“Ruido de fondo” por Lola Arrieta

lola aPara el crítico literario Harold Bloom los mejores novelistas estadounidenses de nuestro tiempo serían Philip Roth, Don DeLillo, Thomas Pynchon y Cormac Mc. Carthy. Guiados en parte por su sabio criterio hemos elegido a dos de ellos en este nuestro ciclo Oigo cantar a América, añadiendo a Tom Wolfe, otro de los grandes, a nuestro juicio.

Ruido de fondo (1985) es la octava novela de Don DeLillo, escritor neoyorquino de origen italiano, y la que le va a lanzar definitivamente a la fama. Hasta su publicación, su obra, aunque reconocida en círculos minoritarios y alabada por la crítica no había llegado al gran público ni conseguido un éxito comercial de relevancia. El mismo año de su publicación, Ruido de fondo, White Noise, recibió el National Book Award, el Premio Nacional del Libro de los EEUU, uno de los más prestigiosos de ese país lo que contribuyó a que el libro se tradujera a otras lenguas y fuera conocido internacionalmente. Después vendrían otras obras como Libra (1988), centrada en la figura de Lee harvey Oswald, asesino del presidente J.F. Kennedy o Submundo (1997), largo recorrido por los años de la Guerra Fría, considerada su mejor obra, Cosmópolis en el 2003, Falling Man en el 2007 o Punto Omega en el 2010, hasta el momento su última obra de ficción.

Jack Gladney es el personaje central de Ruido de fondo, un profesor universitario en una pequeña ciudad ficticia de los EEUU que vive con su esposa Babette y cuatro hijos de distintos matrimonios de ambos. DeLillo nos presenta con inteligencia, ironía y golpes de humor el día a día de esta familia cuya cotidianeidad se va a ver interrumpida por un escape tóxico a la atmósfera de una sustancia dañina, el Niodeno-D. A Jack Gladney, este profesor que dirige un departamento de estudios sobre la figura de Hitler, le cuesta admitir que ese escape tóxico ocurra en una sociedad desarrollada en la que aparentemente el sistema funciona.

Jack Gladney y Babette viven angustiados por el miedo a la muerte. Es un miedo ancestral, primitivo que a lo largo de los siglos los humanos hemos intentado controlar de diferentes maneras.

La vida de los Gladney en el supermercado, en ese hogar en el que la televisión ocupa lugar preponderante, en los pasillos y aulas de la facultad, en las puestas de sol disfrutadas dentro del automóvil tiene como un ruido de fondo no controlado, permanente, que se renueva permanentemente y que no es otro sino el de nuestra naturaleza mortal. A treinta y cinco años de su publicación la novela sigue manteniendo su fuerza, la leemos con interés. No es novela que dé respuestas pero sí nos sugiere algunas preguntas que están ahí, con todo su vigor, en la sociedad del siglo XXI

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Smoke

En 1995 se estrenó este film del director Wayne Wang que proyectaremos dentro del ciclo Oigo Cantar a América.

Estamos en Brroklyn, en el verano de 1987. Algunas personas que frecuentan el estanco de Anggie Wren le confían sus problemas.

Película de vidas que se entrecruzan basada en un excelente guión del escritor Paul Auster y en cuyo reparto destacan Harvey Keitel y William Hurzt.

Recibió el Oso de Plata del Berlín en 1995.

Un comentario en ““Ruido de fondo” por Lola Arrieta

  1. Carta a las amigas de DeLillo

    Me mudo nuevamente. La siguiente será la tercera casa que piso. La primera fue gracias a la producción de mi estimada amiga Miss Carrot. Un delicioso apartamento en Brooklyn, alquilado por Ander, entrañable donostiarra ‎al que hoy puedo llamar si algo me pasa. La segunda fue el auténtico loft neoyorkino, sin paredes, el cual es conocido como Hostal Royal Hudson. Y la tercera, otro loft en Brooklyn, esta vez con paredes.
    Y es que dicen que después de vivir en Manhattan uno se quiere mudar Bk, por eso de la tranquilidad: casas más bajas, restaurantes monos y blancos moderno-chic. En mi caso trasladarme a las lindes de Hipster Village y Hasidic Land es más una necesidad porque yo desde luego que no estoy cansada de la ciudad, vine a ella para vivirla y no pienso abandonarla tan rápido, es más me volveré a mudar al otro lado más temprano que tarde.
    Seis meses han dado para mucho y la verdad es que ya me estaba acostumbrado a eso de tener una puerta lienzo, a los techos abiertos, a “Paola Dominguín” (mi casera: arquitecta octogenaria) durmiendo en el sofá y a los inagotables invitados (previo pago) que dormían como murciélagos en cualquier hueco del lugar. Sin embargo la gota previa a la que colmaría el vaso fue Sasha, el perro cagón hijo de su madre que ha hecho sus necesidades varias veces en la puerta de mi habitación. Mathew y yo compartíamos ira contra ese perro, puesto que mi puerta está junto a su mesa de trabajo. Había cierta unión entre nosotros y contra Sara, propietaria de la bola de pelo diarreica, pero como todo en esta vida poco duraría. La envidia cochina se apoderó de él cuando una mañana de domingo yo preparaba café para dos, algo que él no ha hecho en años, o puede que nunca. Entonces se formó la gorda, yo me inflé como un globo en cuestión de segundos y comencé a poner puntos sobre las íes. Y aunque hubo disculpas, ya estaba decidido, mi estancia en la calle 37 terminaba para comenzar la nueva, al otro lado.
    Margot Salinas

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