William Faulkner, John Steinbeck, Ramiro Pinilla que estáis en los cielos

pinillaLa primera tertulia de este año se centró en la última novela del donostiarra Ramón Saizarbitoria, premio Euskadi de Literatura 2013. Se decidió esta obra, entre otras razones, porque se quiso hacer un “aquí y ahora”, un “aquí estamos”. Martutene, es buena muestra de la gran calidad que ha alcanzado la novela en euskara en estos momentos; una excelente novela, y es también, como se comentó en la tertulia del pasado enero, “el siglo largo vasco”.

Pero junto a Ramón Saizarbitoria (San Sebastián, 1944), Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) fue galardonado con el Premio Literario Euskadi de 2013 en la categoría de Literatura en Castellano. Pinilla fue distinguido por su novela Aquella edad inolvidable.

Pues bien, Ramiro Pinilla, de quién, con tanta estima, nos habló Saizarbitoria, ha fallecido.

¡Qué pérdida tan inconsolable!¡Cuánto talento, integridad y tesón el de Ramiro Pinilla! Pertenecía a esa especie tan rara de los grandes escritores que se mantienen alérgicos a la grandilocuencia, a la pedantería o los fastos, capaces de levantar mundos completos, de idear historias imperecederas, conmovedoras y cómicas, como la propia vida, y preferir interesarse antes por el interlocutor que tiene delante que por las teorías sobre su obra. Su creatividad y su ánimo eran los de un escritor joven de 90 años. Quizá debido a su innegociable libertad e independencia personal, por su vida sencilla, retirada del mundo, rodeado de un grupo de gente querida, es decir, a una elección vital de una coherencia admirable, esencial y sin lujos. Le bastó una casa con huerto, levantada por él y bautizada Walden, en homenaje a Thoreau, una mesa frente a la ventana, un humilde bolígrafo y unas cuantas resmas de papel reciclado para escribir sus grandes novelas. Y basta leerlas para entender cuáles eran esos rasgos de su persona que hacían de Ramiro alguien tan excepcional, tan grande en su sencillez: porque en él podías reconocer el dulce y obstinado amor de Roque Altube en Verdes valles, colinas rojas, la dignidad y entereza de Souto Menaya en Aquella edad inolvidable, la inteligencia cervantina de Samuel Esparta en su trilogía policíaca, el tesón de Sabas Jáuregui en La ciegas hormigas.

Ramiro Pinilla era un anciano feliz. Pletórico. Viudo ya, en los últimos años, además del éxito literario y el respeto de la crítica y los lectores, encontró un nuevo amor y eso era un estímulo gozoso. Lo confesaba mirando al mar, con los ojos claros y henchidos. Como confesaba qué feliz le hacía el cariño de algunos jóvenes autores como Fernando Aramburu. Pinilla, nacido en Bilbao en 1923 y fallecido ayer a los 91 años, era hijo y nieto de aragonesas de Zaragoza, y lamentaba que nunca, nunca “he estado en la ciudad de mi madre y de mi abuela, que llegaron a Bilbao hacia 1915”. Agregaba: “Mi abuela vino con cuatro hijos y mi madre se empleó en una oficina. Fue de las primeras mujeres que trabajaron en empresa”. El triunfo y el reconocimiento le hacían ser tan agradecido como comprometido: revelaba que seguía escribiendo a mano y que lo hacía “como un placer, un deber y una responsabilidad. De joven fui tímido, me avergoncé de ser escritor, redactaba a escondidas en la parte de atrás de los cromos, vivimos el franquismo con miedo y esperanza, así que ahora debo escribir a cara descubierta y con intensidad hasta que me muera”.

Era admirador de Robert Louis Stevenson y de Herman Melville, el autor de ‘Moby Dick’, que fue navegante y pescador de ballenas. Ramiro Pinilla también se curtió en las soledades de alta mar, hasta que no pudo más: echaba en falta la tranquilidad de la ribera, la ausencia de los suyos (era padre de tres hijos), y dijo adiós a los sueños del joven marino. Luego se trasladó a Getxo y trabajó de administrativo en una fábrica de gas. Después de firmar algunos cuentos y una novela “noña” como ‘El ídolo’, publicó ‘Las ciegas hormigas’, que ganó el Premio Nadal en 1960.

La narración indicaba que sus influencias y gustos se habían ensanchado: había leído a William Faulkner, había asimilado un libro como ‘Mientras agonizo’, pero también conocía bien a John Steinbeck.

Tengo en un lugar esencial de la memoria su novela  Antonio B… el Rojo, ciudadano de tercera (1977), y su apenas percibida modestia de un hombre esencialmente bueno.

F.

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