“El ruiseñor sobre la piedra” de Luis Cernuda dedicado a Jorge Semprún

que ha de vivir tu voluntad de piedra, ha de vivir, y nosotros contigo.

La tertulia celebrada en la Casa de Cultura de Aiete, por iniciativa de su conductora, Lola Arrieta y leída con el cariño de Fernando Mikelajauregui, dedicó a Jorge Semprún el evocador poema de Luis Cernuda, “El ruiseñor sobre la piedra”.

En su lectura los asistentes emocionados vimos reflejada la obra y la vida de nuestro homenajeado Jorge Semprún, “Mucho enseña el destierro de nuestra propia tierra. ¿Qué saben de ella quienes la gobiernan?”

El poema es imposible de resumir, cada verso es un trozo de vida y de amor al hombre.

 

Lirio sereno en piedra erguido

junto al huerto monástico pareces.

Ruiseñor claro entre pinos

que un canto silencioso levantara.

O fruto de Granada, recio afuera,

mas propicio y jugoso en lo escondido.

Así Escorial, te mira mi recuerdo.

Si hacia los cielos anchos te alzas duro,

sobre al agua serena del estanque

hecho gracia sonríes. Y las nubes

coronan tus designios inmortales.

Recuerdo bien el sur donde el olivo crece

junto al mar claro y el cortijo blanco,

mas hoy va mi recuerdo más arriba, a la sierra

gris bajo el cielo azul, cubierta de pinares,

y allí encuentra regazo, alma con alma.

Mucho enseña el destierro de nuestra propia

tierra.

¿Qué saben de ella quienes la gobiernan?

¿Quienes obtienen de ella

fácil vivir con un social renombre?

De ella también somos sus hijos

oscuros. Como el mar, nos mira

que aguas son las que van perdidas a sus aguas,

y el cuerpo, que es de tierra, clama por su

tierra.

 

Porque me he perdido

en el tiempo lo mismo que en la vida,

sin cosa propia, fe ni gloria,

entre gentes ajenas

y sobre ajeno suelo

cuyo polvo no es el de mi cuerpo;

no con el pensamiento vuelto a lo pasado

no con la fiebre ilusa del futuro,

sino con el sosiego casi triste

de quien mira a lo lejos, del camino,

las tapias que de niño le guardaran

dorarse al sol caído de la tarde,

a ti Escorial, me vuelvo.

 

Hay quienes aman los cuerpos

y aquellos que las almas aman.

Hay también los enamorados de las sombras

como poder y gloria. O quienes aman

sólo a sí mismos. Yo también he amado

en otro tiempo alguna de esas cosas,

mas después me sentí a solas con la tierra,

y la amé, porque algo debe amarse

mientras dura la vida. Pero en la vida todo

huye cuando el amor quiere fijarlo.

Así también la tierra la he perdido,

y si hoy hablo de ti es buscando recuerdos

en el trágico ocio del poeta.

 

Tus muros no los miro

con mis ojos de tierra,

ni los tocan mis manos.

Están aquí dentro de mí, tan claros,

que con su luz borran la sombra

Nórdica donde estoy, y me devuelven

a la sierra granítica en que sueñas

inmóvil, por la verde frescura de los montes

brillando al sol como un acero limpio,

desnudo y puro tal de carne efímera,

pero tu entraña es dura, hermana de los dioses.

 

Eres alegre, con gozo mesurado

hecho de impulso y de recogimiento,

que no comprende el hombre si no ha sido

hermano de tus nubes y tus piedras.

Vivo estás como el aire

abierto de montaña,

como el verdor desnudo

de solitarias cimas,

como los hombres vivos

que te hicieron un día,

alzando en ti la imagen

de la alegría humana,

dura porque no pase,

muda porque es un sueño.

 

Agua esculpida eres,

música helada en piedra.

La roca te levanta

tal un ave en los aires:

piedra, columna, ala

erguida al sol, cantando

las palabras de un himno,

el himno de los hombres

que no supieron cosas útiles

y despreciaron cosas prácticas.

¿Qué es lo útil, lo práctico

sino la vieja añagaza diabólica

de esclavizar al hombre

al infierno en el mundo?

 

Tú, hermosa imagen nuestra,

eres inútil, como el lirio

pero ¿cuáles ojos humanos

sabrían prescindir de una flor viva?

junto a una sola hoja de hierba

¿qué vale el horrible mundo práctico

y útil, pesadilla del norte,

vómito de la niebla y el fastidio?

Lo hermoso es lo que pasa

negándose a servir. Lo hermoso, lo que

amamos,

tu sabes que es un sueño y que por eso

es más hermoso aún para nosotros.

 

Tú conoces las horas

largas del ocio dulce,

pasadas en vivir de cara al cielo

cantando el mundo bello, obra divina,

con voz que nadie oye

ni busca aplauso humano,

como el ruiseñor canta

en la noche de estío,

porque su sino quiere

que cante, porque su amor le impulsa.

Y en la gloria nocturna

divinamente solo

sube su canto puro a las estrellas.

 

Así te canto ahora, porque eres

alegre, con trágica alegría

titánica de piedras que enlaza la armonía,

al coro de montañas sujetándola.

Porque eres la vida misma

nuestra, mas no perecedera,

sino eterna, con sus tercos anhelos

conseguidos por siempre y nuevos siempre

bajo una luz sin sombras.

Y si tu imagen tiembla en las aguas tendidas,

es tan sólo una imagen;

y si el tiempo nos lleva, ahogando tanto afán

insatisfecho,

es sólo como un sueño,

que ha de vivir tu voluntad de piedra,

ha de vivir, y nosotros contigo.

LUIS CERNUDA

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