He visto el lado oculto del Reino Unido.

La revuelta de Londres según el antropólogo británico Chris Knight 

No todos están de acuerdo con la tesis de que los saqueadores son criminales sin motivación política. Decir que los disturbios carecen de motivación política no significa que no existan causas sociales de fondo: pobreza, incultura y exclusión. La prensa británica publica análisis sobre la creciente diferencia entre ricos y pobres. Nadie esconde la cabeza.

 Las mismas causas que anidan en Londres, Manchester o Birmingham se están cocinando en Madrid, Barcelona, Sevilla… Los demás pueden observar el incendio ajeno y seguir atentos a las novedades que llegan de la montaña rusa de los mercados, otro incendio con causas y culpables concretos. Hay otros saqueos de cuello blanco que tienen mejor cartel: los llaman oportunidades de negocio.

 ¿Los disturbios son “pura delincuencia.”?

 La quema de casas con personas dentro, el saqueo de tiendas, los ataques a personas con intención de matar son obviamente delitos criminales. Y el delito debe ser combatido, todos estamos de acuerdo en esto. Pero, para que el contraste sea eficaz, se debe hacer a todos los niveles, comenzando por arriba. Es preciso comenzar con los banqueros codiciosos e irresponsables que provocaron la crisis financiera de 2008 y con los políticos criminales que están en una forma u otra a su servicio. Por no hablar de las violaciónes del derecho internacional que este régimen ha cometido al invadir Irak, y la continua utilización de la violencia en Afganistán, Libia, etc. El reciente escándalo de corrupción en la Policía Metropolitana sólo sirve para reforzar la imagen de anarquía que prevalece en los niveles más altos. Los ricos y poderosos son responsables de saqueos y violencia a grandísima escala; detengamos y condenemos a los criminales de alto nivel y luego nos ocuparemos de los más pequeños.

 ¿Según usted, todos estos disturbios son completamente espontáneos? ¿O bien hay detrás la mano de las fuerzas antisistema: anarquistas, anticapitalistas, izquierda radical…?

 

Hay una forma de autoorganización muy sutil y refinada. Las bandas locales, antes hostiles entre sí, se han unido para luchar contra la policía, en lugar de luchar unas contra otras. Son jóvenes llenos de ira, pero no politizados en el sentido tradicional. Y están organizados mil veces mejor que los anarquistas y otros activistas políticos. La izquierda anticapitalista no ha tenido ningún papel en todo esto, realmente, salvo para ofrecer apoyo a las familias afectadas. En los próximos días, sin embargo, muchos de nosotros participaremos en las asambleas de barrio en un intento de canalizar esta rabia en una dirección más creativa.

 ¿Cree usted que estos disturbios raciales son similares a las que ya se han visto en el pasado o bien se trata de nuevo tipo de malestar social, de algún modo relacionado con la crisis económica?

 Es un fenómeno nuevo. Estos disturbios son interétnicos. En algunas zonas de Londres, los alborotadores y saqueadores han sido jóvenes blancos. Tal vez sea una de las muchas chispas que han de encender la inminente insurrección en toda Europa. Y no solo de las clases trabajadoras, también del lumpenproletariado, impulsado por la pobreza y aún más por la inmoralidad y la codicia del establishment. El capitalismo global de hecho murió en septiembre de 2008: desde entonces, el sistema parece vivo, pero sólo se mantiene vivo artificialmente. Luego vino el nuevo colapso financiero y la máquina que mantiene vivo el sistema dejó de funcionar. La revolución ya ha comenzado: desde el norte de África comenzó a principios de 2011, se ha extendido en el mundo árabe y ahora ha llegado a Londres.

 ¿Cuál es la situación social en los guetos de Londres? Recientemente, en las afueras de la capital, se han registrado tasas de prevalencia de la tuberculosis peores que en muchos países del tercer mundo…

 Sí, esto describe bien la situación en los barrios más pobres de Londres, pero también de Bristol, Liverpool y Manchester.

 Algunos piden la intervención militar y la imposición de la ley marcial. ¿Cree usted que es un escenario realista?

 La prensa sensacionalista lo está pidiendo a gritos, pero el gobierno y los militares no son tan estúpidos. Ellos saben que deberían empezar a disparar a la gente y entrar en sus barrios; la explosión de violencia que se produciría haría palidecer lo que hemos visto en los últimos días.

 

 

 

Un comentario en “He visto el lado oculto del Reino Unido.

  1. No es política. Es física.

    Por Naomi Klein

    Oigo todo el tiempo comparaciones entre los disturbios de Londres y los que suceden en otras ciudades europeas, destrozo de vitrinas en Atenas o incendios de coches en París. Y hay paralelos, sin duda: una chispa provocada por la violencia policial, una generación que se siente olvidada.

    Pero esos eventos estuvieron marcados por destrucción masiva; los saqueos fueron menores. Ha habido, sin embargo, otros saqueos masivos en los últimos años, y tal vez deberíamos hablar también de ellos. Fue en Bagdad después de la invasión estadounidense, un frenesí de incendios y de saqueos que vaciaron bibliotecas y museos. Las fábricas también fueron afectadas. En 2004 visité una que fabricaba refrigeradores. Sus trabajadores la despojaron de todo lo que tenía algún valor, luego la incendiaron tan a fondo que el almacén era una escultura de planchas de metal retorcidas.

