Jimmy’s Hall, uno de los nuestros

loachA estas alturas, quizá al borde de la jubilación, según sus propias palabras, Ken Loach ya no engaña a nadie. Eso sí, tampoco miente; si acaso, subraya. El veterano director inglés sigue fidelísimo a sus principios éticos y políticos, y el espectador sabe perfectamente lo que espera de él, conformando así una especie de contrato social-cinematográfico donde todos saben la trinchera que ocupan. Su cine es un volcán, y Jimmy’s Hall,también. Para bien, y para regular: ahí están una vez más sus virtudes y sus defectos, pero el volcán de emociones que provoca, a pesar de su sempiterno maniqueísmo, acaba ganando la batalla.

Como suele ocurrir, apenas hay matices en los personajes del bando de los opresores y, sin embargo, el guion de Paul Laverty intenta esta vez una serie de contrapesos que funcionan bien. Lo logra en el ámbito religioso con el personaje del joven sacerdote; en el familiar, con la mirada calmada de la madre; y en el social, en la discusión sobre los derechos de la tierra y en los adolescentes que sólo buscan el aspecto lúdico del salón de baile de la polémica.

Pero donde verdaderamente gana la guerra de la película es en las maravillosas escenas de grupo, festivas o dialécticas, en la naturalidad de su cámara, en el poder de las miradas y las reacciones, y en su bellísima fotografía.

Jimmy’s Hall está basada en la historia real de Jimmy Gralton, un activista comunista que en la Irlanda de los treinta abrió en su comunidad un círculo dedicado a baile, clases de poesía, debates y demás gimnasias tanto del cuerpo como del intelecto. Una acción aparentemente inocua, excepto para la oficial Iglesia católica irlandesa que le declaró la guerra a ese club de corruptores de almas.

Se explica Loach“La historia del filme busca un espacio libre para la diversión. Esa lucha por la disidencia es muy actual” “Hoy en día esos lugares son difíciles de encontrar. La ideología dominante es muy insidiosa. La gente se cabrea, se desilusiona y acude a las respuestas fáciles de la derecha: culpar a los inmigrantes, a los vulnerables. Entre crisis económica, desempleo masivo y auge derechista, hay muchos parecidos con los treinta”. “El Estado es muy opresivo. Algunos lo son visiblemente, y surgen revueltas, primaveras. En Occidente el poder es más sutil aunque de alguna manera más opresivo. Nos dicen que somos libres pero nos oprimen” “En Gran Bretaña decimos que no necesitamos al KGB porque tenemos a la BBC. Manipula tu punto de vista con tanta sutileza que no te das cuenta. Por ejemplo, presentan a los palestinos como terroristas y su lucha con Israel como una guerra entre iguales. O, en una huelga del sector de transportes, siempre se centran en cómo afecta a los pasajeros y nunca en las razones de la protesta”.

Contra ello, sostiene Loach, combatir es “cada vez más difícil”. “No. En Londres hay una lucha por salvar un hospital. Y el otro día conocí a dos mujeres que reabrieron una biblioteca que el Gobierno había cerrado. Esa es la gente que cambia las cosas”. Loach considera que el cine sí puede servir para apoyar y difundir historias como estas. O como la de Jimmy Gralton.

Para contarla bien Loach y Laverty se desplazaron hasta el pueblo irlandés donde vivió Gralton. Allí, hasta consiguieron encontrar a un tipo que había estado en el club de Jimmy. Pero Loach cuenta que a la sazón el hombre tenía 13 años y ahora demasiados más como para acordarse de los detalles. O de lo fundamental: “Nos reunimos en su cocina, de esas muy simples, con suelo de piedra. Le preguntamos si recordaba haber entrado en el club. ‘No’. ¿Y de bailar? ‘No”. Pero el hombre sí guardaba en la memoria dos detalles. Primero: que al club estaba prohibido entrar. Y, segundo, la noche en la que las llamas lo devoraron. Regalos ambos de la jerarquía irlandesa de la Iglesia católica. No todos aman la disidencia como Loach.

JIMMY’S HALL

Dirección: Ken Loach.

Intérpretes: Barry Ward, Simone Kirby, Andrew Scott, Jim Norton, Francis Magee.

Género: drama. Reino Unido, 2014.

Duración: 110 minutos.

Un comentario en “Jimmy’s Hall, uno de los nuestros

  1. GrMorV

    Para mayor abundamieno con vuestro comentario, Jimmy’s hall es un film para gente que no comulga con ruedas de molino, es decir, que resulta de una actualidad tan transparente que alguno pensará que los paisajes son los nuestros antes de la debacle urbanística, y después de la quiebra de valores; no los de la bolsa, sino los de la vida.
    Pocas películas ha hecho el radical Ken Loach que sea más popular, directa y equilibrada que este Jimmy’s hall. A sus 78 años conseguir un filme tan logrado como este merece la pena que convoquemos a amigos y adversarios
    Jimmy’ hall se refiere al nacionalismo, nada menos que al irlandés, donde se dieron coincidencias tan evidentes como el peso del campo frente a la ciudad cosmopolita, la Iglesia como instructora y controladora de los contenidos del patriotismo y, por último, el enmascaramiento de la evidencia de esa antigualla que dura ya muchos siglos, casi tantos como la civilización: la lucha de clases entre los que poseen el poder y los que lo sufren.
    Jimmy’ hall (James Gralton) fue expulsado de Irlanda, la reciente patria recién liberada de los ingleses pero no de sus poderes tradicionales -los propietarios de tierras autóctonos y la omnipotente Iglesia irlandesa-. No basta con ser nacionalista, también es un activista social, un comunista de los años treinta que en un hermoso y castigado pueblo, rodeado de toda la belleza paisajística del mundo, vive y sufre la dictadura de las costumbres añejas impuestas por ricos y prelados.
    “El salón de Jimmy” (Gralton), que así podría traducirse, no es otra cosa que aquel gran invento que antaño fueron las Casas del Pueblo. A veces se nos olvida lo importante que ha sido para la creación de un movimiento reivindicativo y una conciencia de clase, no los líderes ni los periódicos militantes para unos trabajadores que apenas sabían leer, sino el que pudieran tener un lugar propio que no fuera la sórdida taberna que tan bien describió Zola.
    El filme, con un montaje inteligente y una sensibilidad notable, parte de algo que hoy aún está vigente. La capacidad de disfrutar, de gozar, pasa por instrumentos que convierten el placer en una forma encubierta de esclavitud. El fútbol, o los deportes en general, no dejan de ser otra cosa que un monumental negocio que los espectadores pagan religiosamente sin otra contrapartida que distraerse con el espectáculo, y en ocasiones ni eso.
    Sin la ambición de hacer una obra maestra, Ken Loach consigue un filme hermoso y consistente sobre un tema que quizá a los críticos al uso les parecerá manido.
    Envuelto en una paisaje seductor, con esa calidad de actores secundarios que siempre ha disfrutado el cine anglosajón, con protagonistas que asumen su papel hasta el límite, este filme que habrá de pasar entre nosotros sin pena ni gloria, constituye una prueba de que estamos abocados a la infantilidad y la estrechez mental; esa que se formula con un “yo voy al cine a divertirme”. Pues bien, aquí con Ken Loach en su Jimmy’s hall tienen una prueba de que la pelea por lo evidente, es decir, disfrutar, gozar, divertirse sin que te humillen sino como acto voluntario de libertad, es algo que siempre reaparece como novedad. Antes de que la retiren de las carteleras, vayan a verla.

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