Estar para ver o/y para ser visto y admirado

Es necesario echarle imaginación al anfiteatro

ANFITEATROEl trabajo por hacer del bosque de Miramón un lugar visible, accesible, utilizable por la gente de Donostia, de sus barrios más cercanos, de Aiete, de Amara, sigue avanzando.

Lo más probable es que se empiece por la señaléctica, para hacerlo más visible  y utilizable, y por la zona de Katxola. El equipo encargado de las obras y el comité creado para su seguimiento (Parques tecnológiocos, ayuntamiento, Lantxabe) van perfilando las prioridades y avanzando las soluciones a los problemas que se presentaron en las diversas reuniones que se vienen haciendo entre la vecindad. (La última el pasado 24 de julio con Iñigo Segurola, del equipo ganador del concurso de ideas).

Sin embargo tenemos un dilema o un rompecabezas en el anfiteatro. Este asunto se colgó en la web el pasado 14 de mayo. Se decía entonces que “El teatro es un conjunto arquitectónico de una potencia extrema. La escala desmesurada del propio teatro responde más a las necesidades morfológicas de la topografía que a un programa de usos. Es un muro de contención pensado como mirador placentero de una reserva imponente de agua que en su día se descartó por razones de seguridad. Todo es excesivo en el anfiteatro, el aforo, la pendiente, el graderío. Nunca se podrá llenar semjante mole, al contrarío, se mostraría inevitablemente vacío, produciéndose un efecto de desolación que desanima la apropiación por parte de los ciudadanos. Cualquier evento cultural programado en tal escenario sería un fracaso de público. Sería deseable una actuación que hiciera que los usuarios o el público se sintieran más arropados. En el entorno del teatro, la vegetación plantada junto con la excesiva materialidad del graderío, acentúa el dramatismo del conjunto imposibilitando toda vinculación de la pieza con el bosque. A lo largo de los años se han planteado diversas propuestas

Se hicieron 7 comentarios. El común denominador de ellos resumía la propuesta de reducirlo, con diversas formas, al “tamaño Katxola”, pero seguimos sin encontrar cómo hacerlo.

Tenemos esta última idea que queremos someter a vuestra cons¡deración:

Trazar en el anfiteatro un gran mural que asemeje una cascada de agua que resbalara, rodara, se deslizase por sus espectaculares escalones, cayendo desde arrriba.

Este enorme mural sería un espectáculo en si mismo, quizás una simbólica obra de arte, que devolviera la anfiteatro su pasión oirginal pero dándole la vuelta, cambiando el estar para ver de su origen, con para ser visto y admirado.

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