    En esos días la gente en las noticias por cable pensó que los saqueos fueron altamente políticos. Dijo que es lo que pasa cuando un régimen carece de legitimidad a los ojos del pueblo. Después de ver durante tanto tiempo cómo Sadam y sus hijos se servían de todo y de todos a su gusto, muchos iraquíes de a pie pensaron que habían ganado el derecho a apoderarse de unas pocas cosas para sí mismos. Pero Londres no es Bagdad, y el primer ministro británico David Cameron está lejos de ser Sadam, de modo que es seguro que no se puede aprender nada del asunto.

    ¿Y si consideramos un ejemplo democrático? Argentina, casi en 2001. La economía estaba en caída libre y miles de personas que vivían en vecindarios difíciles (antiguas zonas industriales prósperas antes de la era neoliberal) invadieron supermercados de propiedad extranjera. Salieron empujando carritos de compra abarrotados de bienes que ya no podían permitirse, ropa, electrónica, carne. El gobierno proclamó un “estado de sitio” para restaurar el orden; a la gente no le gustó y derrocó al gobierno.

    El saqueo de Argentina fue políticamente significativo porque era la misma palabra utilizada para describir lo que las elites de ese país habían hecho al vender los activos nacionales del país, en tratos de privatización, de una corrupción flagrante, ocultando su dinero en el exterior, pasando luego la cuenta a la gente mediante un brutal paquete de austeridad. Los argentinos comprendieron que el saqueo de los centros comerciales no habría sucedido sin el mayor saqueo del país, y que los verdaderos gángsteres eran los que estaban a cargo.

    Pero Inglaterra no es Latinoamérica, y sus disturbios no son políticos, o por lo menos es lo que se nos dice. Solo tienen que ver con muchachos ingobernables que aprovechan una situación para apoderarse de lo que no es suyo. Y la sociedad británica, nos dice Cameron, detesta ese tipo de conducta.

    Y lo dice con toda seriedad. Como si los masivos rescates de los bancos no hubieran sucedido jamás, seguidos de las descaradas bonificaciones récord. Seguidos de las reuniones de emergencia del G-8 y del G-20, cuando los dirigentes decidieron, colectivamente, no hacer nada para castigar a los banqueros por parte de todo esto, no hacer nada serio para impedir que una crisis similar vuelva a ocurrir. En lugar de hacerlo, todos volverían a sus respectivos países e impondrían sacrificios a los más vulnerables. Lo harían despidiendo a trabajadores del sector público, convirtiendo a los maestros en chivos expiatorios, cerrando bibliotecas, aumentando el coste de la educación, rechazando los contratos con los sindicatos, creando privatizaciones aceleradas de activos públicos y disminuyendo las pensiones: mezclad el cóctel según vuestro país. ¿Y quién se presenta en la televisión sermoneando sobre la necesidad de renunciar a esos “beneficios”? Los banqueros y los administradores de los fondos de alto riesgo, por supuesto.

    Estamos ante un saqueo global, días de gran toma de beneficios. Alimentado por un sentido patológico de los derechos a beneficios, este saqueo se realizó a plena luz del día, como si no hubiera nada que ocultar. Sin embargo, existen algunos molestos temores. A principios de julio, el Wall Street Journal, citando un nuevo sondeo, informó de que un 94% de los millonarios temen la “violencia en las calles”. Resulta que ése era un temor razonable.

    Evidentemente, los disturbios de Londres no fueron una protesta política. Pero la gente que comete robos nocturnos está endemoniadamente segura de que sus elites han estado cometiendo robos a plena luz del día. Los saqueos son contagiosos.

    Los conservadores tienen razón cuando dicen que los disturbios no tienen que ver con los recortes. Pero tienen mucho que ver con lo que representan esos recortes: que te recorten como si fueras una sobra. Ser excluido en una clase baja en rápido crecimiento, y que los pocos escapes que existían –un empleo sindicalizado, una buena educación asequible– se cierran rápidamente. Los recortes son un mensaje. Dicen a sectores completos de la sociedad: te vas a quedar donde estás, como los migrantes y refugiados que rechazamos en nuestras fronteras cada vez más fortificadas.

    La respuesta de David Cameron a los disturbios es hacer que esta exclusión sea literal: desalojos de viviendas sociales, amenazas de cortar los medios de comunicación y condenas indignantes (cinco meses a una mujer por recibir un short robado). Vuelven a enviar el mismo mensaje: desapareced, y hacedlo en silencio.

    En la “cumbre de la austeridad” del G-20 del año pasado en Toronto, las protestas se convirtieron en disturbios y se quemaron numerosos coches policiales. No fue nada en comparación con los sucesos de Londres 2011, pero fue chocante para nosotros, los canadienses. La gran controversia entonces fue que el gobierno había gastado 675 millones de dólares en la “seguridad” de la cumbre (pero a pesar de todo parece que no pudieron apagar esos incendios). Entonces, muchos de nosotros subrayamos que el costoso nuevo arsenal adquirido por la policía –cañones lanza-aguas, cañones de sonido, gas lacrimógeno y balas de goma– no se había adquirido solo para reprimir a los manifestantes en las calles. Su uso a largo plazo era: disciplinar a los pobres, los que en la nueva era de austeridad tienen tan poco que perder que se vuelven peligrosos.

    Es lo que no comprende David Cameron: no se pueden recortar los presupuestos de la policía al mismo tiempo que se recorta todo lo demás. Porque cuando se roba a la gente lo poco que tiene, a fin de proteger los intereses de los que tienen más de lo que cualquiera merece, hay que contar con que haya resistencia, sean manifestaciones organizadas o saqueos espontáneos.

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