y que olvidamos tan pronto han muerto.

Los griegos, en cambio, amaron la perfección humana al punto de despreocuparse del variado rostro de los hombres.

Apenas si echaba una ojeada a mi propia imagen, a ese rostro moreno que la blancura del mármol desnaturaliza, a esos grandes ojos abiertos, a esa boca fina y sin embargo carnosa, dominada hasta el temblor. Pero el rostro de otro ser me preocupó más.

Tan pronto se volvió importante para mi vida, el arte dejó de ser un lujo para convertirse en un recurso, una forma de auxilio. Impuse al mundo esa imagen: actualmente hay más retratos de aquel niño que de cualquier hombre ilustre o cualquier reina. Al comienzo me preocupé de que el escultor registrara la belleza sucesiva de un ser que está cambiando; después el arte se convirtió en una especie de operación mágica capaz de evocar un rostro perdido. Las efigies colosales parecían un medio de expresar las verdaderas proporciones que da el amor a los seres; quería que esas imágenes fueran enormes como una figura vista de muy cerca, altas y solemnes como las visiones y las apariciones de la pesadilla, aplastantes como lo ha seguido siendo ese recuerdo. Reclamaba un acabado perfecto, una pura perfección, reclamaba ese dios que todo aquel que ha muerto a los veinte años llega a ser para quienes lo amaban, y también el parecido fiel, la presencia familiar, cada irregularidad de un rostro más querido que la belleza.

Cuántas discusiones para mantener la espesa línea de una ceja, la redondez un tanto mórbida de un labio… Contaba desesperadamente con la eternidad de la piedra y la fidelidad del bronce para perpetúan un cuerpo perecedero o ya destruido, pero también insistía en que el mármol, ungido diariamente con una mezcla de aire y de ácidos, tomara el brillo y casi la blandura de una carne joven. En todas partes volvía a encontrar aquel rostro único; amalgamaba las personas divinas, los sexos y los atributos eternos, la dura Diana de los bosques a Baco melancólico, el vigoroso Hermes de las palestras al dios que duerme, apoyada la cabeza en el brazo, en un desorden de flor. Comprobaba hasta qué punto un joven que piensa se parece a la viril Atenea.

Mis escultores solían confundirse; los más mediocres caían aquí y allá en la blandura o en el énfasis; pero todos participaban más o menos del sueño. Están las estatuas y las pinturas del joven viviente, reflejando ese paisaje inmenso y cambiante que va de los quince a los veinte años, el perfil lleno de seriedad del niño bueno, está la estatua en que un escultor de Corinto se atrevió a fijar en el abandono del adolescente que comba el vientre y adelanta los hombros, la mano en la cadera, como si parado en alguna esquina contemplara una partida de dados.

Está ese mármol en el que Pappas de Afrodisia trazó un cuerpo más que desnudo, indefenso, con la frágil frescura del narciso. Y en una piedra algo rugosa, Aristeas esculpió siguiendo mis órdenes aquella pequeña cabeza imperiosa y altanera….. Están los retratos posteriores a la muerte, por donde la muerte ha pasado, esos grandes rostros de labios sapientes, cargados de secretos que ya no son los míos porque ya no son los de la vida. Está el bajorrelieve donde Antoniano de Mileto transpuso en términos sobrehumanos al vendimiador vestido de seda, y el hocico amistoso del perro que se frota en una pierna desnuda. Y esa mascarilla casi intolerable, obra de un escultor de Cirene, en la que el placer y el dolor brotan y se entrechocan en el rostro como dos olas contra una misma roca. Y esas estatuillas de arcilla que valen un centavo y que sirvieron para propaganda imperial: Tellus stabilitata, el Genio de la tierra pacificada bajo el aspecto de un joven tendido entre frutos y flores.

Tertulia, Jueves 11 en la Casa de Cultura de Aiete

zaldieroa

Un comentario en “«Los griegos amaron la perfección humana» y la llevaron a su arte

  1. marian

    Me gusta el artículo, porque con los resaltes en negrita de personajes del entorno de Adriano nos dais la oportunidad de adentrarnos más en ese tiempo y el contexto en el que él se movía.

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