Euria egingo du San Sebastian egunean

Gaur gauerdirako euri arina iragarri dute. Zeru gainean hodeiak izango dira nagusi eta tarteka tarteka egingo du euria. Bihar ere euria egingo du, indarrez gainera, bereziki eguerdi partean. Zaparrada mardulen bat ere bota dezake. Itsasaldeko haizea ere zakar ibiliko da, goiz partean tarteka ufada gogorrekin joko du

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  1. Memorias de un palillo – Un relato tamborrero de ficción

    “Mi vinculación con la Tamborrada se remonta a mi época escolar. En aquellos tiempos, aún no existía la asignatura de Educación para la Ciudadanía, pero espoleado por un fuerte sentimiento antihomófobo, me apunté a los ensayos que, con mano firme pero cariñosa, se encargaba de dirigir el hermano Samuel, cuya reputación de pederasta nunca supe si estaba justificada o no.
    Él me enseñó todo lo que sé sobre el arte de interpretar con pasión el repertorio de un tal Ray no sé qué, dicho sea de paso, nunca entendí ni me atreví a preguntar cómo se las arregló un pianista ciego de Georgia para escribir unas piezas para barriles y tambores tan inequívocamente donostiarras. Seguro que tiene una explicación, aunque jamás supe cuál es.
    El caso es que ya desde el primer año tuve que admitir que aquella murga no estaba hecha para mis sensibles oídos, no al menos en sesiones de veinticuatro horas ininterrumpidas. De aquella época data mi costumbre de echarme colirio en los ojos con el objetivo de simular que la emoción me embarga y de desfilar con los auriculares puestos, escuchando rancheras, boleros on incluso carrusel deportivo.
    Con el tiempo, crecí, dejé el colegio, senté la cabeza e ingresé en la compañía de una sociedad gastronómica de barrio que, no hace falta decirlo, pronto se me quedó pequeña. Ansiaba participar en la izada o en la arriada de la bandera, vibrar en comunión con el pueblo, sentir que somos todos uno. Para lograrlo, debía colarme como fuera en el singular acto que se celebra cada año en la Plaza de la Constitución.
    Y finalmente lo conseguí. Ataviado de los pies a la cabeza con el uniforme del soldado francés, en concreto, de paracaidista de la Guerra de Argelia, un año me subí al tablado confundiéndome entre los componentes de Gaztelupide y, armado de mi tambor, arremetí con la marcha de San Sebastián apenas vi que el alcalde procedía a izar la enseña donostiarra.
    No fue sencillo, tengo que reconocerlo. Durante toda la interpretación fui objeto de insultos e incluso codazos por parte del selecto grupo de tamborreros de la emblemática sociedad, empeñados en hacerme notar que mi presencia allí no era deseada. No cedí. Bajo la habitual lluvia de objetos dirigida contra el alcalde, acometí todo el repertorio sansebastianero y al acabar, me estampé en la frente un huevo de una reconocida marca guipuzcoana, dando a entender que había pagado caro mi tributo y me había ganado el derecho a ingresar en la tamborrada. Hubo malas caras, sí, pero nadie se atrevió a vetar a quien había sido objeto de tan infame agresión.
    Empecé desde abajo, esto es, pintando el ojo a las falsas angulas de la cena de la gran noche donostiarra. Uno a uno. Un trabajo de chinos que me sirvió para ser finalmente admitido como miembro de pleno derecho. Así fue como durante largos años participé en la izada, ya con mi propio uniforme décimonónico. Un año incluso hice de aguadora. Por romper con la monotonia, al fin y al cabo, fiesta es sinónimo de transgresión. Recuerdo aquella época con nostalgia.
    Sin embargo, la placidez desapareció el día en el que el tambor mayor anunció su intención de retirarse. Aquello abrió la caja de los truenos. Empezaron los movimientos estratégicos dentro de la propia sociedad y hubo que maniobrar para tomar posiciones. He visto a gente pisar a su propio hermano con tal de conseguir el ansiado bastón de mando.
    Al final, quedamos cinco candidatos. Tres desistieron tras ser objeto de amenazas de muerte y varias palizas. El cuarto no cejó en su empeño de interponerse en mi camino hasta que le metí en la cama la cabeza de su caballo. Para conseguirlo, primero tuve que regalarle uno ya que su única experiencia equina hasta el momento se limitaba a una vez que le llevaron de niño a montar un pony de Igeldo.
    Finalmente, fui elegido tambor mayor, cargo que he desempeñado con maestría a lo largo de la última época y que me ha ayudado a adquirir una proyección social a la que de ninguna forma hubiera podido acceder de otra manera.
    Dentro de nada, hoy ya, en reconocimiento a toda una vida de entrega a Donostia y a su santo patrón, recibo el bastón de oro de la sociedad, una distinción que si alguien se merece ése soy yo, tal y como espero que haya quedado suficientemente acreditado en este relato. No oculto que estoy inquieto y, hasta cierto punto, conmovido. Es un brillante colofón a mi carrera. Sólo pensar que pasado mañana pondré el bastón a subasta en Ebay se me saltan las lágrimas. Lo único que me queda es decidir el precio de salida, jodé, qué nervios”.
    2012 enero 19 por eljukebox

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