Los dibujos de ‘Pedro Páramo’

Pedro Paramo_manuelmarsolManuel descubrió este libro con 15 años, y se le metió en las vísceras como un gusano taladrador y ahora ha acometido la difícil empresa de  dibujar su universo de fantasía,  sueños y pesadillas

por Rafa Ruiz 

El artista Manuel Martínez Soler realiza una hipnótica aproximación a la novela ‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo, a través de dibujos con similar lenguaje al del genial escritor: caricias que producen escalofríos.

“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo”.

“Este es el comienzo de Pedro Páramo (1955), la segunda novela que escribió el mexicano Juan Rulfo (1917-1986). La primera la había echado al fuego. La siguiente no llegó nunca. Solo antes había sacado una colección de cuentos, bajo el título de El Llano en Llamas (1953). Con esto le bastó, no necesitó más para convertirse en uno de los mejores escritores del siglo XX, admirado por todos, desde Borges a Bolaño. Algo tenía Rulfo que parecía que no escribía, que le salía casi solo, que lo decía todo con menos palabras que nadie, como la voz perdida de un fantasma”.

Así, tan bien, cuenta Manuel Martínez Soler (Manuel Marsol en su nombre artístico) (Madrid, 1984) la fuente de inspiración de uno de sus mejores trabajos hasta la fecha, la serie de dibujos que ha hecho a partir del genial texto de Rulfo y que, como paso previo a su proyecto de que sean impresos como ilustraciones de una nueva edición de la novela, se exponen ahora en la galería madrileña Mad is Mad.

Sigue explicando: “El mundo imaginado por Rulfo se ubica en un México posterior a la Revolución que no ha conseguido otra cosa que la soledad, la muerte y el abandono. Los lugares eran tranquilos, pero el hombre ya no lo era, venía con el impulso y el regusto del saqueo. Detrás de hombres que no aparentaban ninguna maldad, había una historia muy grande de violencia sin sentido. Él lo sufrió en primera persona: ‘Yo tuve una infancia muy dura, muy difícil. Una familia que se desintegró muy fácilmente en un lugar que fue totalmente destruido. Desde mi padre y mi madre, inclusive todos los hermanos de mi padre fueron asesinados. Entonces viví en una zona de devastación. No sólo de devastación humana, sino de devastación geográfica. Nunca encontré ni he encontrado hasta la fecha, la lógica de todo eso’. En su obra hay asesinatos absurdos, pueblos que mueren abandonados por sí mismos o habitantes que no saben que están muertos. También hay un erotismo tan salvaje como cándido, casi de corte animal”.

Manuel descubrió este libro con 15 años, y se le metió en las vísceras como un gusano taladrador: “Nunca se sabe muy bien de dónde sale la historia que se nos cuenta, si es un monólogo interior o si es parte de una conversación que tiene el narrador con alguien. Por eso cuando leemos a Rulfo tenemos una sensación extraña: ¿cómo consigue mostrar en su obra un paisaje tan triste y tan bonito al mismo tiempo?, ¿cómo puede haber ternura e inocencia en situaciones tan violentas?, ¿qué parte es real y cuál imaginada?, ¿qué está de este lado y qué del otro?, ¿qué importa?”.

Y se le enquistó en el pensamiento, porque en realidad Pedro Páramo trata de la búsqueda del padre, y Manuel perdió al suyo con 11 años. Y hay algo en él de moverse con cierto desvalimiento, persiguiendo algo, ternura en un clima de tormento… Continúa él: “Este fragmento de su cuento La Cuesta de las Comadres (1948) resume perfectamente la mirada poética, desconcertante y aparentemente ingenua del realismo mágico de Rulfo: ‘Entonces vi que se le iba entristeciendo la mirada como si comenzara a sentirse enfermo. Hacía mucho que no me tocaba ver una mirada así de triste y me entró la lástima. Por eso aproveché para sacarle la aguja de arría del ombligo y metérsela más arribita, allí donde pensé que ten­dría el corazón. Y sí, allí lo tenía, porque nomás dio dos o tres respingos como un pollo descabezado y luego se que­dó quieto”.

“Para mí, ilustrar la obra de Rulfo es intentar contar esas historias conservando su aparente sencillez e ingenuidad, en paisajes que tienen un pie en México y el otro en el mundo de los sueños”. Y para captar ese mundo de Pedro Páramo que nos provoca impactos contradictorios de sencillez y brutalidad, de fragilidad y violencia, de realidades y sueños, Manuel Marsol ha optado por un estilo de lápiz + tinta china + acuarela + collage (recortes de una revista antigua de costura que se encontró en un contenedor andando por Madrid) que cuenta lo más complejo con aparente sencillez, “decir mucho con muy poco, con economía de medios”, lo más violento con aparente ternura, que remuevan al que lo mira sin resultar perversos, caricias que producen escalofríos. “Siempre me impactó esa capacidad de Rulfo para contarte lo más bestial y que te parezca…, cómo decirlo…, bonito. Eso es lo que he intentado también con mis dibujos”.

Manuel estudió Publicidad y Comunicación Audiovisual, y ha trabajado tres años en una agencia de Publicidad, “pero me quitaba demasiado tiempo para mis propios proyectos y en 2011 decidí marcharme”. Uno se percata rápido de que sus sensibilidades puedan encajar mal con los ritmos trepidantes y ruidosos de la publicidad. Manuel Marsol vive ahora sobre todo de hacer las ilustraciones para la web de la empresa danesa de tiendas Tiger (y ahí muestra su versatilidad), y sus objetivos más inmediatos pasan por sacar adelante su destreza como ilustrador de cuentos infantiles. Tiene ya listo Después de la gran ola, que, buscando lo positivo en el drama, trata de un tsunami que cae sobre una isla, pero con resultado inesperado, ya que transforma su vida a mejor: surgen flores-cangrejo, en los campos crecen sardinas y los monos comen gambas en los árboles. Literatura infantil, más la reinterpretación, a través de álbumes ilustrados, de otros dos libros que le han impresionado desde la adolescencia y que reflejan también ambientes obsesivos y opresivos; Moby Dick y los cuentos de terror de Horacio Quiroga.

 

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